miércoles, 4 de julio de 2012

They were all equal

Todos los presentes, y también los ausentes, arrastraban sobre sí la misma tragedia que los demás. Todos compartían el mismo drama que llevaba atormentándolos desde siempre, y que lo haría hasta los respectivos fines de sus vidas. Todos con sus frustraciones, sus inútiles deseos, con la armoniosa y cómoda sensación de haber hecho lo correcto en sus decisiones, y sin embargo, con una amarga convicción común de ser almas errantes esperando una sentencia colectiva que ni el propio dios que habían inventado sería digno de dictar. Respiraban el mismo aire de decepción, primero con los demás, después consigo mismos. Esta decepción era la más profunda y oscura que se puede imaginar, la de haber cometido un error sin solución, algo en lo que no se podría retroceder, y cuyo enmiendo hacia adelante resultaría más difícil y humillante que el propio error.
Ya no servían los lazos familiares, carecían de utilidad las amistades, contactos, recuerdos de personas que en su momento fueron significativas, y demás influencias presupuestas a lo largo de la socialización de cualquier ser humano. Lo único con lo que contaban allí eran los acuerdos implícitos creados por miradas o por suspiros de aprobación ante el mismo estímulo. Incluso los acuerdos implícitos dentro de lo implícito, si es que se puede concebir algo así, eran válidos. Esto último sucedía cuando uno de los presentes veía en el de al lado una lágrima derramada, y al mismo tiempo el segundo percibía el reflejo de los ojos húmedos del primero, pues no eran necesarios gestos, palabras ni miradas para que supieran que ambos lloraban por razones, al menos, parecidas, pues estos llantos serían, en primera y última instancia, la misma respuesta, en el mismo momento para todos, en el mismo lugar.
Todos estos experimentos resultaron siempre interesantes para los artistas de la banda que solía tocar todos los sábados en "Shelter from the storm", en la terminación Oeste de la calle más ventosa de toda la ciudad. Les gustaba ver cómo reaccionaban los presentes ante cada tracklist, ver realizado su poder para hacer emerger de ellos hasta las emociones más ocultas, los recuerdos más reservados, los deseos más reprimidos, las esperanzas más perdidas. Cada vez que el conjunto se hacía oír, se podía distinguir a quienes se dejaban afectar más por las letras de quienes saboreaban con mayor detalle los solos de una eléctrica levemente reverberizada y con ciertos toques de un chorus mágico que erizaba los vellos más adormilados que algunos intentaban mantener inmóviles metiendo sus tragedias en un inútil baúl de los olvidos. Sin embargo todos, absolutamente todos demostraban noche tras noche que procedían de la misma cultura, que hablaban el mismo idioma no verbal, y que habían cometido los mismos errores a lo largo de sus falsamente independientes vidas, porque todos eran humanos, y precisamente eso, y no otra cosa, es lo que los unió para siempre durante aquellos conciertos; se dieron cuenta de que eran todos iguales.

martes, 3 de julio de 2012

Hasta que los relojes se detengan...

Probablemente, y de alguna manera, regresas al origen de aquello que siempre te resultó sano en el mayor de los sentidos. De alguna manera vuelves a ese lugar para volver a encontrarte a ti mismo, aunque no sabes si conseguirás regresar al yo de siempre, o lo que es más probable, te quedarás en un yo evolucionado, mutado, quién sabe si complementado o parcialmente destruido en el que buscarás algo nuevo (o quizá algo anteriormente ignorado) que te enseñe a partir de este punto de inflexión tan señalado, tanto por tu entorno como por tu llama interior, que sincroniza los caprichos desesperados de tu mente con las necesidades mágicas de tu identidad. De lo que estás seguro, o al menos lo suficientemente convencido, es de que todo esto supone un progreso, un avance en positivo . Aunque lo más probable es que al final no sea así. Tienes cada vez más miedo de haberte convertido en aquello que siempre quisiste evitar, en ese ejemplo que siempre has intentado no seguir. Pero no eres sobrehumano. Sigues acostándote con la ilusión de que alguien, en la soledad de tu cama, en la fría oscuridad de tus noches, te haga una caricia desde lejos, se acueste a tu lado, te proteja de ti mismo, de tus miedos más sobrios.
Pero sigues obcecado en esa ilusión de creer que has conseguido algo bueno, que no eres de esos que tropiezan infinitamente con las mismas piedras, a pesar de que sea precisamente eso lo que te has demostrado a lo largo del tiempo. Y compondrás canciones a partir de ahora. Has superado ese limbo emocional en el que decías que te encontrabas, parece que ha vuelto la inspiración para los cuadros, para la música, para el alcohol, para la administración constructiva de todas esas amistades y afectos que te queman en los juegos del azar y del tiempo, los que poco a poco se van disipando, los que llegan de nuevas, puros, sin malos recuerdos, esos que tienes ganas de explotar hasta que se contaminen, como todos los anteriores. Aunque, para consuelo tuyo y frustración de ese maldito patrón que siempre intenta repetirse, hay algunos afectos que nunca se contaminan, y en eso reside tu esperanza y tu posible desdicha.
Es aterradoramente maravilloso intuir que, en posible contradicción, son los cientos de canciones los que inspiran el conjunto de tu pensamiento, o posiblemente al contrario, es tu pensamiento el que, en una coincidencia mágica con el de todos esos compositores e intérpretes, inspira tales obras de perfección sónica, que encajan indescriptiblemente bien con todo lo que puebla y turba tu cabeza. Los momentos de "vive tú, que yo no puedo más" se mezclan en un amargo y fundido contraluz con los de "no sé exactamente qué, pero tenemos algo muy especial que celebrar".
Y sí, tienes unas ganas enormes y pavorosas, no se sabe bien si para siempre o solo por un tiempo, de reencontrarte con la verdadera responsable de todo lo que ha venido moviendo tus aguas de esa manera tan falsamente azarosa desde que existes, la amada naturaleza que quiere arrastrarte hacia el suelo, embadurnarte de tierra mientras tu estómago se llena de luz y tus ojos gozan en la profundidad.  Mueres por volver a sentir que estás vivo de la manera más física y prolongada que pueda existir, y por supuesto, en la mejor compañía, ese eterno y rescatado afecto semisanguíneo del que no querrás alejarte nunca, y sabes que no lo harás. Tal vez sea lo único bueno que permanecerá en tus huesos a lo largo del tiempo, y tal vez eso sea suficiente para mantener tu energía, aunque sea de forma intermitente, hasta que los relojes se detengan.

-Eme-