martes, 14 de octubre de 2014
Este blog ha llegado a su fin
La cuestión es, básicamente, que ha habido un cambio tan profundo y determinante en el trasfondo y sentido de mi escritura (esto vienen a ser mi vida y mi forma de pensar) que he decidido crear un blog nuevo, con otro nombre, otra imagen y otro contenido, todo ello acorde con esta nueva vida y mentalidad que han llegado a mí, de manera tan manifiesta que era necesario aplicar este cambio también en la blogosfera.
El blog nuevo, en el que escribiré mis entradas a partir de ahora, se llama "Doble o nada" y en él espero plasmar mi percepción de la vida a partir de ahora, con todas sus connotaciones y nuevas particularidades. En las primeras dos entradas se explica más detalladamente el motivo de ese nombre, el motivo del cambio y mis intenciones al crear un blog así y al dejar este tal y como está, intacto y disponible para cuando sea necesario recurrir a lo que hay en él.
Sin embargo, como explicación breve de todo esto, diría que el motivo principal es la relación que para mí tiene escribir con mi manera de estar en el mundo, mi manera de verlo y de pensar sobre él. Como en su caso dice Reverte, escribir (y leer) te ayuda a comprender el mundo en el que vives y las cosas que te suceden.
En mi caso, es como ordenar, en la medida de lo posible, ese cajón en el que metes tus pensamientos, tus conclusiones, tus debilidades. Y eso he hecho desde que empecé a escribir; sin embargo ahora quiero cerrar este cajón; he depositado en él lo que me ha hecho falta, lo he ordenado como he sabido, y quiero que todo lo que hay en él se quede dentro.
El cambio también se ve reflejado en los nombres de este blog y del nuevo; diría que "En contra de los tiempos" planteaba un conflicto, una huida, una disconformidad. Lo cierto es que su inicio y buena parte de su contenido han transcurrido durante épocas no muy buenas de mi vida. Y ha llegado la hora de que esa huida pertenezca al pasado; ya no quiero huir, ni estar en conflicto, ni en contra de los tiempos. He tomado decisiones, he aceptado retos, he aprovechado oportunidades, he descubierto otras perspectivas. Y resumido en una frase (que por su parte engloba diversos acontecimientos): "Me lo jugué todo a una carta, y gané". En eso consiste "Doble o Nada". Supongo que no es necesario detallar las connotaciones que inspiran esa frase y ese nombre, en cierta medida hablan por sí solos.
El resto de detalles, las dos primeras entradas y el blog al completo que he creado para reflejar mi vida a partir de ahora, quedan a disposición del lector o lectora, al cual invito a suscribirse y seguir leyéndome de ahora en adelante en lo que será un nuevo enfoque y seguramente nuevos tipos de contenido, como relatos, comentarios y colaboraciones.
Desde la satisfacción y la conformidad con lo que ha sido de "En contra de los tiempos" hasta ahora, me despido de este espacio, de mi "yo" que le dio forma, y del feedback que recibí. Ha sido un placer escribir, además de para mí mismo, para todos aquellos que hayan leído mis entradas (tanto manifiestamente como en secreto), haberles hecho pensar o simplemente haberles regalado una idea de lo que hay o ha habido en mi mente.
Por el placer de escribir y ser leído, queda a vuestra disposición el nuevo blog: "Doble o nada".
Hasta siempre.
miércoles, 20 de agosto de 2014
"España"
España, el lugar por antonomasia de los ignorantes, de los vagos, que no hacen porque no saben, no saben porque no quieren aprender, y no aprenden porque la PlayStation y los Deportes virales debe ser que le quitan demasiado tiempo y energía intelectual a uno, como para desperdiciarlos leyendo libros o buscando soluciones a nuestros problemas, cuando es más sencillo culpar al de al lado (y si es posible, evitar a toda costa que logre algo, ya sea a base de impedimentos y desánimos o con críticas e insultos en excesiva abundancia, que eso también calma nuestra frustración y nuestra envidia) y, cómo no, darle a la botella (si no a otras cosas más fuertes y enajenantes), que lo que buscamos no es solucionar el problema, como digo, sino ignorarlo durante el mayor tiempo posible, lo cual, en la mayoría de los casos, nos lleva toda la vida.
España, en definitiva, ese lugar esperpéntico y desastroso en el que la gente no tiene porque no se lo merece, o mejor dicho, tiene exactamente lo que se merece y se ha ganado a pulso.
No os preocupéis, ya estoy haciendo la maleta.
El placer de viajar solo
sábado, 5 de julio de 2014
Soy una granada
A medida que suceden acontecimientos.. retos cumplidos, decepciones, fallos, proyectos nuevos, finales desastrosos.. cada vez vas sintiendo menos. Te afecta todo tan poco que piensas que has perdido ya la sensibilidad, las emociones, la capacidad de sorprenderte. Nada es suficiente, nada importa. Ningún acontecimiento ni noticia te cambia el gesto. Las palabras de sorpresa, opinión severa y demás terminología de asombro fluye con normalidad como quien habla de fabricar cajas de cartón; carece de cualquier interés o valor reseñable. Nada te altera, sea bueno o malo.
Y eso es peligroso. Te ves envuelto en una espiral de desdén, de apatía estancada que no lleva a ningún sitio. Percibes pasar el tiempo y sigue sin importar nada. Y sin suceder nada. Todo sigue igual, el tiempo pasa en vano, queda perdido sin expectativas de cambio. Da igual lo que hagas, nunca sirve de nada. Nunca es suficiente. Y te cansas de tantos esfuerzos inútiles, invisibles. Te desinflas. Pierdes el interés, la fuerza, las ganas. Y entonces duelen más esos sueños. Porque se alejan de lo plausible a medida que pierdes esa energía, a medida que esta burda desgracia te la roba día tras día.
Y concluyes, para mayor resignación, que lo único capaz de devolverte esas ganas y esa fuerza, quizá sin garantía ninguna, es alimentarte de otra espiral de la que has huido, a la que has sobrevivido. Una espiral que ya te ha destruido otras veces. Todas las veces. Un lazo emocional. Ese que no tienes. Ese que has rechazado. Ese que, pudiendo hundirte, es lo único que quizá pueda salvarte.
Un riesgo compartido, Eme. Soy una granada.
domingo, 22 de junio de 2014
War is over
Y podría existir una similitud considerable entre lo que realmente es el final de una guerra y esto. Dejan de sonar disparos. Desaparecen las carreras, los aviones en formación, las retransmisiones de última hora con información desoladora. Pero queda el silencio. Quedan las pérdidas. Los desperfectos. Un escenario nuevo, vacío. Un entorno que hay que volver a construir casi desde el principio. La autoconvicción de que queda mucho tiempo de disciplina, de no venirse abajo, de constancia, de esfuerzos implícitos hasta la extenuación. Y si bien es cierto que también podrían existir grandes diferencias en este gran caso particular, teniendo en cuenta la victoria, la alegría, la satisfacción de haber logrado algo inimaginable, las felicitaciones, la admiración... también es cierto que la sensación es muy parecida a lo que expresa aquello que oímos a veces: "En cualquier guerra, ambos bandos pierden".
Es cierto que has ganado. Es cierto que ha merecido la pena. Es cierto que vivirás orgulloso de ello el resto de tu vida. Pero detrás de todo ello hay un coste que nadie, o casi nadie ve. Y seguramente nadie conoce de primera mano. ¿Qué ha sido del miedo? ¿Del temblor en las manos? ¿Qué ha pasado con los ataques de ansiedad y las cicatrices? ¿Qué ha sido del dolor físico? ¿Dónde han quedado las decepciones a bocajarro? De alguna manera, todo eso, habiendo habido tal voluntad y buenos motivos, se vuelve mucho más soportable. Y sin embargo, por soportable y llevadero que logre hacerse, por fácil que parezca olvidarlo todo al poco tiempo, por heroicas que puedan sonar unas palabras como "no ha sido para tanto", en el fondo sí lo ha sido. Y aunque quizá algún día logre desaparecer todo ello de la memoria, no sé muy bien de qué manera, lo que sí queda, lo que algunos sí perciben, es esa vaporosa expresión en la mirada, una ligera fragilidad en la voz, una que no había antes. Una mueca inamovible de un soldado fatigado que, en sus circunstancias, no supo buscar de otra manera un desagravio de sí mismo.
La sensación más tenaz, en definitiva, es la desorientación de después del gran estallido final. En medio del silencio. Ese maldito y maravilloso silencio de paz que después de tanto tiempo en tensión uno no es aún capaz de asociar con lo que representa, y se sigue levantando por las mañanas con un fusil en las manos, aunque por fin, por inverosímil que parezca, sabiendo que las balas descansan en el fondo de un pantano.
No deberían obligarnos a formar parte de una guerra, de ningún tipo. Y menos aún, de una que dure tantos años que ya no recordemos los tiempos de paz.
La guerra ha acabado. Espero que no tarden demasiado en apagarse las hogueras.
sábado, 31 de mayo de 2014
El rostro de la ingratitud
Si algo he aprendido a lo largo de los años, a más recientes, más lúcidos, es a observar; seguramente una habilidad bien heredada, de lo poco bueno que se podría decir que he heredado. Y en otros asuntos no sé, pero en identificar la necedad y los agravios no se me escapa ni una. Figúrate, para eso, lo que tiene que haberle sucedido a uno. Pero es útil, al menos.
Ciertamente no sé qué puedo pretender con una manifestación prosaica de este calibre, si las utilidades básicas de esta clase de enunciaciones quedan completamente anuladas en cuanto se cruzan con el innombrable conjunto de nefastas características que reúnes para ser digno de una declaración tan despectiva, y no sin motivos. El único fin que puedo perseguir es el que sé que puedo lograr, para mí mismo, utilizando la escritura ácida de pasajes delicados como herramienta para cerrar cajones, poner puntos finales bien localizados; ordenar la mierda, como vulgarmente podría decirse.
Sobra describir cualquier particularidad en el ponzoñoso rastro de destrucción e incoherencia que has logrado acumular (y sigue en aumento) a lo largo de tu reprochable vida, sin dejarte un sólo rincón por envenenar, ni una sola persona por decepcionar, incluso tras desdeñar las numerosas e inmerecidas oportunidades que en cada ocasión has recibido; y eso, en mi país y seguramente en cualquier otro, te define irrevocablemente como un ser indigno, o, si nos ponemos detallistas y precisos, absolutamente digno de cuantas intranquilidades tienes en la conciencia y de todos aquellos tratos y aprecios que has perdido. Sobra cualquier detalle en el que divagar del argumento principal, de sobra justificado y convencidamente apoyado por cualquiera que conozca uno sólo de esos pormenores, porque de la misma manera que de forma objetiva y racional cualquier mente en su sano juicio respaldaría las conclusiones y desafectos resultantes de esta triste historia, yo también apoyaría, en mi caso particular y de manera emocional y subjetiva, por mi condición de involucrado, cualquier juicio cruel y desasosegado que pudiera alzarse. Y concluyo, que todo ello sobra y no necesita siquiera mención detallada por una simple y sólida razón de la que, estoy orgullosamente convencido, nadie lograría despojarme ni en la más remota de las circunstancias. Y dicha razón, y en ella se basa toda mi irritada tesis, es que tengo más clase, más educación y más dignidad que tú. No debo nada a nadie: ni dinero, ni favores, ni disculpas. Y aunque tú me debas infinidad de dinero, favores, disculpas y otra serie de incumplimientos que en un inimaginable caso idóneo estarían muy lejos de ser revocados, no tengo la necesidad de reclamar nada de eso. Y más allá de eso, carezco fríamente de la voluntad de aceptar cualquier disculpa, compensación, o burdo intento de desagravio, por indigno, tardío, falso e inútil.
Además, y para ser fiel a mi opinión debo incluirlo también, te debo algo que casi nadie tiene y me hace sentir todos los días orgulloso de lo que soy: eres el mayor ejemplo posible de todo aquello en lo que no quiero convertirme, de todo aquello que deseo evitar. Y eso, por triste que resulte, es una maravillosa e inimitable garantía de que haga lo que haga, será admirable.
Por último, y de manera acorde con tu cobardía, te aconsejo que no te atrevas a volver a poner un pie en esta ciudad. Aquí no eres bien recibido. Ni lo serás allá donde yo esté. Recuerda bien estas palabras, porque esta es la última vez que yo te escribo.
sábado, 24 de mayo de 2014
"Envejecer con dignidad"
Después viene en entrevistas comentando que, bueno, que no siempre tiene por qué que existir una solución o un buen desenlace. Y es lo que narra en sus obras con exquisito ardor de realidad; que sus protagonistas asisten impotentes y resignados al ocaso de algo que no pueden salvar, y la mayoría de las veces lo único que buscan es un mínimo consuelo, una trinchera, donde hacer su existencia un poco más soportable. Y me es imposible no darle la razón en cualquiera de sus observaciones.
Trataré al menos, como él dice que intenta, de envejecer con dignidad, si acaso eso es posible.
lunes, 10 de febrero de 2014
El principio del final
...y me acordé mucho de ti. Más aún de lo que suelo hacerlo todos los días, aunque últimamente me vienes a la cabeza cada vez que me como uno de esos chicles como sustitutivo del tabaco; de esos de sabor "clorofila", como en los buenos tiempos, como los que tú llevabas en tu coche. Comprendí que a veces eso de pisar el acelerador es simplemente una necesidad. Aunque solo fueran diez minutos. Aquella sensación de correr, de escapar, de hacer eso que siempre he querido hacer desde que vivo como vivo, donde vivo, y con quien vivo. Y el verdadero punto de esto es que cada vez lo necesito más desesperadamente; mis planes de huir de aquí, de marcharme, cada vez son más tangibles, más exactos, más reales, y más cercanos. En poco tiempo he aprendido demasiadas cosas, y además han venido noticias, cambios, fechas, y el descubrimiento de que los pocos compromisos que me mantienen en esta ciudad, en el sentido académico, terminarán en menos de tres meses, y para entonces estaré completamente libre, y creo que sabes perfectamente lo que eso significa. Además, y para más ansiedad, precisamente inoportuna ahora que he decidido dejar de fumar, una llamada el otro día, que me cambió la cara por completo. La noticia definitiva. Por fin va a suceder. En un par de semanas o tres. Lo que llevo esperando con tanta ilusión como miedo desde que tomé la decisión más importante de mi vida, hace ahora cinco meses. Eso que pondrá punto y final al mayor condicionante de los catastróficos últimos once años de mi vida. Los peores desde el principio, algo menos horribles desde que aprendí a sobreponerme a las innumerables (y para la inmensa mayoría de gente, inimaginables) consecuencias de tal injusticia que por fin verá su ocaso; o eso pretendo con toda esta parafernalia que monté yo solo al volver a Madrid el pasado verano. En fin, escribiré largo y tendido sobre los numerosos pormenores del asunto en su correspondiente momento, puede que hasta un libro.
Y esto último era la parte que aún quedaba suelta la última vez que me digné a escribirte; lo único que estaba en el aire. Pero ya no lo está. Ello, junto con el resto de compromisos que terminan en un par de meses, representa el final absoluto de todas las ataduras que me mantienen aquí encerrado, o al menos las de mayor peso. Luego están las pajas mentales y las personas importantes, pero eso son otras cuestiones que, en determinadas circunstancias, por injusto y doloroso que resulte, hay que saber ignorar. De eso tú sabes bastante, ¿no?
Hoy, además, me he tragado entera la gala de los Goya, la vigésimo octava edición. Con la ausencia del ministro, esas mujeres tan guapas, y unas candidaturas vergonzosamente cutres en su conjunto, para lo que a mí me suele gustar de estos eventos. Pero ha habido algo en lo que me he fijado hoy especialmente. Algo que me ha dado la vuelta al estómago por una importancia que poca gente le da. Viendo a todos esos profesionales del cine, todos esos ídolos de una profesión que admiro, recogiendo su reconocimiento, recibiendo ovaciones, luciendo sus smokings y vestidos espectaculares, me he fijado en algo que tienen en común la mayoría de los discursos, ya sean premeditados o improvisados, en la mayoría de actos de este tipo. Los venerables personajes de nuestra ficción miraban al patio de butacas, y con una mano en el atril, otra en la cabeza del dichoso Goya, y una tercera, si la tuvieran, en el corazón, daban las gracias a su familia, a sus amigos, y generalmente a sus madres, padres y esposas. Y en esos instantes me ha dado por pensar que si yo recibiese un Goya, un Óscar, o cualquier tipo de premio en reconocimiento por mi trabajo, por mi carrera, o por algo que he conseguido en la vida, no se lo dedicaría a ningún miembro de mi familia, y en todo caso, hablaría de ti, y serías el único al que daría sinceramente las gracias, seguramente con la voz a medio resquebrajar, por haber sido el único que ha creído siempre en mi, cuando ninguno de los demás lo hicieron. Por muchas ausencias, por muchos conflictos y por muchas guerras que pueda haber en esta asquerosa asociación de ineptos incapaces de hablarse con sus parientes, he sentido que en el fondo te estoy agradecido, aunque tenga que recurrir a ciertos recuerdos, por haber mantenido siempre ese apoyo implícito, esa fe en mis esfuerzos que nadie más ha tenido. Ha sido un pensamiento gélido al final de cada discurso, al lado de una antítesis cuya envergadura es cada vez más esperpéntica para cualquiera que no viva entre estas cuatro paredes muertas.
En fin, en esto consiste mi vida de estas últimas semanas. En que tengo miedo por lo que está a punto de suceder, y en que cada vez tengo más claro que me voy a marchar de aquí, y cada día que pasa estoy más cerca de hacerlo.
Espero que podamos vernos pronto.
lunes, 27 de enero de 2014
27 de enero
Hoy me he levantado escuchando esa canción de Jose Luis Perales en la que habla de aquel hombre que se marchó sin despedirse, hacia el mar, en un velero llamado Libertad. Y mirando la Luna esta mañana, como ayer al cielo anaranjado que quedó después de aguantarme las ganas de besar a Inés, he sentido miedo. Y tristeza. Porque yo también me marcharé en cuanto pueda. Y habrá mucha gente y muchos lugares de los que seguramente no me despediré. Y tantas calles que no volveré a pisar en mucho tiempo, tantas voces que dejaré de escuchar a pocos centímetros de mi oído, y demás certezas que se quedarán aquí en Madrid mientras me alejo, y que si algún día regreso, no volverán a ser como yo recuerde. Miedo y tristeza, como decía Juan el viernes, por saber que ciertas cosas desaparecerán. Y hoy no sé cómo mirar al mundo, no sé si ser frío con todo por saber que me voy a marchar, o dejarme llevar por esta maldita canción, y querer volver a verla, aunque sea una última vez, sin tener ni idea de cuánto será el tiempo que nos vuelva a separar.
Hoy vengo a clase con un nudo en el estómago.