martes, 31 de diciembre de 2013

Doce uvas amargas

Oh, vaya. Otra vez un teclado. O convendría decir, esta vez un teclado. Hace demasiados meses que no escribo desde dentro, desde algo más que un impulso de algo borroso de cuyas emociones apenas queda rastro pasadas unas semanas. Como si todo cambiase demasiado rápido como para que mereciera la pena dedicarle unas palabras efímeras (quizá precisamente por eso), o como si todo fuese en el fondo tan estático y tan siempre lo mismo, que resulta que ya está todo escrito y lo nuevo serían sólo pequeños matices actualizados de lo que a veces, como una montaña rusa, sube por unos sitios y baja por otros, pero no deja de ir en un sentido lineal, previsible y agotador.

Lo primero que recuerdo de este maldito dos mil trece, curiosamente, son días lluviosos entre embajadas y tiendas de sonido por la calle Barquillo, los ecos vacíos de los rascacielos impotentes de Nuevos Ministerios y las últimas historias que me contó tu voz. Compañeros efímeros, cañas insípidas en bares abarrotados y todo aquello que apenas parece un sueño lejano y mal contado. Muy felices, eso sí, los tiempos, los besos y los paseos por el Retiro, y todas aquellas veces tras las cuales nunca volví a pisar la calle Toledo con la misma serenidad. Y los sueños mágicos en compañía de aquella mujer que hacía las tardes menos amargas y la lluvia menos húmeda, cuyos padres me trataron siempre mejor de lo que nadie me ha tratado nunca en cualquier circunstancia. En fin, otro error, supongo, del estúpido muchacho inconsciente que nunca supo lo que quería y siempre se daba cuenta cuando era demasiado tarde. Aún no logro quitarme de la cabeza aquella mirada suya de silencio entre medias de un portal, la dolorosa huída por las últimas calles encharcadas que vi en Carabanchel al ritmo de "Push your head towards the air", mientras la amargura de otra decepción nos alejaba, no sé si para siempre, de un sueño del que nunca supe despertar del todo. Todo errores, supongo, desde entonces. Qué hay de aquella obra de remodelación en mi atormentado rincón, de cuyo último recuerdo sólo me quedaba ella.
En efecto, lo que debía ser un cambio a mejor, sólo fue la materialización de una serie de lo que llaman "catastróficas desdichas", el derrumbe manifiesto de todo lo que yo había construído hasta entonces. Y volví a caer. Y volví a recorrer aquella avenida a velocidad de crucero a las cuatro de la madrugada para intentar rescatar algo que también había roto yo. Desde luego, que así no se puede vivir. Y quedó demostrado; siempre sucede.
Después vinieron tiempos de abstracción, el ansiado norte y esos amigos geniales de prolongadas ausencias con los que nunca parece pasar el tiempo, y los calimochos y las fiestas en otra cultura, en algo menos alejado de mi temperamento que las desdichadas calles donde paso el resto del año. Pero es allí donde hay que volver, y después de tanto alcohol y tantas grabaciones de covers de Dire Straits, uno tiene que dar la cara y tomar decisiones. Y escribiéndolas al tiempo en un blog de lágrimas como éste, uno las toma, y no se arrepiente. Fueron tiempos vacíos, sí, pero muy bien maquillados con aquella canción de R. Lamontagne, "Empty", donde alguien me daba esas extrañas esperanzas inalcanzables de que todavía podía suceder algo bueno. Y lo único que sucedía eran las reformas del gobierno entre cortinas de humo, nada más. Semanas y semanas de nada, de desmotivación, de todo el mundo se ha ido, de echar de menos más de la mitad de lo anterior, y de no tener recursos para nada, ni si quiera el potencial y la creatividad se manifestaron lo suficiente.
Y después, tras buenas semanas de abstracción entre Pirineos y motores diésel de hace unos cuantos años, de ríos helados y cordialidades bienvenidas entre desconocidos con muchas cosas en común, llegó septiembre. Aquel mes del éxito y del fracaso en altas dosis, a partes iguales. Aquella decisión tan deseada y que tanto miedo me sigue causando incluso a día de hoy, acabar con diez años de combustión de un plumazo. Y aquellas horas y kilómetros por las calles de Madrid y ese Parque maravilloso que no volví a pisar sin ella. Otra época marcada por una canción, "Tunnel of love", en este caso. Todos esos "look where we are", aquellos "yellow" y algún que otro te quiero que terminaron, como no podía ser de otra forma, dada la nefasta coincidencia con otro vacío mayor, en eternas semanas de depresiones convulsas, de ataques de ansiedad nada más despertar, de demasiadas ausencias acumuladas y mal sincronizadas, de demasiadas horas dándome cuenta de que el puto charco de barro siempre fue más grande de lo que me atreví a pensar.
Y al final, nada de nada. Todo igual, y seguramente peor. Sólo vivieron para contarlo, moribundas, las últimas semanas de rutinas a medio cumplir, falsos mundos profesionales y más errores, ya no sé cómo ni por qué, sobre lo mismo, vuelos a ras de suelo sin alas y sin motor, pidiendo auxilio a gritos y sin nadie que se atreva, como es natural, a echar un cable a este cúmulo de desastres en el que todo el mundo cree que me he convertido con el paso del tiempo; y lo más importante de todo, que yo también lo creo.
Lo único bueno que conservo de este año son las escapadas fuera de Madrid, el brillo en los ojos de cada persona que me quiso sin yo merecerlo, y los dulces y escasos reencuentros que he vivido estas últimas semanas.
En fin, qué quieres que te cuente, si tú todo esto te lo has perdido. Cada vez se lo pierden más personas. Cada vez hay más ausencias en la mesa a la hora de cenar en nochevieja, y todavía hay quien pretende que me trague doce puñeteras uvas sin echarte de menos, sin pedir perdón a todas las víctimas de mis errores, sin creer que esta vez no me libraré de pensar en ti y en todos los demás cada maldito día del calendario, y sobre todo, hay quien aún pretende que me las trague con un falso brillo de optimismo en la mirada, como si en algún lugar quedara algo de certeza, de esperanza, de futuro, o como lo quieran llamar los que todavía no han perdido lo suficiente, que yo lo que he he perdido es la ilusión por todo y las ganas de sonreír, y que si me trago doce estúpidas uvas esta noche y me aguanto las ganas de llorar y salir corriendo hacia quién sabe dónde, sólo será por no darle un disgusto a tu madre, que cena hoy con nosotros, y bastante mal lo ha pasado ya en toda su desastrosa vida.
El resto te lo puedes imaginar como quieras, o me lo puedes preguntar el día que tenga el valor de verte la cara.

    Feliz año, independientemente de todo lo descrito, a todo aquel que me lea en las que son mis últimas lágrimas de 2013. Te deseo lo mejor.


martes, 26 de noviembre de 2013

Such a fright

De repente un día te acuestas, y te das cuenta de que tienes las manos llenas de ceniza. No sabes muy bien si de todos esos cigarrillos que te has fumado antes de darte cuenta de que te has quemado los labios, o de todas esas despedidas que ardieron entre tus manos, o si éstas se han erosionado demasiado rápido durante las guerras vacías que nunca supiste abandonar a tiempo. Quizá sean de alguien que ha muerto a tu lado sin que nadie se diese cuenta, lentamente, con los ojos abiertos y los pies aún en movimiento, en dirección hacia quién sabe donde, pero lejos, siempre lejos. Quedan en tus dedos esos restos polvorientos y oscuros de aquello que un día se volvió frágil, se desintegró en silencio y perdió para siempre su esencia, y lo que queda, pasados los meses y los años, es una burda recreación emocionalmente rota y amarga, blanca y gris, y que poco a poco va desapareciendo en el viento; sólo eso, ceniza.
Te hablan de actitudes positivas, de sonreírle a la vida, de ser fuerte.. Pero tú te preguntas, qué cojones va a saber de la vida alguien que nunca ha recorrido decenas de kilómetros vagando sin rumbo por una ciudad vacía y gélida, sin un mísero céntimo en la cartera, durante demasiado tiempo como para recordar a qué sabe la compañía, ni el sonido de un suspiro al llegar a casa, ni el significado de la palabra hogar, sin saber adónde han ido los que algún nebuloso día se hicieron llamar amigos, que por no quedar, no quedan ni enemigos de los que huir.
Siempre con esa obsesión, huir. Pero no es la palabra más apropiada. Ni si quiera es una puta palabra; al final es el resultado de nada, un modo de vida sacado de algún sitio en el que ya no cabía nada más. Ni si quiera sería correcto emplear ese término cuando huir es lo que hay detrás de cada cosa que se hace, que ir al trabajo es huir de casa, y volver a ella es escondernos de un mundo hostil que parece más oscuro entre desconocidos; tocar unas notas reprimidas en la guitarra no es otra cosa que intentar acallar ese silencio ensordecedor que queda después de cada discusión, al final de cada guerra, en el fondo del puto vaso. Y de eso trata el frío a veces, supongo. De meternos a veces un poco más de miedo en esa huída constante, de hacer que lleguemos a paso acelerado, que nos broten las lágrimas antes de escuchar una sola palabra de ella, o de él, y que, cuando lleguemos al último lugar que nos queda, sólo nos queden fuerzas para decir "oh, they gave me such a fright", y derrumbarnos después, ahí, en medio de alguna acera fría, al borde de la calzada, delante de alguna puerta que no sabemos si, al menos esta vez, habrá abierto alguien desde dentro.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Like a cigarette

Fue demasiado tiempo colgando, no se sabe muy bien de dónde. Suspendido en una niebla espesa y húmeda durante los primeros y eternos años de una ausencia sin retorno, recibiendo golpes sin saber de dónde venían, escuchando un viento que nadie sabía muy bien hacia dónde soplaba. Como una suspensión a demasiada profundidad como para saber dónde está la superficie. Faltaron las referencias. Y las que hubo, si es que alguna vez las hubo, desaparecieron. Y la constante frustración de rostro apagado que susurra a gritos lo que nadie parece asimilar desde una falsa sonrisa. Esa lúgubre certeza de intuir que nunca nadie es capaz de hacer las cosas bien del todo, que siempre falla la causa, o los medios, o las fuerzas, o los resultados. Esa oscuridad en el recuerdo, en la que nunca aparecen indicios que desmientan lo que el tiempo mantiene en la proa de sus amenazas clavadas a traición, un mensaje en magnitudes negativas expresado con esa cruel locuacidad de quien no tiene, por no tener, nada ya que perder en su falsa existencia; y todo cae, al final, como la ceniza de cualquiera de esos cigarrillos con los que se podría comparar cualquier circunstancia en su mismo efecto: que si nadie lo fuma, nada sucede, y si sucede, y alguien lo fuma, se acabará consumiendo, habiendo quemado en su ardor todo aquello que alguna vez, sólo en apariencia, haya merecido la pena. Y de eso hablan los ceniceros, de que no queda nada más que pequeños consuelos absurdos para engañar, a ratos, el ánimo de quien ha perdido algo que, en el fondo, no tuvo nunca.

miércoles, 30 de octubre de 2013

Por amor al arte

Las novelas históricas, y la literatura en general, resultan un digno homenaje a la Historia, que difícilmente merecería la pena recordar de otra manera. A menudo nos hablan de los hechos; son lo que recordamos, son lo que vemos. Pero qué vacío sería el mundo si no nos quedara más que eso. Con nostalgia y tristeza las más veces, y sin embargo con fortuna son las letras las que, al menos, permanecen en la esencia de lo hermoso para intentar llenar ese vacío. A menudo encuentro difícil acoger, en unas pocas palabras, la admiración que profeso hacia este arte tan noble, en el cual los pocos abatidos que un día quedaron en pie entregan lo que existe más allá de los hechos, e inmortalizan, desde su humilde lucidez, el verdadero significado del tiempo.

martes, 8 de octubre de 2013

Madrid

Recuerdo una de aquellas veces que fuimos a Barcelona. Una de aquellas innumerables veces que nos metieron en un avión, sin preguntarnos si queríamos ir, sabiendo que allí nadie nos preguntaría si queríamos volver. Solíamos viajar con miedo; cada vez nos esperaba algo distinto, aunque siempre era igual. No sabíamos dónde íbamos a estar, o quién iba a formar parte de cada ocasión, en casa de quién íbamos a estar, cuánto tiempo pasaríamos solos o en compañía de alguna desconocida, o con qué excusa. Sólo sabíamos que había un billete de vuelta,  lo que pudiera suceder hasta tal fecha no lo sabía nadie, y cada vez era más esperpéntico.
Sin embargo, no vengo a describir aquellas temporadas en lugares de cuyo nombre no quiero acordarme. De aquella vez en particular recuerdo el regreso. Y tanto que lo recuerdo. Fue un viaje en coche, y en aquellos años convulsos y sin pulso no puedo negar que la carretera era uno de los únicos entornos en los que me sentía a gusto, por no decir el único. Recuerdo que en una de las paradas, al volver al coche, empecé a decir que no quería volver. Nadie lo entendía, yo el que menos. Y aquello me perturbaba. Todo el viaje en silencio. Y al llegar a Madrid todo el mundo se echó a temblar. Recuerdo, como el resto de las veces en el aeropuerto, el recibimiento de mi madre con los ojos húmedos; nunca entendía por qué lloraba cada vez que volvíamos, si no habíamos ido a la guerra; ahora lo entiendo perfectamente. La peor parte fue al entrar en casa. No la reconocía. No reconocía mi habitación como mía; miraba a mi madre como si fuera una completa desconocida No reconocía su voz, ni su cara, ni sus palabras. Pero era mi casa, joder. Lo único que tenía entonces. Ella se asustó muchísimo, y le llamó corriendo. Bajé y me dio una vuelta en el coche. Yo explicaba que no quería estar allí, que quería volver a Barcelona y vivir con él. Me tranquilizó y me llevó de vuelta a casa. De alguna manera, como solía hacer en escasas ocasiones como aquella, con pocas palabras me hizo entrar en razón, en un proceso de asimilación extraño. Siempre fue alguien absolutamente ausente que, al mismo tiempo, tenía un gran e inexplicable poder emocional sobre mí. Y tengo miedo de que, de alguna manera, siga siendo así.
Al cabo de unos días todo se normalizó, poco a poco fui identificando los rincones de mi habitación y la convivencia con mi madre, aunque todo parecía nuevo, como si fuera un sueño. Los pocos que había a nuestro alrededor, los pocos que quedaban en la familia, intentaban ayudar. Intentaban hacer que me sintiera bien. Pero yo tenía otra preocupación, algo que me quitaba el sueño, me quitaba el habla. No sabía quién era, ni qué hacía allí. Era una desesperación constante no saber por qué pasaban todas esas cosas. Por qué teníamos que ir secuestrados cada cierto tiempo a un entorno que no era el nuestro, con alguien que no nos conocía, a ser tratados de una manera que no nos merecíamos, para después volver y que todos intentaran fingir esa estabilidad que nunca existió.

jueves, 3 de octubre de 2013

[Nuevo blog] - El comienzo de algo grande

Desde esta entrada me dirijo a vosotros para informaros del nacimiento de mi nuevo blog (El Origen de los Secretos), no sin antes dejar constancia de lo profundamente agradecido que estoy por cada uno de quienes leéis mis entradas, y en especial por aquellos que dejáis comentarios de vez en cuando.
Pues bien, este nuevo espacio con un nombre muy significativo, significa un avance en lo relativo a la forma en que quiero expresar muchas de las ideas que pasan por mi mente; llevo tiempo pensando en crear un blog de este estilo, y aquellos que os animéis a seguirlo podréis descubrir su evolución a lo largo del tiempo, auguro que tiene un buen futuro.
Este blog, En Contra de los Tiempos, ha sido (y seguirá siendo) un espacio para plasmar momentos especiales sobre todo en una temática emocional en la que muchas veces yo mismo me veo atrapado, y seguirá cumpliendo esta función. Sin embargo, como ya he dicho, hay algunas ideas cuya temática y forma difería demasiado de la de este blog de siempre, así que en eso seguirá.
Al igual que quien crea un canal secundario en YouTube para diferenciar su contenido, este segundo blog supondrá esa evolución en la forma de escribir que este antiguo espacio no siempre permitía; hay aspectos para los que me he cansado de una forma "epistolar" en la que siempre alguien se lamenta en segunda persona de sus desdichas emocionales o expresa su ímpetu por aspectos que no siempre son fáciles de descifrar. Como digo, esto lo seguiré haciendo en este blog, que para eso está, pero también hay cosas nuevas, y he de darles el espacio y la forma que merecen.
Su contenido, aunque por ahora no sé muy bien hacia dónde irá, se caracterizará por una visión más abierta, algo más objetiva, y más ordenada de los temas que trate en cada ocasión, siempre dispuesto a acoger comentarios, críticas debidamente formuladas, debates, y demás participación en lo que espero sea un espacio algo más "común" que un simple lugar en el que alguien escupe sus ideas más íntimas.

Espero que disfrutéis leyendo todas estas novedades en "El Origen de los Secretos", y lo sigáis haciendo en este blog de siempre.

"El Origen de los Secretos".

miércoles, 2 de octubre de 2013

I TRUST YOU

A veces aparece una canción antigua, de esas rockeras de compás lento y voz rota y vibrática, que te elevan a un estado resolutivo al que se sube todo al mismo tiempo, los recuerdos a largo y corto plazo, las ilusiones y los sueños, las metas, el resquemor amargo de batallas libradas en circunstancias desafortunadas y los crecientes focos de luz que se abren hueco a través de la niebla que aún queda.
Pesadillas nocturnas últimamente y hermosos sueños vividos a la luz del día que te hacen olvidar en gran medida todo lo acontecido sobre esa almohada atormentada que acoge tus pensamientos cuando se cansan y no pueden más. Puede que siempre quede algo oscuro en el fondo del vaso, y puede que a nadie le vuelva a importar demasiado; así debe ser. Sin embargo, aún hay veces en las que, aunque tus labios sonrían, tus ojos son incapaces hacerlo, porque hay algo dentro de ti que aún sigue roto. Y eso es lo que, en último lugar, no todo el mundo es capaz de comprender.
Pero aspiras a lo contrario. A que sea al revés. A que todo el mundo en cierto momento llegue a comprenderlo, y seas tú el único que por fin consiga ignorar y dejar en ridículo cualquier viejo motivo para no sonreír, y tus ojos sonrían, y tus labios se estiren y dejen escapar de entre ellos un suspiro de felicidad. Como en la carrera de "Bite the bullet", esta vez la derrota no está entre tus opciones. La causa y la recompensa son demasiado valiosas como para no emplear toda tu fuerza y constancia.
Hace tiempo escribiste sobre lo que caracteriza el corazón de un niño: espera lo que desea.
¿Y si volvemos a ser niños?

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Segundo asalto

Impulso positivo, esa es la idea. Me muero de ganas por compartir contigo algo de lo que sólo tú has logrado formar parte, algo que sólo tú has logrado provocar. Estoy cansado de que todo sea negativo y reactivo, de los nudos en el estómago, de la frustración autounducida en noches de tirar la toalla. Es todo falso. Es todo inventado por una mente a la que ya no le valen como excusa todos los golpes que ha recibido. Es hora de darlos. Segundo asalto, golpea bien, hazlo bien. Love of lesbian. Es como si un montón de cosas hubieran coincidido para dar la vuelta a todo, empezar a levantarme y dejar de quejarme por todo sin hacer absolutamente nada. Como si de pronto hubiese aprendido que la mejor venganza hacia todos aquellos que pisotearon mi estado de ánimo es precisamente una sonrisa, y hacer sonreír a los demás. Cuando alguien entra tan rápido y con tal perfección en tu vida, algo tiene, y eso es precisamente lo que no quiero dejar escapar. Eres lo mejor que podía sucederme. Eres el mayor motivo que podía existir para retomar el control de todo, y te quiero a mi lado. Eres la única oportunidad que me he dado a mí mismo en demasiado tiempo.
Bienvenida a la segunda fase...

lunes, 9 de septiembre de 2013

¿Qué me dices?

Subamos al piso más alto, a observar la ciudad desde nuestro reino de locura. Pongamos bien fuerte esas canciones, con esas reverb's propias de los noventa.. bueno, en realidad de los ochenta, pero me gusta más volar en las paranoias noventeras de sueños por cumplir. ¿Qué me dices?
Pelo rizado al viento y esa mirada intensa y desafiante, propia de quien logró escapar de las garras del conformismo y la mediocridad, de quien logró atravesar todos aquellos barrotes que pretendieron un día encerrar su creatividad en un pozo de yo qué sé qué otros fracasos. Aún sigo soñándote con los ojos abiertos, esperando un mensaje tuyo como lo mejor que me puede pasar a lo largo del día, aunque últimamente lo mejor de mis días se resuma a la música que queda aún brillando en lo más profundo de lo que podría llamarse el lado menos malo de las cosas, ese que consigo ver en ti.
Cada vez me quedan menos personas a las que idolatrar, y entre ellas, cada vez menos a las que yo conozca, y por ello considero maravillosamente afortunada la posibilidad de alimentar la admiración que te tengo hasta llegar a lo más alto, hasta obsesionarme contigo y no poder sacarte de mi cabeza.. bueno, no. Eso ya ha sucedido. De cualquier manera, ¿qué me dices?

jueves, 5 de septiembre de 2013

Los años robados

Hace dos días diste el primer paso de algo más grande de lo que alguna vez hayas podido imaginar hasta ahora. Seguramente lo más grande que hayas hecho desde que tienes uso de razón. Es reflejo esto, como muchas otras cosas que han pasado últimamente, de ese cambio en tu proceder, o mejor dicho, del regreso a lo que siempre debiste ser y alguna que otra vez olvidaste por el camino.
La determinación se ha apoderado de ti, y esta vez con tal fuerza, que ni si quiera te planteas luchar contra ella; has decidido llevarla por bandera allá en lo que te pase, y por primera vez en todo el tiempo que la tuviste guardada en aquel cajón, te sientes orgulloso de cuanto pasa por tu historia, porque esta vez eres tú el dueño, el propietario y el responsable de tu situación. Aunque esta recompensa, por así decirlo, no es gratuita, ni ha llegado aún completamente, pues lleva tras ella largos años de resignaciones y abandonos en todos los sentidos, y aún le faltan importantes batallas que superar para llegar a ser espléndida, como esperas y deseas.
Sin embargo, a pesar de tan dulce determinación en la nueva moda de tus decisiones, queda un irreparable sabor amargo en tu paladar, correspondiente a los citados años de horas bajas, de pagar los imperdonables errores de quienes decidieron por ti, para después refugiarse en tu atormentado juicio a la hora de cubrir la culpabilidad de su subconsciente, aunque en el fondo nunca olvidarán el origen de su cobardía.
Ahora, por fin, pones remedio a aquellas cosas que se hicieron mal. Fuiste tú el perjudicado, ahora eres el interesado, serás el beneficiado. Y si todo sale bien, nadie, nunca más en la historia, podrá borrarte la sonrisa resultante, sólo tuya, y digna de ser restregada sobre los rostros de aquellos cobardes que abandonaron una lucha sobre cuyas obligaciones no tenían la potestad que se tomaron. Sea como fuere, ya ha empezado. Has dado el primer paso, has manifestado tu decisión, y se ha puesto toda la maquinaria en funcionamiento. Ya no hay marcha atrás.

Hoy el café sabe mejor, ¿no crees?

jueves, 11 de julio de 2013

Debilidad Onírica

No sabes si es porque tiene la mirada que tus sueños llevaban buscando toda la vida o porque aún no asimilas lo que sientes al recordar su voz, hermosa y frágil en la lejanía de aquella última conversación desvanecida en la timidez más adictiva que ha conocido tu existir; por algún extraño, doloroso y dulce motivo, se ha convertido, sin haberlo intuido, en tu Debilidad Onírica más tenaz, probablemente la definitiva. No importan las expectativas rotas que puedan quedar al final de la línea del tiempo, ni lo que las caprichosas e indomables circunstancias hagan brillar mientras el olvido fracasa en su intento frustrado de quitarte lo más bello que han visto tus arrastrados ojos. En ocasiones se vuelve insoportablemente difícil intentar ir por libre, leer un libro, escribir cualquier cosa, o simplemente disfrutar de las vistas de la ciudad desde lo lejos, porque siempre aparece ella, cada pocos minutos, en ese sentimiento de admiración tan arrebatador que ni si quiera te deja espacio para pensar, porque al final acabas siempre sumido en el mismo perfume, y la piensas, y dejas de pensar, y la escuchas en tu mirada, y dejas de huir de tus miedos más vacíos, ya no duermes, ni despiertas, porque ella te ha robado el sueño y te ha robado los días, y sin haber compartido apenas tiempo con su realidad, comparte ella contigo los gustos más efímeros por lo que nadie conoce, y tu mente sobrevuela sus palabras desde la perspectiva de lo imaginario, y dejas de perseguirla, ella deja de huir, y la pintas, y te mira desde el fondo del lienzo, te observa, y te piensa aunque tú no lo sepas, y vuelve a impregnarse en tus ojos allá donde vayas, y su timidez embaucadora vuelve a adueñarse de toda tu inspiración. Ahora ella es tu musa, y no dejará de serlo mientras la sigas viendo en el fondo del vaso después de dar cada último trago. Y al final te duele haber descubierto la simple idea de que alguien tan fugaz haya logrado transgredir los límites de tu conciencia, tan pretenciosamente solitaria e independiente, que termina en ella y se rompe sobre sí misma dándote a entender que no te importa haber querido siempre estar solo, pues te das cuenta de que con ella pasarías la vida entera, y tendrías a los hijos más queridos del mundo celebrando sus cumpleaños en esa ciudad tan cinematográfica, y escribirías los guiones de tus películas sobre la esencia de su inspiración. Arruina todos tus planes y los reduce a un amor platónico tan lejano y a la vez tan intenso que tu vida sigue ralentizada en cada verso de sus ojos tímidos, que cada vez que los miras descubres tras ellos ese silencioso deseo de complicidad que aún no has conseguido descifrar. Y en última instancia, lo que más te reafirma en tu incuestionable admiración es el recuerdo de aquellas palabras, pronunciadas por quien mejor te conoce, al ver una foto suya: "Es muy tú". ¿Qué duda puede quedar después de eso?

miércoles, 29 de mayo de 2013

Viajes en el tiempo

Puede que sólo se trate de recuperar pequeños fragmentos de lo que una vez fue hermoso. Solamente eso. Pero qué triste, si es así, que todo consista en vivir asomándonos de vez en cuando a ese pasado que marchó impune a lo más profundo de nuestro dolor. Y qué impotencia al ver que gran parte de esa vida que alguien vivió por nosotros, toda esa basura que hemos intentado sin éxito esconder en nuestro olvido más lejano, sólo sirve para pensar que realmente no hemos vivido. No existe un pasado. El que existió queda tan lejos y se parece tan poco a lo que hoy somos, que prácticamente no lo hay; hemos negado los malos recuerdos, y los buenos han huido al ver el desconsuelo de unos ojos húmedos al final de cada historia para enmarcar. Todos metidos en una caja explosiva que nadie se atreverá a abrir por nosotros, y mucho menos nosotros; culpables, inocentes cómplices de todas aquellas cartas que quedaron sin escribir y que, sin embargo, permanecen en nuestra memoria, tal y como las habríamos redactado para lograr, aun a riesgo de un eterno fracaso, ese grito de libertad que nadie espera volver a oír al final de cada guerra: "¡somos libres! ¡somos libres!".

A la memoria de Aurélie Bézu.

martes, 28 de mayo de 2013

Damm

Temblar es agotador, pero merece muchísimo más la pena que quedarte quieto, esperando a que algo pase, y que no pase nada. Y es lo que has hecho casi siempre. Y lo que todo el mundo ha hecho casi siempre. Y lo que quieren que hagas. Pero ya vale. Saltar al vacío y darte una hostia es mejor que quedarte observando el paisaje sin formar parte de él, contemplando cómo otros se llevan la vida mientras tú escribes sus memorias en el periódico del olvido, el de tu propia conciencia. Ya está bien de recordar el pasado con ese amargo resentimiento; nunca más.
Al fin y al cabo lo único que quieres es que cuando desaparezcas de toda esta mierda, haya alguien que se acuerde de ti, alguien que pueda echarte de menos o que al menos tenga algo que agradecerte; que el balance sea positivo. Que hayas aportado más cosas buenas de las que te has llevado, y eso a veces es muy difícil de conseguir, pero no imposible.

Probablemente te debo más de lo que nunca sabrás. Te debo un gran cambio en mi procedimiento para las cosas importantes. Emocionalmente importantes. Te debo la apertura que siempre he esperado para mi mente; la preparación perfecta para las cosas malas y para las buenas, pero siempre desde un nuevo punto de vista orgulloso, sin arrepentimientos, sin dudas, sin tiempos condicionales ni subjuntivos, ni frases a medias en pretérito; nada de eso: sólo cosas simples, como siempre he querido: yo quise esto, lo intenté, salió de tal manera, pero al menos puedo estar orgulloso de no haberme quedado inmóvil al borde del precipicio, malgastando tiempo en pensar si realmente merecía la pena hasta que fuera demasiado tarde para saltar. Y probablemente lo ha sido, pero como dicen por ahí en ciertas ocasiones: más vale tarde que nunca, y me gusta pensar que ese tarde todavía puede ser, en potencia, "alguna vez". No dejes nunca de existir.

miércoles, 10 de abril de 2013

Capital del Reino

Sugieren muchos pensamientos los pequeños detalles entre la gran masa, tales como la emoción de una niña de mejillas rosadas sobre su bicicleta, o la frustración de un músico trajeado a orillas de un estanque lleno de recuerdos. Notas de un saxofón resignado, reflejadas sobre los adoquines del empedrado, percibidas desde lo lejos, donde yo me encuentro, a los pies de un árbol en una playa de hierba.
Basta la serenidad de una sonrisa para entender las sugestiones más profundas y explícitas de un relato obsoleto sobre la belleza de la música.
Se trata de un lugar en el que coinciden todas las mentes en la misma huida de la mediocridad, en su misma búsqueda de lo auténtico. Aquí, como en otros bellos lugares, se descubre que existen más artistas detrás de los muros de hormigón que nos separan a todos del cielo, del verdadero cielo, al que no se llega desde Madrid, por mucho que en ello insistan los ingenuos refranistas que nunca salieron de aquí.
Dan ganas de huir, sí. Cualquier lugar es mejor que éste, tan lleno y tan vacío al mismo tiempo, donde nadie encuentra lo que ha perdido, donde todos desistieron hace mucho tiempo de su búsqueda de lo inexistente, de lo que sólo existe en nuestra mente, fuera de esta Villa maldita a la que llaman Capital. Todos los portales presenciaron las lágrimas amargas de algún desamor; todas las calles fueron recorridas por necios ladrones de sueños, impunemente olvidados; todas las alcantarillas se tragaron alguna vez el orgullo de los que un día osaron alzar su voz y fueron desterrados a patadas; y los pocos rincones hermosos que aún quedan sin corromper, entre tanto humo y tanto odio, te los reservo a ti, y a tu mirada, inocente aún.
Sin embargo, aun sabiendo que algún afortunado día me encontraré bien lejos de esta amurallada tumba colectiva, siento al observar esta quietud un diminuto y arrogante placer en mirar desde la oscuridad las almas destrozadas que aquí yacen, los restos de fuegos apagados en lo más profundo de cada charco de alcohol,  porque sé que, aunque pocos lo perciben, hay quienes aún respiran; todavía quedan sueños sin aplastar, mentes lúcidas que arrojan una débil esperanza sobre la penumbra que crearon en su día aquellos que murieron sin haber vivido; percibo, de algún modo, esa triste acidez que invade el alma cuando las vidas que han dejado de ser humanas sirven para recordar por qué otras lo siguen siendo.

martes, 5 de marzo de 2013

Just like a wall

No puedo hablarte, se me olvidó cómo hacerlo. No sería capaz de imaginar qué palabras diría si te tuviera delante, no desde que dejaste de mirarme como la persona que mejor te conocía, alguien especial en quien podías depositar tus fuerzas. Ni si quiera sé si sería capaz de mirarte a los ojos, o si tú atravesarías los míos con una mirada fría de desdén, de esas que ponías cuando alguien traicionaba tus expectativas. Se levanta por tanto un muro entre dos baúles de recuerdos y deseos mezclados y mal organizados en su interior, comunicados entre sí por la incertidumbre, esa de la que siempre he hablado en mis escritos sobre física cuántica, pero al fin y al cabo separados por ese muro. Y no, no lo hemos levantado nosotros, ni lo hizo nadie en nuestro lugar. Fue levantado de forma pueril y espontánea, casi arrastrada, sin que nadie nos preguntase primero. Sin embargo, actualmente es inútil preguntarse sobre cuán conveniente o no es la existencia de esta silenciosa pared en la que se estampan de mala manera todos los intentos de derribarla, tal vez porque no son intentos reales, porque todo el mundo sabe que en ninguno de los lados existe el valor suficiente para tirar un sólo ladrillo, algo que probablemente acabaría siendo un error, otro más al final de esta historia eterna, otro más al comienzo de dos vidas frustradas por el cumplimiento precipitado de un sueño inmejorable. Es cierto que cada cual ha hecho del mundo lo que hubo de hacerse, pero es aún más cierto, y más doloroso dentro de este bloqueo casi correcto, que no he conseguido construir nada desde que la más bella obra de nuestras emociones fue derrumbada por motivos que nunca que tenido el valor de asimilar.
Dicen que la mayor venganza y el mayor perdón es, al mismo tiempo, el olvido. Y son tantos los dilemas que surgen al no saber hacia dónde dirigir la frialdad que nunca he querido acoger en mis decepciones, que tengo miedo de asomarme por última vez a contemplar las cenizas que hay al otro lado de esta imperiosa pared, un miedo aterrador a saber si queda algo de calor en ellas, o se han extinguido para siempre. Y esto es lo que me avergüenza por encima de todas las cosas, porque es el único miedo que nunca he sido capaz de superar. Y más vergüenza aún el saber que este miedo, esta decepción y esta muerte anunciada y no resuelta no recaen sólo sobre mí.
Dicen también que la vergüenza procede de la culpabilidad, y puede que, en última instancia, sea esta culpabilidad lo que me acompañará durante el resto de mi vida, algo que sólo con bajas posibilidades se podría solucionar con una catarsis, y esto último sólo se puede conseguir con una ayuda a la que ni si quiera sé si ya he renunciado. Lo único que sé con certeza es que el miedo y la incertidumbre se alimentan mutuamente, y que "catarsis" es la palabra más perfecta que existe.

sábado, 23 de febrero de 2013

Una muerte sin resolver

Una de las cosas más dolorosas que puede conocer una mente es el remordimiento incompleto de haber dejado algo a medias, de haber permitido que algo fuera absorbido por el limbo de la más irresoluble incertidumbre en un momento determinado. No es un dolor intenso, no. Es peor. Es un dolor eterno, creciente con el paso del tiempo, y con ello más difícil de resolver. Casi  siempre suele haber dos partes implicadas, pero esto también es un cuchillo de doble filo. La otra persona comparte la responsabilidad de haber permitido este abandono, pero también comparte el sufrimiento, tan cierto como el brillo de sus ojos al llorar, de recordar lo que dejó de ser, sin haberlo hecho del todo, y de lo cual tú no dejas de ser responsable. Algo a medias. Algo que no puedes decir que haya terminado, pero mucho menos que siga existiendo. Es una incertidumbre dentro de una certeza intuida. Una certeza dolorosa, partida de un momento, una coyuntura, con nombre y fecha, que desemboca en un espinoso hueco para un deseo frustrado desde su origen, que no verá nunca realizados sus parámetros, pero seguirá existiendo en la línea del tiempo, moribundo, agónico, hiriente, cada vez más ahogado, pero sin nadie que pueda exterminarlo del todo y cerrar de una vez por todas ese libro que fue escrito con un principio, pero sin un desenlace definido, sin un punto y final en la última página.

sábado, 9 de febrero de 2013

Québec

Yo no quiero pisar sitios internacionales sin que nadie se percate de mi paso ni conserve un recuerdo de mi olor. No quiero habitaciones vacías, canciones ignoradas ni cajas por abrir. No quiero dar vueltas en la cama pensando dónde estarás, quién te sostendrá entre sus brazos.
Sin embargo, tampoco quiero vivir en una cárcel de dinero, pagar mensualidades, mantener una rutina, ni quedarme encerrado en una ciudad de mentes vacías y almas resignadas.
Lo que yo quiero es poder tocar todos los días la realidad de la última vez que soñé contigo. Quiero mirarte a los ojos y darme cuenta de que no soy capaz de sostenerte la mirada, de que ese brillo casi monocromático vale más que mi vida misma, no ser capaz ni de respirar al ver lo que hay detrás, e interrumpir todo el efecto con un beso desesperado, buscando el sabor de tus deseos y el olor de tus miedos. Quiero conquistar tu mente como tú has conquistado la mía, descubrir el porqué de tanta timidez, ser el objetivo de tus palabras, el que te coja de la cintura mientras contemplas el amanecer desde lo alto de una torre, inundarme con los libros que tú has leído, inundarte yo con los míos, debatir por qué Saramago es uno de los mejores ensayistas del mundo reciente, y por qué Szalowski era tan acogedor a pesar de meternos en el más profundo invierno canadiense.
Algún día tendré el valor para pedirte, aunque nos miren todos atónitos, que bailes conmigo.

jueves, 31 de enero de 2013

Secuelas de invierno

No soporto mirarte a los ojos y ver tras ellos esos restos de sombra, esas secuelas de aquellos tiempos en los que renunciabas a tu propia dignidad para complacer a quien no merecía ni ver la luz del sol. Nunca debiste cambiar ni la más mínima parte de ti por otra persona, ni por un ángel caído del cielo. De ti existen varias versiones. Una es la que los demás perciben de ti: esa persona manipulable y frágil de la que cualquiera puede y debe aprovecharse. Otra es la que los demás quieren que tú percibas de ti: esa persona manipulable y frágil de la que cualquiera puede y debe aprovecharse. Y por último está lo que realmente eres, esa persona débil, alienada, destruida por intereses ajenos... o esa persona fuerte, tenaz, rebelde e insaciable en la caza de sus sueños. Tú eliges. Elegiste en su momento, y puede que te dieras cuenta de tu error demasiado tarde. Puede que tu cambio de opinión llegara fuera de tiempo. O quizá no. Pero todo eso tú ya lo sabes. Lo supiste siempre. Siempre has sabido que vales más que algunos de los que te rodean, mucho más. Siempre has sabido que mereces más que muchos de los maniquíes vacíos que obran desastres a tu alrededor e intentan absorberte en su agujero negro de energía negativa, en su campo de gravedad deprimida. Pero yo no puedo hacer nada para volver a enseñarte lo que nunca debiste olvidar. Sólo puedo leerte a escondidas desde el fondo de unos ojos llorosos al vapor de cuarenta grados de alcohol disueltos en algún extracto aromático descompuesto. Sólo puedo hablarte mientras duermes y susurrarte al oído lo que nunca debiste dar por perdido. No puedo hacer otra cosa que besar tus dedos y dejar una sonrisa escrita en el cristal de la ventana, para cuando despiertes y veas ese cielo gris y húmedo que revuelve la memoria de todos los habitantes de la isla de cemento en la que te encerraron hace ya demasiado tiempo.

jueves, 10 de enero de 2013

Pisa firme y nunca mires atrás.

Cuando bosteces, abre bien la boca. Cuando llores, empapa bien tus ojos. Cuando rías, agota el aire de tus pulmones. Cuando escuches una buena canción, sube el volumen hasta que tu pensamiento quede silenciado. Cuando te despidas de alguien, hazlo con tanto cariño como si fuera la última vez que tus brazos envuelven un cuerpo humano. Cuando despiertes de un sueño bonito, escríbelo en un papel, y que no se olvide nunca; que no desaparezcan de tu memoria los más bellos deseos que encierra tu subconsciente, porque esos deseos, esos sueños, son lo más honesto que te quedará al final, cuando todo termine, cuando todos hayan desaparecido, cuando sólo quede tu pensamiento ante un haz de oscuridad bajo la tierna manta de la soledad.
Cada vez que te pongas unos zapatos, átalos con la misma consideración que emplearías para arropar a los hijos del tiempo en una noche lluviosa, y cada vez que subas a un avión, hazlo con estilo, como si fuera la última vez que pisas tierra firme, porque cuando te bajes de él, serás otra persona. Saborea los tragos de whisky en las noches de invierno como si, al pasar por tu garganta, se quemaran todas las palabras rencorosas que han salido alguna vez de ella, y sonríe cuando eches el freno de mano al coche, porque eso significa que has llegado a tu destino, a donde debes estar; y si no es donde debes estar, no vayas.