miércoles, 10 de abril de 2013

Capital del Reino

Sugieren muchos pensamientos los pequeños detalles entre la gran masa, tales como la emoción de una niña de mejillas rosadas sobre su bicicleta, o la frustración de un músico trajeado a orillas de un estanque lleno de recuerdos. Notas de un saxofón resignado, reflejadas sobre los adoquines del empedrado, percibidas desde lo lejos, donde yo me encuentro, a los pies de un árbol en una playa de hierba.
Basta la serenidad de una sonrisa para entender las sugestiones más profundas y explícitas de un relato obsoleto sobre la belleza de la música.
Se trata de un lugar en el que coinciden todas las mentes en la misma huida de la mediocridad, en su misma búsqueda de lo auténtico. Aquí, como en otros bellos lugares, se descubre que existen más artistas detrás de los muros de hormigón que nos separan a todos del cielo, del verdadero cielo, al que no se llega desde Madrid, por mucho que en ello insistan los ingenuos refranistas que nunca salieron de aquí.
Dan ganas de huir, sí. Cualquier lugar es mejor que éste, tan lleno y tan vacío al mismo tiempo, donde nadie encuentra lo que ha perdido, donde todos desistieron hace mucho tiempo de su búsqueda de lo inexistente, de lo que sólo existe en nuestra mente, fuera de esta Villa maldita a la que llaman Capital. Todos los portales presenciaron las lágrimas amargas de algún desamor; todas las calles fueron recorridas por necios ladrones de sueños, impunemente olvidados; todas las alcantarillas se tragaron alguna vez el orgullo de los que un día osaron alzar su voz y fueron desterrados a patadas; y los pocos rincones hermosos que aún quedan sin corromper, entre tanto humo y tanto odio, te los reservo a ti, y a tu mirada, inocente aún.
Sin embargo, aun sabiendo que algún afortunado día me encontraré bien lejos de esta amurallada tumba colectiva, siento al observar esta quietud un diminuto y arrogante placer en mirar desde la oscuridad las almas destrozadas que aquí yacen, los restos de fuegos apagados en lo más profundo de cada charco de alcohol,  porque sé que, aunque pocos lo perciben, hay quienes aún respiran; todavía quedan sueños sin aplastar, mentes lúcidas que arrojan una débil esperanza sobre la penumbra que crearon en su día aquellos que murieron sin haber vivido; percibo, de algún modo, esa triste acidez que invade el alma cuando las vidas que han dejado de ser humanas sirven para recordar por qué otras lo siguen siendo.