miércoles, 5 de diciembre de 2012

I ain't missing you at all

Podría considerarse esta entrada como una especie de despedida anticipada al 2012, una despedida positiva, grata, y con pocos arrepentimientos en su trato.
Es cierto que ha habido malos, muy malos momentos, aunque a la hora de elaborar un balance, queda absolutamente demostrado que los buenos se llevan la palma, y no como momentos, sino como resultados. No sé si han sido mis decisiones las que han propiciado ciertos acontecimientos, o han sido algunos acontecimientos los que me han impulsado a tomar esas decisiones. De cualquier manera, estoy orgulloso de ellas, y me doy por satisfecho con los acontecimientos.
A lo largo de este año inclasificable he tenido la oportunidad de perder de vista a muchos fantasmas, de enterrar (y sí, esta vez definitivamente) a muchos muertos, y de resucitar a uno de ellos, el único que no vivía, el único que mordía polvo antes de tiempo: yo mismo. En definitiva, he sido objeto de un cambio radical llevado a cabo en pequeños regalos del tiempo; principalmente tres grandes regalos que la sucesión de los meses y mi creciente inconformidad me han otorgado.
El primero de ellos, tanto por el instante en que tuvo lugar, como por su trascendencia, no podía ser otro que la caída del muro de una jaula de la que pocos tuvieron la oportunidad, o quizá el valor, de salir. Se trata de un largo encierro que empeoró paulatinamente, año tras año, sin que nadie que en él se encontrara pudiera hacer otra cosa que gritar, haciendo todo lo posible por facilitar un desenlace digno, o mirándolo desde otra perspectiva, por amortiguar el golpe final y asumir esa exacerbadamente ansiada sensación de libertad. Hablo de un lugar en el que acontecieron (y acontecen) agonías muy diversas, distorsiones muy perfeccionadas de la justicia, atentados desagradablemente perpetuados contra el brillo de muchas miradas, la mía entre ellas.
El segundo regalo que este recuento de trescientos sesenta y tantos días me ha concedido, casi a la par que el anterior, tiene nombre y apellidos, posee las características propias del desenlace de una novela policial, y tiene tantos implicados como miembros forman una familia desestructurada; y como es lógico, puede ofrecer diferentes interpretaciones, casi tantas como testigos. Aunque en este caso, los beneficiarios de tan preciado (y también esperado) regalo somos dos. Tengo el honor, el derecho, la obligación y el privilegio de compartirlo con la persona que mejor me conoce, la que más horas ha pasado a mi lado, y la que ha presenciado y compartido mis peores momentos y épocas. Sin embargo, esta coyuntura se ha basado en la expulsión de una tercera persona de este tipo de privilegios, la cual compartió y presenció la parte más triste y pequeña de lo que le habría correspondido en otras circunstancias. A pesar de ello, todo lleva al mismo resultado, al mismo significado: la colaboración de otro elemento más en mi camino (o el de mis circunstancias) de regreso a lo que fui en épocas anteriores, a lo que nunca debí dejar de ser.
El tercer y último de los grandes cambios que han marcado mi dos mil doce se podría describir, sin duda, como el más decisivo (y de esto forma parte la gran responsabilidad que en ello me corresponde) en su trascendencia, y como el más amargo en su desarrollo. Desafortunadamente para los ausentes, este cambio de rumbo también ha consistido en la expropiación de un feudo. Probablemente se trate del feudo más sensible de los que puedan existir, del más afectivo, y el más susceptible a tragedias en los casos en los que no son profesionales quienes lo ocupan. La pérdida de su prosperidad lo convirtió en un conjunto de falsas realidades de las que siempre quise dejar de formar parte, y sí, esta vez sólo se trató de valor. Ese mismo valor cuya ausencia en ocasiones anteriores propició tal crecimiento en la magnitud de la catástrofe en el momento en que tuvo lugar su versión más relevante, la más destructiva, la más acertada, la definitiva, la que, cuando todo ha terminado, es capaz de demostrar por qué algo nunca debió haber sucedido.

Por supuesto, los hechos relevantes de este extraño período no se limitan a los descritos anteriormente; aún recuerdo las frías noches de alcohol terapéutico en el barrio en que se crió Enrique Urquijo, los dolorosos acordes que escupe mi guitarra cuando la toco con los dedos ensangrentados y el alma destruida, las interminables conversaciones telefónicas y no telefónicas en las que mi subconsciente pedía a gritos el cese definitivo de la actividad cancerígena con la que se humedecían mis ojos, las huidas espacio-temporales que mis pies no tuvieron el coraje de prolongar, las lágrimas inmerecidas de quienes me vieron morir y no recibieron la menor oportunidad de ayudarme, y las de aquellos que sí pudieron hacerlo.
Por tanto, si he de dedicar una canción a todo aquello de lo que me he liberado a lo largo de este año, a todas las personas a las que he conseguido alejar de mí, en honor a todas las sensaciones que me han devuelto a mi propia identidad, sólo se me ocurre una: Missing you (tanto la versión de John Waite como la de Tina Turner), tanto por la letra como por su inconfundible carácter de años noventa, ése que te hacer pensar en todos los desastres emocionales que han sido necesarios para llegar a lo que actualmente conocemos, sin dejar de recordarlos con absoluta amargura. La letra dice algo así: "Cada vez que pienso en ti, siempre me quedo sin aliento. Aquí sigo, y tú estás a kilómetros, y me pregunto por qué te fuiste (...). Oigo tu nombre en determinadas circunstancias, y siempre me hace sonreír. Paso mi tiempo pensando en ti, y eso me está volviendo loco (...). No te echo de menos, en absoluto, desde que te fuiste. No importa lo que pueda decir (...). En tu mundo no significo nada, aunque intento entenderlo..."
Y esto es lo que mis dedos escriben a todo aquello que ha desaparecido de mi presente: no te echo de menos, en absoluto. Por mucho que tiemblen, por fríos que puedan llegar a estar, nunca se arrepentirán de escribir lo que han escrito, de escuchar lo que han escuchado, de ver lo que han visto, de tocar lo que han tocado, de señalar a quien han señalado, ni de proteger lo que han protegido.
En conclusión, 2012 ha sido un año irremplazable, absolutamente progresivo, en el que he conocido, por primera vez en muchos años, la condición de libertad que pocas personas han llegado a mantener. Y ni si quiera necesito esperar a que se consuman todos los días que quedan antes de las campanadas para confirmar la veracidad de estas afirmaciones, pues las propias circunstancias se han encargado de concederme el postre más dulce que pudiera haber imaginado antes de que todo esto pasara; para mí el 2012 terminó el 30 de noviembre. Lo que aconteció y acontecerá del 1 de diciembre en adelante no merece formar parte de un conjunto tan desastroso y traumático.
Y como último hecho, que recordaré siempre como una sentencia de libertad, una de las personas más importantes que forman mi universo (aunque nadie, incluida esa persona, llegue nunca a saber que lo es) me dijo hace poco lo más especial que nadie ha podido decirme nunca: "Vuelves a ser tú. Estoy orgulloso. Vuelves a ser el Alejandro que yo conozco".

sábado, 20 de octubre de 2012

"Amaral", esa forma de estar en el mundo.

No sé cómo empezar, ni cómo acabará esta entrada, que esta vez será más tangible de lo normal en este blog. Lo que en ella trataré parte de un evento con fecha, lugar y anécdotas, el concierto en Madrid del 18 de octubre, la gira en general, pero tiene unas raíces extremadamente profundas en lo que ha sido la presencia de sus canciones a lo largo de los desastrosos años que han transcurrido en mi vida desde que empecé a escuchar la voz de Eva y las guitarras de Juan, allá por mis doce años, y supongo que más de lo mismo en cuanto al resto de fans y todos aquellos que han encontrado algo excepcional en sus letras y melodías. Quizá, y probablemente cometiendo cierto atrevimiento por encima de la temática inicial, me centraré algo más en esta segunda observación. Por tanto, supongo que todo lo escrito se irá desglosando a partir de lo acontecido en último lugar; sin embargo, no soy ni puedo ser conocedor de todo lo respectivo al grupo, a lo que hay alrededor o lo que hay en otras mentes; me limitaré, como no debería ser de otra forma, a exponer lo que hay en la mía...

El evento en particular, más allá de la organización y del transcurso de lo planeado, en lo cual no hubo ninguna anormalidad destacable, fue de lo más especial. Y para ello existen diversas razones; no sé si por haber ofrecido alojamiento a Andrea, dado mi amor incondicional hacia el Norte y generalmente hacia la gente que de allí procede (algo probablemente muy relacionado con mis gustos por la lluvia, el frío, la seriedad...), bien porque hacía mucho tiempo que no conocía a un grupo de personas tan maravillosas y pasaba un día tan agradable en compañía de alguien que no fuera un conocido de toda la vida, o bien porque llevaba demasiado tiempo sin emocionarme así con un concierto. Por una cosa, por otra, o por todas a la vez, he de reconocer que no olvidaré fácilmente lo de ayer.
Me guste o no, suelo ser bastante decantado hacia lo triste, depresivo o emotivo, por lo que todo esto siempre provoca un efecto más rápido que lo contrario. De esta forma, el terreno estuvo bien preparado desde el grisáceo y lluvioso amanecer, algo que no conseguí ignorar ni con un libro de Eduardo Mendoza entre las manos. Tras abandonar a Andrea y a Ainhoa en el metro, acudir a una entrevista de trabajo cuyo desastre se forjó entre las limitaciones ideológicas de alguien cercano y pasar por casa para comer y cambiarme de ropa, todo empezó a mejorar hacia lo que sería, con gran certeza, el mejor día que he vivido en esta horrible ciudad en muchos meses. Las horas de espera se hicieron cortas en la cola, muy buen ambiente y un sinfín de cosas que habría echado de menos en otras circunstancias. Dentro de la sala, una posición inmejorable en la que consiguieron encontrarme el resto de personas que venían conmigo y que no habían aparecido antes. El señor Pablo Arribas, o mejor dicho, Pichurra, se encargó de calentar motores con una extraña selección de buena música; el momento Vetusta Morla del principio me deprimió un poco, al no tener allí nadie a quien besar (quizá sí lo hubo, pero eso queda reservado para mi blog privado), que es lo único que se puede hacer en momentos así, de los que hubo unos cuantos a lo largo del concierto, pero terminó de convencerme con Mrs. Robinson y algún que otro clásico que me hicieron entrar, como dice Enrique, "in the mood" con la intensidad que necesitaba.
Respecto a las más de dos horas de concierto, no me atreveré a hacer ningún comentario tan específico; supongo que todos los que allí estuvimos nos quedamos sin palabras para describir tales vibraciones; por tanto, bajo ningún concepto osaré destacar cualquier detalle negativo, pues si lo hubo, no merece ser nombrado en lo que pretendo que sea mi humilde y resumida narración de un acontecimiento del que nunca me arrepentiré de haber formado parte. Bajo estas condiciones, queda poco que comentar; Eva nos hizo recordar (si es que alguna vez alguien lo había olvidado) por qué la adoramos, por qué aquellas letras no pueden pertenecer a ninguna otra voz del planeta, como no puede haber otras manos que se apropien de sus correspondientes acordes y (a mi parecer, perfectos) punteos, si no son las de Juan, que volvió a hacer gala de su más característica sobriedad enamoradiza sobre el escenario y, quizá con el mismo propósito, de su emotiva fuerza musical inútilmente escondida bajo su intachable actitud de voz en grito reprimida por impotencias y rebeldías, directamente plasmadas sobre cada nota, cada efecto y cada verso de unas letras cuyo significado supera los límites de la verdad cada vez que alguien las escucha.
Al finalizar el concierto, antes de que nadie terminara de asimilar lo que había tenido lugar en la más exitosa combinación de circunstancias, una larga espera a las puertas de una noche húmeda se vio recompensada con la presencia de los héroes (no comparto eso de "un día nada más"), sus firmas y algunas fotos. Tras ello, y contando con el creciente agotamiento físico de todo ser vivo allí presente, la madrugada empezó a adquirir niveles de surrealismo dignos de un autor de Seix Barral, que casi no habría imaginado vivir en mi propia ciudad. Aún así, las mentes no acabaron del todo trastornadas, pues mantenían la más pura ilusión antílope, así que ningún momento dejó de ser memorable. Unas pocas horas de sueño y éste empezó a disolverse poco a poco; algunos afortunados continuaron la ruta salvaje hacia la ciudad Condal, otros desaparecieron antes de que mi subconsciente pudiera soltar un mísero quejido de desconsuelo, y el resto, como Andrea, regresaron a su ciudad. Y tras volver del aeropuerto de Barajas, cuyos pasillos han sido escenario de mis decepciones más amargas, comienzan todas las pajas mentales que me han llevado a escribir esto.
Supongo que todo lo anterior ha puesto de manifiesto que entre los múltiples grupos, cantantes, etc. que me gustan, Amaral es por excelencia el primero, y preveo que así será siempre. Cuando empecé a tocar la guitarra, lo primero que aprendí fueron canciones de Amaral, que posteriormente fui perfeccionando dentro de mis limitaciones; los recuerdos más intensos que tengo desde siempre, tienen su música como banda sonora. No les faltó intensidad, en sus respectivos momentos, a otros grupos importantes en mi memoria, tales como Coldplay, The Cranberries, Bob Dylan, James Blunt, Dire Straits, los maravillosos Simon y Garfunkel, U2, Keane, Los Secretos, The Beatles, The Killers e Ismael Serrano. Sin embargo, Amaral no ha tenido "su época" en un momento determinado; ellos han tenido (y siguen teniendo) una época constante, siempre ha habido una canción suya para cada momento, para cada alegre recuerdo, para cada trago amargo y alguna que otra tragedia. En este último término se podría decir, y sin pretensiones de exagerar lo más mínimo, que Amaral me ha salvado la vida en varias ocasiones, y me la ha arrebatado, dulcemente, en otras tantas.


jueves, 11 de octubre de 2012

El poder de la incertidumbre

A veces pienso que soy un simple observador. Y con esto no quiero dar lugar a malentendidos. Hablo de los dos contrapuestos y hermosamente relacionados conceptos que pueden derivarse de esta palabra. Un observador se define como aquél que contempla un suceso, sin intervenir en él, pero esto no le quita cierta influencia. Según la física cuántica, desde algunos experimentos hace ya bastante tiempo realizados por maestros como Heisenberg o Schrödinger, la observación de un suceso supone, con altas probabilidades, cambiarlo, como si el observador formara parte de los factores que intervienen en su realización y, en efecto, así parece ser, y cada vez con más frecuencia. Esto se experimentó a nivel cuántico, atómico, pues pareció ser que al intentar descubrir el carácter ondulatorio o corpuscular de los fotones, la única conclusión a la que se llegó fue que ambas suposiciones eran igual de ciertas, o igual de susceptibles a la experimentación, pues los fotones se comportan como ondas y como partículas al mismo tiempo, y no se puede deducir ninguna otra solución alternativa recurriendo a esta observación tan misteriosa; pues bien, los análisis pertinentes posteriormente realizados en situaciones y condiciones diferentes no ofrecen resultados muy distintos, y esto contribuye a los principios de incertidumbre del primer científico citado, complementados con los del segundo, teniendo en cuenta lo que esta palabra denota; la belleza de la incertidumbre, por tanto, no reside en no saber qué sucede, sino precisamente en plantear ambas posibilidades al mismo tiempo (algo gráficamente muy comprensible en el famoso experimento del gato), y esta serie de incongruencias científicas a nivel objetivo consiguen mostrarnos un mundo de posibilidades infinitamente más bello fuera de la ciencia.
Retomando la introducción, así es; me considero observador e interventor a partes iguales, al mismo tiempo, y sobre los mismos hechos que, dentro de mis limitaciones, no van más allá de mi propia vida. Tengo la sensación de ser un simple testigo silencioso y maniatado de aquello que pasa, y sin embargo, todo lo que me rodea se encarga continuamente de demostrarme que, para mi sorpresa, soy al mismo tiempo la parte más importante del funcionamiento de aquello que observo; en primer lugar, porque siendo consciente de ello, se me garantiza que siempre tendré cierto poder para intervenir, aunque ese poder mínimo se rebaje al mero conocimiento del suceso; en segundo lugar, porque en caso de no conocerlo, según este famoso principio de incertidumbre, de no ser observador y testigo directo del suceso, corro el grave peligro de plantearme diferentes sucesos (el suceso inicial en sí, además del resto de sucesos posibles alternativos al primero) como hipotéticos y como ciertos en la misma medida, por lo que el hecho de presenciar una sola de esas posibilidades, ya está decantando el curso de la realidad por un solo camino. Es más, para decidir esto, yo mismo, como observador, tengo en mis manos la decisión de no serlo y dejar que la realidad (o mejor dicho, la incertidumbre), intervenga y decida por mí en la realización de este tal suceso.
PD: Espero que se comprenda la infinidad de comparaciones y alusiones emocionales que se pueden lograr con esta descripción, cuanto menos, extraña y, en cierta medida, posible.

domingo, 9 de septiembre de 2012

Wheels move again

Parece que las madrugadas hasta altas horas de la oscuridad o incluso hasta la salida del sol se convierten en un hábito, una costumbre ya completamente arraigada en el comportamiento de lo que intentas definir como aquello que crees ser. Viejas glorias del rock en los altavoces, como siempre, o mejor dicho, para siempre. Las cosas cambias, todo se vuelve diferente ahí fuera, y puede que también lo haga aquí dentro, en tus textos, en tu cabeza, en tus dibujos, en tus deseos, pero la forma de reflejar todo ello sigue y parece que seguirá siendo la misma, o al menos no cambiará demasiado. Es uno de los minúsculos alivios que aparecen en lo que se podrían considerar como primeras costumbres reconocidas en los pocos años de vida que quedan a tu espalda, una peculiar forma de establecer una base para tu identidad, un mínimo del que no podrás bajar, aunque tú o alguien ajeno lo intente. Sin embargo, hay otros aspectos que se han vuelto más ambiciosos, más elaborados, más rodados. Quedan atrás algunos deseos de hace no mucho tiempo, las sensaciones de agobio, de arresto emocional entre los límites de momentos anteriores; ahora comienzan a aparecer otras perspectivas de lo que debería ser de otra forma, de lo que ya ha sido y por tanto debe evolucionar, aunque esto nunca ha dejado de suceder, pero puede que el hecho en sí llevara algunos meses estancado, repetido, monotonizado hasta el punto de no ser capaz de ofrecer otra alternativa para el futuro. Durante un tiempo tu imaginación parecía haberse detenido, tus esperanzas por cambios y novedades parecían haberse atrofiado en lo que para un animal deja de ser su mundo conocido para convertirse finalmente en una falta incluso de curiosidad por saber si existe algo más allá de lo que uno espera, que no es otra cosa que una evolución hipotética muy limitada de lo que ya se conoce. En este último sentido existen personas que, debido precisamente a estas limitaciones cognitivas, y no sólo la falta de curiosidad, sino al miedo a la novedad, a lo desconocido, no sólo ven detenida su evolución imaginativa y sus expectativas, sino que además se encargan activamente de limitar todo esto mucho más allá de lo que es natural, y crean mecanismos artificiales y muy personalizados de defensa contra todo aquello que les pueda aportar conocimientos, experiencias (y lo que es más peligroso de cara a sus miedos) y deseos que pueden no haber conocido antes. Y con este último ejemplo creo que está de más hacer cualquier alusión más explícita al tipo de personas a las que me refiero.

Bienvenidos a septiembre.

sábado, 11 de agosto de 2012

Un diminuto punto de inflexión.

Es improbable que mis entradas se transformen en algo reconociblemente positivo en su sucesión, pero sí se puede (siempre ha sido así) apreciar algo distinto en lo que a un cambio de temporada (sencillamente, otro más) se refiere en aquello que las inspira. Esto se manifiesta, aunque no radicalmente perceptible, en una ligera modificación del diseño principal, en la cabecera y en la distribución del resto de componentes (gadgets y demás elementos que pretenden aportar personalidad a este blog), llevada a cabo con la esperanzada intención de redefinir los parámetros en los que se reflejará aquello en lo que se ha convertido su autor desde que dicho blog se creó.
El blog ha sido modificado en escasas ocasiones, aunque la razón nunca ha sido tan relevante como la actual; sin embargo, el cambio realizado es uno de los más discretos que se recuerdan en toda esta conjunción de núcleos sentimentales, plasmados en textos y extraños relatos salidos de lo más íntimo y delicado de lo que no se puede decir en voz alta ni comunicar a alguien de forma directa. Es por este último motivo por el que quiero, aunque sea con una breve entrada a la que pocos prestarán la atención que se merece, dejar constancia explícita de mi conciencia sobre este cambio y sobre su inspiración, además de las consecuencias que se esperan de él. Una de las características que también cabe resaltar de esta transformación en el diseño es que precisamente el diseño es lo único que se ha modificado discretamente, y con ello surge la conclusión de que sólo se pretende, como consecuencia, un cambio en la percepción visual de la lectura de los boletines que aquí se publican. La relación que se pueda establecer entre este cambio de apariencia y otros posibles cambios de carácter más profundo en la mente de su creador será responsabilidad de los lectores, cuya incertidumbre a la hora de confirmar dicha relación será precisamente lo que saque a relucir el valor implícito que cada uno da a su particular lectura de lo que aquí es publicado.

Un saludo a todos los lectores, sean puntuales o frecuentes, de lo que no pretende ser un diario, una vía de escape, un apunte secreto, una llamada de socorro, ni un consejo escondido, sino todo al mismo tiempo.

jueves, 9 de agosto de 2012

Take it back

Y sí, hay veces que la vida alcanza alturas imprevistas anteriormente. Perspectivas nuevas, o quizá las mismas de antes, pero renovadas, descubiertas. Nadie sabe cómo ni por qué, aunque hay quien sí lo sabe, y no osa decirlo, quizá por cortesía y respeto, quizá por cobardía. Todo se sabe, la clave es quién, y qué hará con ese conocimiento. Por eso no quieren que lo compartamos, pero tales disquisiciones aún quedan lejos, da igual si por delante o por detrás, ya llegará o ya existió su momento. El caso es que continuamente se renueva la percepción de que la vida (o lo que llamamos vida) va por temporadas, y cada vez se hace más intensa la sensación de que es inevitable decidir su duración y su carácter, ya sea por pereza o por miedo a admitir la responsabilidad de la catástrofe que podría resultar de lo que ni si quiera entendemos que sean nuestras decisiones. Todo gira en torno a núcleos cambiantes, y eso es lo que nos perturba; hemos sido educados, concebidos, instruidos en el instinto adquirido de esperar que todo gire siempre en torno al mismo núcleo, de forma que nuestro trabajo en comprender lo que tenemos que esperar se vea reflejado en una futura, inexistente e ilusa esperanza de poder relajarnos en cierto futuro, pensando que hemos adquirido la capacidad necesaria para saber actuar en algo que ya conocemos, pero es entonces cuando llega el cambio, ese cambio de núcleo, que nos hace desesperar y darnos cuenta de que otra vez nos encontramos en medio de la nada, sin saber una mierda, y sin que todo lo aprendido anteriormente sirva para nada, salvo para aprovecharlo en posibles situaciones similares que nunca se darán. Cierto profeta del rock dijo hace tiempo que la vida es demasiado corta como para saber algo, y tenía toda la razón, aunque según esta cadena de razonamientos, puede que por poco tiempo, y así parece ser:

"Pensaba que sabía más cosas que otros, que estaba en un nivel superior, hasta que todo cambió (o siguió siendo como llevaba tiempo sin volver a ser) y me di cuenta de que no sabía una mierda, que seguía en el mismo punto en el que los demás te enseñan y tú aprendes, callas, tragas, asientes con la cabeza y absorbes aquello de lo que ya creías haberte impregnado en el pasado lo suficiente como para sentarte en tu cama y pensar que eras ese puto dios del que nadie quería saber nada".

miércoles, 4 de julio de 2012

They were all equal

Todos los presentes, y también los ausentes, arrastraban sobre sí la misma tragedia que los demás. Todos compartían el mismo drama que llevaba atormentándolos desde siempre, y que lo haría hasta los respectivos fines de sus vidas. Todos con sus frustraciones, sus inútiles deseos, con la armoniosa y cómoda sensación de haber hecho lo correcto en sus decisiones, y sin embargo, con una amarga convicción común de ser almas errantes esperando una sentencia colectiva que ni el propio dios que habían inventado sería digno de dictar. Respiraban el mismo aire de decepción, primero con los demás, después consigo mismos. Esta decepción era la más profunda y oscura que se puede imaginar, la de haber cometido un error sin solución, algo en lo que no se podría retroceder, y cuyo enmiendo hacia adelante resultaría más difícil y humillante que el propio error.
Ya no servían los lazos familiares, carecían de utilidad las amistades, contactos, recuerdos de personas que en su momento fueron significativas, y demás influencias presupuestas a lo largo de la socialización de cualquier ser humano. Lo único con lo que contaban allí eran los acuerdos implícitos creados por miradas o por suspiros de aprobación ante el mismo estímulo. Incluso los acuerdos implícitos dentro de lo implícito, si es que se puede concebir algo así, eran válidos. Esto último sucedía cuando uno de los presentes veía en el de al lado una lágrima derramada, y al mismo tiempo el segundo percibía el reflejo de los ojos húmedos del primero, pues no eran necesarios gestos, palabras ni miradas para que supieran que ambos lloraban por razones, al menos, parecidas, pues estos llantos serían, en primera y última instancia, la misma respuesta, en el mismo momento para todos, en el mismo lugar.
Todos estos experimentos resultaron siempre interesantes para los artistas de la banda que solía tocar todos los sábados en "Shelter from the storm", en la terminación Oeste de la calle más ventosa de toda la ciudad. Les gustaba ver cómo reaccionaban los presentes ante cada tracklist, ver realizado su poder para hacer emerger de ellos hasta las emociones más ocultas, los recuerdos más reservados, los deseos más reprimidos, las esperanzas más perdidas. Cada vez que el conjunto se hacía oír, se podía distinguir a quienes se dejaban afectar más por las letras de quienes saboreaban con mayor detalle los solos de una eléctrica levemente reverberizada y con ciertos toques de un chorus mágico que erizaba los vellos más adormilados que algunos intentaban mantener inmóviles metiendo sus tragedias en un inútil baúl de los olvidos. Sin embargo todos, absolutamente todos demostraban noche tras noche que procedían de la misma cultura, que hablaban el mismo idioma no verbal, y que habían cometido los mismos errores a lo largo de sus falsamente independientes vidas, porque todos eran humanos, y precisamente eso, y no otra cosa, es lo que los unió para siempre durante aquellos conciertos; se dieron cuenta de que eran todos iguales.

martes, 3 de julio de 2012

Hasta que los relojes se detengan...

Probablemente, y de alguna manera, regresas al origen de aquello que siempre te resultó sano en el mayor de los sentidos. De alguna manera vuelves a ese lugar para volver a encontrarte a ti mismo, aunque no sabes si conseguirás regresar al yo de siempre, o lo que es más probable, te quedarás en un yo evolucionado, mutado, quién sabe si complementado o parcialmente destruido en el que buscarás algo nuevo (o quizá algo anteriormente ignorado) que te enseñe a partir de este punto de inflexión tan señalado, tanto por tu entorno como por tu llama interior, que sincroniza los caprichos desesperados de tu mente con las necesidades mágicas de tu identidad. De lo que estás seguro, o al menos lo suficientemente convencido, es de que todo esto supone un progreso, un avance en positivo . Aunque lo más probable es que al final no sea así. Tienes cada vez más miedo de haberte convertido en aquello que siempre quisiste evitar, en ese ejemplo que siempre has intentado no seguir. Pero no eres sobrehumano. Sigues acostándote con la ilusión de que alguien, en la soledad de tu cama, en la fría oscuridad de tus noches, te haga una caricia desde lejos, se acueste a tu lado, te proteja de ti mismo, de tus miedos más sobrios.
Pero sigues obcecado en esa ilusión de creer que has conseguido algo bueno, que no eres de esos que tropiezan infinitamente con las mismas piedras, a pesar de que sea precisamente eso lo que te has demostrado a lo largo del tiempo. Y compondrás canciones a partir de ahora. Has superado ese limbo emocional en el que decías que te encontrabas, parece que ha vuelto la inspiración para los cuadros, para la música, para el alcohol, para la administración constructiva de todas esas amistades y afectos que te queman en los juegos del azar y del tiempo, los que poco a poco se van disipando, los que llegan de nuevas, puros, sin malos recuerdos, esos que tienes ganas de explotar hasta que se contaminen, como todos los anteriores. Aunque, para consuelo tuyo y frustración de ese maldito patrón que siempre intenta repetirse, hay algunos afectos que nunca se contaminan, y en eso reside tu esperanza y tu posible desdicha.
Es aterradoramente maravilloso intuir que, en posible contradicción, son los cientos de canciones los que inspiran el conjunto de tu pensamiento, o posiblemente al contrario, es tu pensamiento el que, en una coincidencia mágica con el de todos esos compositores e intérpretes, inspira tales obras de perfección sónica, que encajan indescriptiblemente bien con todo lo que puebla y turba tu cabeza. Los momentos de "vive tú, que yo no puedo más" se mezclan en un amargo y fundido contraluz con los de "no sé exactamente qué, pero tenemos algo muy especial que celebrar".
Y sí, tienes unas ganas enormes y pavorosas, no se sabe bien si para siempre o solo por un tiempo, de reencontrarte con la verdadera responsable de todo lo que ha venido moviendo tus aguas de esa manera tan falsamente azarosa desde que existes, la amada naturaleza que quiere arrastrarte hacia el suelo, embadurnarte de tierra mientras tu estómago se llena de luz y tus ojos gozan en la profundidad.  Mueres por volver a sentir que estás vivo de la manera más física y prolongada que pueda existir, y por supuesto, en la mejor compañía, ese eterno y rescatado afecto semisanguíneo del que no querrás alejarte nunca, y sabes que no lo harás. Tal vez sea lo único bueno que permanecerá en tus huesos a lo largo del tiempo, y tal vez eso sea suficiente para mantener tu energía, aunque sea de forma intermitente, hasta que los relojes se detengan.

-Eme-











jueves, 21 de junio de 2012

Stormy weather again?

Otra vez con la cabeza llena de tormentas, otra vez con los ojos húmedos la mitad del día, otra vez cigarrillos depresivos por la noche y canciones dolorosas por la mañana, otra vez ojeras y cansancio injustificado. Cuanto más tiempo libre, peor ritmo de vida, esto no puede ser. Y todo esto a raíz de unos pocos hechos que se juntaron de la manera más explosiva con los que llevaban tiempo ocultos en la sombra de tu olvido voluntario, ese que nunca se consigue, ese que pretende esconder bajo un manto de dolor aquellos recuerdos no resueltos, aquellas culpabilidades no catarsificadas. Y qué bello es todo en la práctica, a pocas semanas de conseguir el permiso de conducir, a unos días de ir a la playa y desconectar de todo, libre ya de clases, de abusos de profesores, de ineptitudes de compañeros estúpidos, de rumoreos e intervenciones indebidas en las vidas de los demás; qué bello parece el gran verano que se aproxima, y qué oscuro al mismo tiempo, tener que hacer algo con esos meses que quedan atrás, con todas las secuelas que todavía no se han disipado, y que no parece que lo vayan a hacer en un futuro relativamente cercano. Todo por haber pasado por ciertos rincones de la ciudad por los que no deberías volver a pasar nunca. Ciertos rincones de la calle Arturo Soria, de la calle Vital Aza, y ya no hablemos de San Blas... Todo por seguir encerrado en esta puta ciudad que algunos llaman Madrid, que nos absorbe a todos y nos envuelve en un manto de melancolías mal combinadas con culpabilidades indebidamente cotejadas en la Jefatura Superior de Morales y otros Inventos. Una serie de circunstancias que se juntaron con algunas canciones que nunca debiste escuchar, nunca, nunca, y encima en un día de lluvia. Todos los fantasmas que parecían haberse disipado en la nube de contaminación que cubre la ciudad, han regresado en cuestión de un par de días, y es con esto cuando realmente te das cuenta de que esos fantasmas nunca desaparecieron, y lo más doloroso de todo, que no sólo los ves tú. Esa es la parte más desgarradora de las secuelas, saber que hay otra persona que también las tiene, que hay otra persona a la que también se ha hecho daño.
Probablemente por eso el perdón más difícil no es el que se ha de dar a otra persona, si no el que se debe dar a uno mismo. Muchos no lo consiguen nunca.

Vuelves a ser un juguete roto en manos de nadie...

miércoles, 20 de junio de 2012

Tardes de invierno

En el corazón, las cosas funcionan de otro modo. No sé si más cruel, más ingenuo, o simplemente más pseudo-hemofílico. Que algo haya dejado de doler no significa que el daño esté reparado o que la herida esté curada. Simplemente significa que has aplicado buenos calmantes, pero no te librarás de volver a sentir ese dolor, aunque sea después de muchos meses, incluso años. Sólo hace falta un recuerdo, una canción, un lugar, un pequeño cambio en la dirección del viento para que todo el montaje vuelva a caer, y tú con él. Algo tan sencillo como la irrecuperabilidad puede doler más que la propia muerte. Y sí, aunque parezca gilipollas, masoquista o un puto inepto del aprendizaje emocional, seguiré defendiendo que amar y dejarse amar por alguien es lo más bello que se puede hacer en la vida, aunque después duela más de lo que se puede soportar.

[12.]

martes, 24 de abril de 2012

Ja no sóc per a tu

Escuchando canciones de un romántico depresivo, de otro tú que te canta en los íntimos altavoces de tu habitación, mientras unos duermen, otros estudian y otros follan, tú te fumas un cigarrillo con doble filtro que sólo te sabe a glorias quemadas entre los restos del whisky y las lágrimas que te esperan a la vuelta de los días, cuando todo acabe, cuando tu victoria se haga tangible y tus días en la guerra finalicen con el más amargo de los triunfos, el balance de los costes que se han empleado para un fin tan masivo y aparentemente aceptado. Es increíble el efecto de escuchar canciones nuevas, cuando son las adecuadas, las correctas, esas que por cosas de la casualidad te llegan en los momentos más débiles y consiguen entrar en esos rincones apartados donde guardas la amargura que te llega de otros que brillan sin ocultarla, de forma falsa, pero brillan. Las derrotas de otros que te acompañaron te golpean casi con la misma fuerza que a ellos, como si fueran pérdidas que se acumulan sobre tu bagaje, haciéndote dudar de si en algún momento fuiste lo suficientemente responsable como para provocarlas y ahogándote con la impotencia de saber que no fuiste el que tuvo el poder de evitarlas. Son demasiados los libros, las canciones y los poemas que hablan sobre lo bueno y lo malo, y tú, que siempre buscas una ínfima originalidad, te desvives por encontrar lo que hay entre medias, eso que la gente no sabe describir, pero que inexorablemente representa la causa y el laboratorio donde se conspiran todas las tragedias que, en vistas exteriores, parecen llegar siempre de golpe y de la peor manera posible; probablemente por eso se llamen tragedias. Un trago de ginebra no es un trago de alcohol sin más, una calada de cigarro se convierte casi siempre en la materialización de las impotencias, de las derrotas, de los triunfos, de los deseos por expresar, de las dudas interminables con las que millones de mentes se acuestan cada noche y se vuelven a levantar por la mañana, abrumadas por esa indeseable rutina que nos condena a todos a ignorar lo que realmente nos hace vivir. Necesito otro trago.

lunes, 9 de abril de 2012

Un héroe no puntual

Una completa falta de concentración en asuntos que realmente no aportan nada a tu vida. Eso es lo único que te sucede ahora mismo (como te ha venido sucediendo últimamente). Y eso es precisamente lo que sabes que dentro de unas semanas te puede joder, y frustrarte, y hacerte perder oportunidades. Y lo peor de todo, la forma, el motivo y el fin con el que te ves "obligado" a adquirir esa odiosa concentración.
Y luego te das cuenta de que los que salen por la tele no han seguido tu camino. No han seguido un plan de estudios, o una carrera, o un camino ya establecido para las masas. Los políticos que nos gobiernan son más incultos e ignorantes que los indigentes del metro. De los deportistas mejor ni hablamos. Y los ídolos musicales han creado ese mundo aparte, ese que se divide entre los que merecen ser golpeados con un bloque de cemento hasta morir y los que merecen ser recordados como héroes. Esos son los que salen en la tele y llenan los periódicos. A los estudiantes que se dejan los codos en la mesa y a los universitarios que descubren cómo funciona el mundo no los conoce nadie. A los que tienen algo que decir no los escucha nadie, a no ser que eso que digan produzca dinero. Parece que el interés económico de las palabras en público y las personas en general es inversamente proporcional a su utilidad. Ahí reside la desmotivación principal del estudiante actual. Sabiendo esto anterior, el hecho de estudiar parte de una sensación de fracaso precoz, en la que el estudio supone un paso más hacia esa condena que todos los fracasados están pagando continuamente. Miras a quien ha estudiado como un verdadero esclavo, a quien ha trabajado más de lo que nadie podría imaginar, y ¿dónde está? Pues seguramente en algún puesto monótono y sin salida, anclado en algún lugar al que tiene que acudir rutinaria y obligatoriamente bajo la amenaza de que todo aquello que cree haber conseguido a lo largo de toda su vida se devalore en forma de despido procedente. Son muy pocos los que consiguen destacar en algo, es muy baja la probabilidad (o debería decir posibilidad) de ser alguien que los demás conozcan, y lo más difícil, alguien útil en esa fama, alguien productivo, alguien que aporte algo más que incrementos en la ignorancia de las personas; en resumen, un héroe no puntual. Y los que lo son (o lo han sido), para tu sorpresa en este sentimentalmente tortuoso análisis de la puta mierda que está establecido que hagas con tu vida, te das cuenta de que no han conseguido ser quienes son a base de estudiar o de trabajar en silencio, sino a base de luchar en contra de la corriente, de hablar cuando todos los demás estaban callados, de cambiar lo que estaba mal, de revolucionarse en injusticias implícitas. Y lo que te encuentras tú al intentar tales actos en situaciones muy parecidas que se te pueden presentar son precisamente impedimentos para cambiar lo que todo el mundo sabe que está mal, y facilidades para seguir callado, para ser uno más y no influir en el transcurso de las circunstancias. Pero da todo igual. Ese "anger" que vas acumulando semana tras semana, algún día saldrá a la luz, y cuando eso pase, va a ser muy complicado frenarlo. Tus sueños son de los que se cumplen.

jueves, 15 de marzo de 2012

Un niño

Cuándo acabará la guerra. Puede que nunca. This is just another season. Another fuckin' one. Cuando sólo queda la sensación de que todo se ha perdido, o se ha ganado y no queda nada más por hacer, no parece haber, sin embargo, nada más que dudas y preguntas acerca de lo que se puede esperar, no ya del futuro, sino del presente. Anda uno sumido en ese limbo de sensaciones, debatiéndose entre la esperanza y la desolación, pues dicen que el corazón es como un niño: espera lo que desea. Y no sé si será siempre cierto, pero por lo visto los deseos de los niños, sus deseos más profundos y sinceros, no son otra cosa que algo justo, más o menos ambicioso, pero siempre justo. Y muchos dejan de ser niños en cuanto pierden la sinceridad de esos deseos, su legitimidad, su justicia. Eso se debe a que son contaminados con morales, cada cual de su cultura, con sus mierdas, sus prejuicios y sus frustraciones, que no hacen otra cosa que eliminar su moral inicial y meterles una corrompida por la suma de errores de toda la sociedad que les ha precedido. Por eso yo todavía me considero un niño. Porque yo no baso mi moral en vagas ideas que me han dado hechas y masticadas. Yo no baso mis juicios en teorías escritas por infelices y desamparados que han perdido el amor por su propia vida. Mi justicia todavía sigue intacta, y con ella mi deseo, supongo que más profundo que cualquier otra cosa, todavía justo, todavía esperado, porque yo aún, por suerte o por desgracia, espero lo que deseo, y deseo lo que es justo. Y si no lo es, que no se cumpla.

miércoles, 29 de febrero de 2012

It's too cold outside

Hiperventilaciones, ansiedades, pastillas, cigarrillos, cafés, cervezas, pajas, llamadas, lágrimas, golpes, sollozos, gritos, silencios...  sobre todo silencios. Demasiados silencios tan escandalosos de oídos para dentro. La doble decepción de no poder hacer feliz a alguien, porque ya no tienes lo necesario para hacerlo, y que te sigan doliendo las faltas y las carencias que sufriste en momentos en que otras personas tampoco disponían de lo necesario para hacerte feliz a ti. Te das cuenta de que lo que has creado es más grande que tú, y ya no puedes controlarlo, no puedes albergar sus dimensiones y su poder, y te retiras ahora, que tus fuerzas han dejado de comparables a las suyas, ahora que voláis a diferente altura y a diferente velocidad. Te retiras con ese inmerecido pero inevitable sentimiento de cobardía, de resignación por los propios deseos y las propias incapacidades, no se sabe si innatas o inducidas, pero al fin y al cabo presentes y decisivas en todo este juego, porque realmente, no es más que un juego en el que o se gana mucho o se pierde mucho. Vuelves a descubrir que hay cosas bonitas que no quieres volver a vivir jamás, porque si las vuelves a experimentar, recordarás de primera mano aquel tiempo en que fueron mucho más perfectas, y te dolerá tanto como si tu vida girara en torno al mismo fuego, que te quema hasta que no te importa seguir tocándolo. Y para eso, cómo no, siguen estando las putas notas de una melodía de una determinada canción, cada cual para su momento y época en tu vida, que te recuerdan y te hacen imaginar al mismo tiempo cómo han sido las cosas, cómo pudieron haber sido...  y cómo no serán nunca.

martes, 7 de febrero de 2012

Delirios de un neurótico

Resulta extraño intentar clasificar el tipo de sentimientos que inspiran tales malos gestos, cada vez mayores, cada vez más desmedidos, hasta el punto en que una persona te hace dudar de su propia identidad, de la tuya, de dónde coño habías sacado expectativas tan grandes que han caído tan a plomo, más bajo si cabe, de lo que está escrito en las leyes de lo posible. Resultaría absurdo, o probablemente vergonzoso por lo que alguien ha intentado que pienses de ti, pretender reflejar en cualquier tipo de expresión pretenciosamente artística cualquier resquicio de la rabia que aún te queda, rabia que en su día fue un intento frustrado de canalizar ese puto amor que no sabes dónde meter, pero que, a partir de ciertos indicios, cada vez estás más seguro de dónde no lo vas a meter. Y no es el desprecio lo que más te jode. Es el hecho de pensar que hay cierto malentendido en algún lugar, y eso, alimentado por el desdén y la indiferencia de quien no merece a estas alturas ser citado, hace que hayas perdido todas las ganas de volver a defenderte, porque abandonaste la guerra, aun mucho después de que dejara de merecer la pena estar en ella. Y ahora, menos que nunca, lo merece. Sólo quedan las ascuas medio apagadas de un fuego que, a día de hoy, empiezas a dudar si alguna vez existió, porque lo único que puedes recuperar de él son recuerdos amargos y residuos químicos muy desagradables, casi mortuorios, de lo que separó tu imaginación de tu esperanza, tu fortaleza de tu ilusión, y lo más grave, tu dignidad de tu orgullo.
Y sin embargo, en cierto modo, podrías llegar a reconocer el lado positivo de algo tan destructivo a priori, pues además de la tranquilidad individual de quien se deshace de una gran carga, por necesidad propia y ajena, con esfuerzo propio y ayuda no solicitada, has logrado desprenderte de los únicos reparos que podrían, en otro caso, herirte tras ese desgarro, tan violento y tan silencioso al mismo tiempo, tan repentino y, queriéndolo o sin quererlo, tan esperado, tan agónico. No es rabia lo que te queda. Es frustración por haberte visto como te viste, durante tanto tiempo. Frustración por no haber sabido cómo iba a acabar todo, pues de haberlo sabido, el mes de abril habría diferido en algo mucho más productivo, y por qué no decirlo, infinitamente más sano.
Tú, que nunca quisiste aceptar que todos los demás fueran tan egoístas y necios por alguna oculta razón común que te negabas a descubrir, ahora la has descubierto. Ahora es cuando sucede el dilema de si, como sería esperado, resignarte a pertenecer a esa parte que tiene su razón común y más que justa para ser lo que nadie va a cuestionar, o seguir luchando en contra de la corriente, en contra de los tiempos, incluso en contra de tu propia conveniencia.

domingo, 5 de febrero de 2012

Ciencia ficción

Imaginación, pensamientos, intenciones, deseos, resignaciones, logros que sólo provocan más deseos, necesidades, carencias, objetivos, incomodidades, ansiedad. La excitación que puede producir una determinada canción a raíz de los pensamientos que inspira cada estrofa, cada composición de acordes, cada cambio de octava, cada melodía, la posibilidad perfecta de hacer coincidir el final del estribillo con un orgasmo no fingido, de hacer coincidir con una mirada intencionada ese susurro que se asoma tras las sombras del bajo y la guitarra, el deseo de especular con los deseos igual que las películas de ciencia ficción, pues la experiencia ha hecho posible aprender que el futuro, cuando llega, suele ser infinitamente mejor que como ha sido planteado en muchas películas futuristas. Esperar que suceda lo mismo y, como ha sucedido otras veces, suponer que esos deseos se van a quedar pequeños cuando llegue ese futuro especulado y muestre su grandiosidad en comparación con los frutos de una imaginación frustrada y un deseo corrompido por la resignación de lo que no se ha recibido en los momentos puros de necesidad.

lunes, 30 de enero de 2012

Ele Eme

Aquí el imbécil de vuestro escritor, que tanto entiende de ordenadores y de javascript, después de meses enteros sin conseguir que las nuevas entradas salieran en el feed de los seguidores para que las pudiérais leer, ha descubierto dónde estaba el error. Ya podréis leerme cada vez que me dé un derrame cerebral. Os podéis pasar por el resto del blog por si queréis leer las entradas recientes que he escrito.
Y tras esta pequeña aclaración...



Otra vez te hallas aquí, sentado frente al teclado, leyendo los despropósitos de los twitteros y escribiendo los tuyos para deprimirles aún más, que para un lunes es un buen comienzo. Recordando esa semana catastrófica que has pasado, cuyas espectativas de fin de semana has visto superadas sin esperarlo, un muy buen comienzo para lo que puede ser un gran giro en tu vida, o al revés, un buen final para aquella parte de tu vida que necesitaba un giro, pedido a gritos día tras día, cigarro tras cigarro, en cada grito de Adele sobre el micrófono, con ese matiz de vodka salido desde lo más profundo de su garganta. Las cosas ya no son como estamos acostumbrados a verlas. O lo que es más desconcertante, las cosas empiezan a ser como no esperábamos que fueran. Empiezas a ver artistas reconocidos bebiendo de una botella de whisky antes de empezar una cancinón, ahí, en medio del escenario; empiezas a ver amigos que se ponen a fumar en el metro, ahí, en medio del vagón, sin que absolutamente nadie parezca molesto. Y esto parece sólo el comienzo. De alguna manera sufres el cumplimiento de esos deseos histéricos de empezar a ver cambios, y lo que es más histérico todavía, el hecho de que lleguen sin esperarlo y sin saber cómo serán, y al mismo tiempo esa incapacidad que tu odiada costumbre reserva para impedirte asimilar situaciones tan nuevas, tan refrescantes, tan exhaustivamente perfeccionadas por a saber qué hilo del indeterminismo. Algo tan presente y tan ausente al mismo tiempo, algo tan repentino por un lado y, por el otro, eso que llevaba tanto tiempo dejándose arrastrar y que ha mermado todas tus fuerzas más allá de los límites de tu resistencia. Hechos tan concretos, tan catalogados, tan citados...  y al mismo tiempo tan indescriptibles, tan inmemorables, pasivistas, agresivos, fugaces, borrosos, bipolares, caprichosos como la puta vida que te lleva de un lado a otro sin permitir que te quedes quieto en un sitio, no sea que te vuelvas a enamorar.
Aquella noche te sirvió para desinhibirte lo suficiente del peso de tus propios sentimientos muertos, esos que llevabas a tus espaldas por miedo a perderlos, o simplemente por falsa responsabilidad, acrecentada por impresiones cuya falsedad acabas de comprobar de una manera ciertamente dolorosa. Aquella noche te sirvió para darte de bruces contra lo que no esperabas sentir en mucho tiempo, y lo que es más despreciables para la imagen que tienes de tu propia experiencia, sentimientos tan pesados que llegaron con vientos tan ligeros.
Y todo reside en una Ele y una Eme. Tu marca de tabaco preferida.
Empezó por el sabor, por el cartón, por el diseño, por el paquete...  y terminó por ser la representación de las iniciales de esas dos personas que, hoy más que nunca, te traen de cabeza, no te dejan dormir, no dejan de influir en tu vida. Ellas saben quiénes son. Lo que alomejor no saben es el tipo de trastornos que pueden llegar a provocar en lo que percibes de la vida, de ti mismo, de lo que deberías dejar de esperar de las circunstancias, de las nuevas expectativas que deberías atreverte a crear.
Pero todo sigue siendo tan estático y tan fugaz al mismo tiempo, tan ligero y tan pesado, tan decidido y tan ambiguo, que, aunque hayas empezado a plantearte muy sinceramente tus decisiones y a conceder a tus deseos la importancia que siempre han merecido, todavía no estás lo suficientemente entrenado, no has adquirido el suficiente desparpajo sobre ti mismo como para arriesgar aquello que parece ser lo único que te mantiene a flote. Una presencia tan intensa en una noche y una ausencia tan silenciosa a lo largo de el resto de los días, aunque alejan tus pensamientos de lo real, dan a esa persona un magnetismo pragmáticamente indescriptible que, como una caja cerrada, te incita a acercarte aunque no quieras, a abrirla, a apropiarte de ella, a destruirla si es necesario, lo que haga falta para sentir que es tuya. Y puede que ese sea el problema. Puede que todo resida en que la quieres para ti, porque la que creías tener lleva demasiado tiempo hundida en el fondo del lago, demasiado tiempo sin ser tuya, aunque hayas hecho lo imposible por seguir creyendo que la tenías entre las manos. Un puto Pumuky mezclado entre la realidad y la ficción, como aquel personaje de Machado, que hablaba con él sobre quién era más inmortal, pues el autor tenía poder suficiente para asesinarlo como personaje en un par de párrafos, pero precisamente por ser un personaje, aquél jota sería, por el mero hecho de tener un nombre, infintamente más inmortal que su propio autor y, como insultantemente citaba éste entre aquellas páginas, más inmortal incluso que todos los lectores que pasaran sus ojos por su obra.

Y sí, me da igual morir de cáncer. Fumar me gusta casi tanto como hacerte el amor con la boca, aunque de momento sólo sea un deseo.

lunes, 23 de enero de 2012

UNTIL THE END STARTS

No sabes por qué estás tan asustado. Quizá sí lo sepas, pero no te atreves a darte cuenta. A veces los momentos de tensión obligada, esos en los que tienes que mantener el tipo pase lo que pase, te demuestran de qué estás hecho realmente, de cuánto más que los demás vales, o de cuánto los demás valen más que tú; descubres lo que realmente piensas, lo que realmente esperas de la situación; tu forma de ver la vida se concentra y se desnuda en unas pocas horas, en las que todo lo que haces, todo lo que piensas, todo lo que deseas, es el reflejo directo de tu actitud ante la vida. Y te da miedo seguir analizándolo todo, analizando a los demás, analizando las circunstancias, analizándote a ti mismo...  porque, como bien te dijo M hace ya un tiempo, si nos pasamos el día analizando, corremos el riesgo de no vivir, de habitar una dimensión paralela, creada por impresiones e ilusiones, pero nos olvidamos de lo más importante: vivir el presente y absorber sus sensaciones. Claro que esto no quiere decir que analizar, pensar y rallarse sea malo, pero es mejor intentar mantener una medida en todo eso. Aunque para eso siempre has encontrado pegas. Nunca te has dignado a averiguar si es porque te gusta o porque simplemente eres demasiado vago como para intentar rectificarlo, pero el caso es que desde que empezaste a gustarte, has renunciado a intentar abandonar ese camino de piedras picudas en el que caes cada vez que el de arriba se vuelve resbaladizo. Ya nunca piensas en hacer algo para evitar sufrir de una forma conceptual, tácita, individual. Te sucede normalmente con más frecuencia de la que a veces eres capaz de soportar, y eso te trastorna...  pero no piensas hacer nada para cambiarlo. Entre otras cosas, porque sucesos como éste son los que contribuyen a complementar la cambiante imagen que hace tiempo que empezaste a tener de ti mismo, esa que te gusta tanto y que crees que nadie se ha atrevido a entender del todo.
Y para colmo (y sin que otra alternativa más paliada fuera válida como mejor), para hacerte con la situación y suavizar esa tensión obligatoria por la que has tenido que pasar hoy, qué mejor (y realmente es al revés, nada mejor) que el libro más destructivo e incomprensiblemente adecuado para el momento, acompañado de la canción con las mísmas características, esas que, al menos hoy, se han cumplido. Un puto libro que ha creado un nuevo historial de tus impresiones en campos sumamente difíciles, que te ha ayudado a comprenderte a ti mismo en cosas que nunca se estudian en aulas ni se tratan en tesis doctorales, un nuevo historial que, como los consejos de tus amigos y de tu padre, parece pretender ayudarte en esas decisiones tan dolorosamente difíciles, pero que en realidad sólo entorpece el proceso de elección, pues a la hora de sopesar las distinas opciones, hay cada vez pesos más variados y más complejos en ambos lados de la balanza, y eso, aunque por un lado te destruye, te encanta, y no sabes hasta qué punto, aunque te cueste entenderlo y reconocerlo.
Es bochornosamente insultante la intensidad con que has acogido ese chorro tan brutal de tu propia filosofía hallado entre las páginas de ese libro, así de repente, algo tan necesitado como inesperado; puede que incluso esos dos rasgos tengan su propia relación de reciprocidad entre ellos. Algo demasiado obvio como para asumirlo razonadamente.
Ha influido todo, absolutamente todo. Has aprendido infinitamente más en las ocho horas de hoy en el hospital que en dos cursos en esa puta mierda de instituto. Hacía demasiado tiempo que no veías llorar a los adultos. A algunos, hoy por primera vez. Esos que parecen tan experimentados, tan taciturnos, tan serenos, tan preparados, tan fuertes...   te has dado cuenta de que a veces, aunque te tripliquen la edad (o alomejor precisamente por eso), también llegan momentos en los que no son lo suficientemente fuertes, y también se derriban, delante de ti, sin ni si quiera querer evitarlo. Esas lágrimas valen mucho más que las tuyas, por el simple motivo de que las has visto. Puede que sea cierto eso que dicen: a veces las personas no lloran porque sean débiles, sino porque llevan mucho tiempo siendo fuertes. Puede que todo dependa de cuánto tiempo signifique eso para cada persona.

sábado, 21 de enero de 2012

Algún día se convertirá en algo grande...

Algunos estamos empezando a vivir en un mundo en el que Twitter es una de las soluciones más asequibles para, de alguna forma, intentar no sentirnos tan absolutamente solos.

No es buena señal que a tu edad ya estés cansado de cosas de las que no se cansan otras personas a los ochenta años. Estás asustado y a la vez irascible por culpa de un mal diseño en el que tú no eres una de esas piezas auxiliares que se pueden colocar de cualquier forma, aunque el resto de la máquina se haya construido de mala manera y sin enmendar los errores. No encajas. Y hay mucha gente que tampoco encaja, pero tienen los santos cojones de resignarse, de aceptarlo, de adaptarse, de cambiarse a sí mismos para que el resto del sistema, que desde el principio está hecho para dejar de funcionar en el primer uso, siga funcionando sin prestarles atención; han tenido el valor de resignarse a no ser nadie, a casi no quejarse de las deficiencias de algo tan grande que les da miedo cuestionar; en primer lugar, porque no saben por dónde empezar, y en segundo lugar, porque les han enseñado, con ejemplos innumerables a lo largo de la historia, que las hostias siguen cayendo sobre quien habla de más y el que paga el pato siempre es el que se atreve a decir lo que todos piensan, pero sólo él se atreve a decirlo. Y ese es el problema fundamental. Cuando es uno sólo el que se atreve a abrir la boca, es muy fácil reprimirle. Da igual que los demás estén de acuerdo. Si se quedan callados, no hay nadie más a quien reprimir. Y el funcionamiento sigue siendo erróneo. Y de eso estás cansado. Sí, con diecisiete años de mierda, casi dieciocho, pero siguen siendo pocos. Una puta mierda, insuficiente para estar cansado. Puede que el problema esté mucho antes. Puede que hayas comprendido el objetivo del sistema; el objetivo del buen funcionamiento, y el objetivo del mal funcionamiento, algo también intencionado y en pocos casos, en muy pocos casos, algo que se pueda comprender como algo accidental. Puede que lo hayas comprendido antes de tiempo y te halles encerrado en una serie de enfoques conceptuales muy distintos a los que te corresponderían por estas alturas. Y por consiguiente, todo lo que acarrea eso.
Pero, ¿sabes una cosa? Ese problema es de ellos. Tú ya te has envenenado. Y nadie va a cambiar tu mundo. Tú vas a cambiar el de ellos. Será algo extremadamente difícil. Pero no puedes proponerte otra cosa, porque cualquier alternativa a eso sería demasiado poco ambiciosa para la imagen que el resto de circunstancias te han hecho tener de ti mismo.
Algún día estas palabras se convertirán en algo grande.
Alomejor hasta peligroso.
Puede que cuando eso suceda ya no tengas la suerte de estar aquí para presenciarlo... pero ese día llegará.

martes, 17 de enero de 2012

You can't keep like this

Aspirar una vez tras otra hasta marearte. A esto lo que le hace falta es un poco de chocolate. Una embriaguez gaseosa nunca viene mal. Además se consigue más rápido. Tengo miedo. Está asumido que todos tenemos miedo a los cambios. Pero yo me acojono mucho más cuando sé que algo tiene que cambiar y sigue como está, precisamente porque cambiarlo da miedo a priori, aunque sepamos que es necesario cambiarlo. Seguimos metidos en el puto refrán de mas vale lo malo conocido que lo bueno por conocer. Yo no quiero pertenecer a ese refrán tan derechista, tan conservador, tan reprimente, tan obsoletista, tan poco ambicioso, tan típico de fracasados que cortan las alas a quienes empiezan su carrera hacia el vuelo. No quiero pertenecer a eso. Pero claro, decirlo es muy fácil. A ver quién es el valiente que se atreve a cambiarlo. Depende también de qué. Todavía no te has decidido entre lanzarte a ese gran e intenso dolor que te puede provocar la primera opción...  o resignarte a seguir sufriendo ese dolor agudo y prolongado, silencioso, invasivo, al que te encamina la segunda opción. Pides que te ayuden a elegir, a convencerte a ti mismo de lo que estarías dispuesto a soportar...  y sigues engañándote, intentando cargar sobre otros lo que sabes perfectamente que solo depende de ti. Ahora es cuando te das cuenta, como en otros momentos decisivos, de lo que significa el valor, y de por qué tan pocos tienen la suerte de llevarlo en su historia. You can't keep like this.

miércoles, 11 de enero de 2012

PELUQUERO EN LLAMAS

Está volviéndose todo muy extraño últimamente. O muy distinto. Qué más da cómo, simplemente algo nuevo y sí, vale, muy extraño, pero te gusta. Siempre has estado en contra de esa clase de clichés acerca de las fechas, de lo marcado; siempre has seguido esas corrientes modales del estilo de "no hace falta esperar a San Valentín para decir a alguien que le quieres"; por tanto, nunca has creído en ese topismo, año nuevo, vida nueva. ¡No! Pero totalmente en contra de tus esquemas, casi si que lo percibieras y probablemente fruto de la más inocente casualidad, ha sucedido que, por primera vez pareces estar viviendo en otra vida, la de otra persona que no conoce los lodos en que te anduviste moviendo hace tiempo, y que si se lo cuentas, hace como si no se hubiera enterado. Un maldito cambio de año que te ha ilusionado porque has decidido ser tú, has comenzado a ser tú, y eso da mucho vértigo, pero es más divertido que estar todo el día bebiendo de ese lodo. Precisamente eso era lo que necesitabas; sonreír, divertirte, poner cara de embriaguez cada vez que recuerdas algo a corto plazo; y no podía ser de otra forma. El instinto de supervivencia, por fin, ha conseguido vencer a tu cobardía. Aún no del todo, pero por algo se empieza. Que haya otras personas que no lo están pasando bien ya no te parece un infantilismo, ya no te parece un problema ajeno que debas ignorar. ¿Por qué? Porque lo comprendes; ahora desde fuera, pero lo haces. A todos nos ha faltado afecto en algún momento. A todos nos falta. Sería estúpido negar que nos sentimos solos, a veces con una frecuencia que hasta nos asusta. Pero de alguna forma, y retomando ese asunto de los cambios, de alguna forma percibes esa facultad de sentirte feliz hasta cuando lloras, eso que te espera en un futuro no muy lejano, algo que ya has experimentado desde que empezó a morir el pasado año y sin que supieras cómo cojones se había logrado.
Y si hay que celebrarlo con alcohol, se celebra.

PD: Quiero comerte.

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viernes, 6 de enero de 2012

El sexo de las ideas ya no se prostituye. Se regala.

Por un lado diciendo que casi no recordabas la puta mierda que es estar solo, y por otro creando cierto tipo de ilusiones, defendiendo que este nuevo año es algo significativo, algo muy mejorado respecto a lo anterior, algo que te promete mucho más de lo que podrías esperar. No te quitas de la mente ese sabor agridulce de lo que fue, de lo que pudo haber sido, de lo que no fue, de lo que nunca será, y de lo que puede ser en algún momento de tu existencia. Vagando por circunstancias cada vez más cambiantes, empiezas a no saber muy bien quién eres y al mismo tiempo te alegras de empezar a ser alguien, porque de alguna forma has dejado de no ser nadie, o al menos nadie que no te gustara.
Los momentos, las fechas, las culturas, las costumbres, los cambios, las novedades y, sobre todo, el optimismo, hacen que no sepas muy bien lo que puedes esperar del futuro...  pero al menos puedes esperar algo. Del pasado ya no esperas nada. Sólo esperas que el pasado, ahora presente, que puedas recordar dentro de unos meses, no te duela tanto como ahora te duele ese pasado que recuerdas cada vez que alguna canción bien compuesta y correctamente aterrizada sobre tu vida te apuñala repentinamente, sin que puedas ni quieras defenderte del cóctel de pensamientos y misteriosas sensaciones que te puede provocar el simple hecho de asomarte a algún rincón de tu memoria que, por algún motivo cuyo valor no quieres volver a recordar, abandonaste en un momento dado, quizás no el más adecuado.

A ti, lector o lectora que estás leyendo mi primer delirio en 2012, a ti, seas quien seas, que te follas a mis ideas desde que sigues este blog, te advierto de que esas ideas, a partir de esta misma entrada, van a ser mucho más adictivas. Vas a necesitar algo más que una mala experiencia para querer dejar de acostarte con mis pensamientos. Mi sexo es adictivo.