domingo, 30 de mayo de 2010

Otro texto anodino, para que el lector sepa hoy algo más

Domingo, 30 de mayo de 2010, 6:55 am, suena el despertador a toda pastilla, me entra la taquicardia, abro los ojos, enciendo la lamparita de la mesilla y me apresuro a apagarlo. Me quedo un rato reposando la cabeza sobre la almohada, intentando acordarme de lo que estaba soñando. 7:00 am, vuelve a sonar el despertador. Ya he tenido tiempo de descansar. Si pudiera seguir durmiendo, no habría puesto el despertador a esta hora. Me levanto de un salto, me siento al borde de la cama, no me pongo de pie, no me quiero marear. Busco las chanclas, voy al baño con mi toalla. Con los ojos aún cerrados y la casa dormida, abro la ducha, me desnudo, entro. El vapor del agua caliente me recuerda que en el mundo aún queda algo placentero. Hache dos O. Agua. Líquido fluyendo por el cuerpo desnudo del hombre, que es como naturalmente ha nacido: desnudo y mojado. Siento cómo el jabón sobre mi pelo y mi cuerpo arrastra el sudor, la sal, la suciedad y la energía negativa que he acumulado durante el día anterior. Mis poros se cierran al cambiar el agua a temperatura fría. Mis músculos salen de su letargo lentamente. Escurro mis extremidades para no empapar todo el suelo. Salgo a por la toalla. A estas alturas del año, uno ya no siente tanto frío al salir de la ducha. Me seco y siento cómo mi piel recupera la tracción sobre los tejidos algodonosos que absorben el agua que cuelga de mí.
7:15 am, en la habitación, saco la ropa interior, me la pongo, cuelgo la toalla para que se seque, me doy desodorante, me pongo los pantalones de correr, los que me quedan veinticinco centímetros por encima de la rodilla. Busco mi camiseta blanca transpirante, me la pongo. Ya se ha secado el desodorante, roll-on, con clorohidrato de aluminio, que aunque es cancerígeno, es un componente imprescindible para ayudar al desodorante a adherirse a la piel durante muchas horas. Despierto a mi hermana, me preparo un café, un donuts y no sé qué más. El perro aún duerme entre las piernas de alguna cama, le oigo roncar.
7:40 am, me peino un poco, preparo el iPod, el DNI y un bonobús. Después de bajar al perro para que no se haga sus necesidades en casa, salimos en dirección al metro. En cada estación se van subiendo cada vez más personas con la camiseta que daban junto a los dorsales de la carrera, con la propaganda de Liberty Seguros. El metro parece una secta. ¡Suicidémonos!
8:10 am, llegamos a Goya, esperamos a una profesora que iba a venir a correr, pero no la encontramos, y a las 8:25 decidimos ir a la zona donde reparten los chips y de paso buscamos la salida. Los altavoces suenan. Música y un narrador indicando las actividades, la organización y demás preámbulos. Diez kilómetros por delante, bebemos agua en una fuente. No hemos ido al baño en dos horas.
Salen los paralímpicos, un minuto después dan el pistoletazo. Pasamos por la línea de salida a las 9:02 am.
Encauzamos la calle Alcalá en dirección Oeste, el lateral del retiro da ambiente de naturaleza, llegamos a Esparteros, nos metemos por el túnel subterráneo y se oye a todos los corredores, motivados y con energía, gritar aprovechando la reverberación del pasadizo. Un escándalo que da bastantes ánimos.
Poco tiempo después y habiendo pasado la puerta de Alcalá, llegamos a la rotonda de Cibeles, giramos en dirección Norte, Paseo de Recoletos. Gran putada. Empieza la cuesta arriba. Llegamos a Colón sin quejarnos mucho, empieza a dar la sombra. Paseo de la Castellana bajo los árboles. Pierdo a mi hermana y no sé más de ella. Después de un par de kilómetros, llegamos a unas mesas con publicidad de Gatorade, esperamos a que al pobre chaval le de tiempo a llenar todos los vasos. Nos dan también botellines de agua de trescientos treinta mililitros. Me mojo la espalda, me trajo la mitad de la botella y la llevo en la mano. Mojados e hidratados seguimos todos cuesta arriba, yo motivado con mi música, otros escuchando únicamente el aliento sofocado de los cientos de corredores que coincidimos. Desesperados por la subida, empezamos a buscar la torre de Caja Madrid, a la espera de que llegue el giro del Bernabéu. Llega la torre Picasso, a lo lejos. Aún queda un poco. Por fin el cilintro vertical, edificio lima en la esquina, giramos, Estadio, tiendas, gente mirando y aplaudiendo. Concha Espina no es ningún alivio. Pronto empieza otra subida, algunos se quedan atascados, pero algunos intentamos superar nuestro propio esfuerzo con los tobillos. ¡Arriba!
Acaba la subida, corremos sobre llano, luego una pequeña bajada, y así hasta el parque de Berlín. En el giro, dejo la botella sobre un banco, por si a alguien de atrás le viene bien.
Cuesta abajo, menos mal. Consolados, empezamos a acelerar, pero poquito, que no vamos sobre ruedas y la amplitud de las piernas sigue siendo la misma. Empiezan a tirar los tendones delanteros de los tobillos. Las zapatillas de running hacen su efecto. Empezamos los corredores a emparejarnos, corriendo por turnos, tú delante, ahora yo, y así hasta que el desfase es demasiado grande y uno de los dos cambia de ritmo. Pequeño incidente en mitad de la bajada, un hombre en el suelo, aunque consciente. Atendido por tres personas, al cabo de un rato se oye la sirena de una ambulancia que baja a gran velocidad. Después de la última cuesta arriba, se aproxima el giro por la calle Goya, pero coincidimos con la ambulancia, que tiene que girar a la derecha para ir al hospital, seguramente el San Rafael. Nosotros a la izquierda hacia el Palacio de los Deportes. Tres policías municipales detienen el paso de los corredores, hacen una barrera con los brazos, a mi me dan en el cuello porque no los he visto. ¡Quietooos! Empezamos a dar saltitos para no perder el ritmo. Pasan la ambulancia y una moto de policía. Se abre la barrera, empezamos a correr como los San Fermines, escuchamos ya los altavoces, el hombre diciendo "¡Un kilómetro!". Motivados y abatidos a la vez, la última subida. Se quedan atrás otros tantos. Yo intento no pasarme adelantando. Al final, después de los diez interminables kilómetros, llega el arco de la meta, pisamos todos la banda azul para que nos detecten el chip, seguimos andando hasta la plaza de El Corte Inglés. Allí cambian el chip por botellas de bebida isotónica y paquetitos de galletas. La gente se amontona en los bancos para estirar, los bares se llenan de gente, el metro hasta arriba. Los corredores siguen llegando, es un embudo. Miro la hora, son las 10:03 am, descanso un rato, pero sin pararme.
A las 10:40 aparece mi hermana en el punto de encuentro, quejándose, dice que le ha ido mal. Problemas intestinales, se ha hecho los últimos cuatro kilómetros caminando, pero ha terminado. Un ratito de reposición y al metro, vuelta a casa, con las piernas al aire, la camiseta húmeda, el dorsal arrugado y la boca abierta.
Los corredores van desapareciendo. Casa, duchita y ¡Sorpresa!
Por primera vez en muchos años, al menos para mí, es domingo y son las 11:30 de la mañana, todo el día por delante, y yo ya he hecho la mitad. Bajo a por el pan, la gente se acaba de levantar. Señoras paseando al perro, hombres que compran el periódico. Y parece que son las cinco de la tarde, tengo ganas de echarme la siesta de después de comer, pero aún no ha llegado el mediodía.
Estoy cansado, sí, pero aún así me tomo un café bien cargadito, no quiero caer dormido, comemos, friego los platos, hago la mitad de un trabajo para el miércoles, limpio un poco la casa, cambio las sábanas y hago la cama, recojo la habitación, que estaba hecha una pocilga, me da tiempo incluso a arreglar un par de cosas en el ordenador, a hablar con la gente, a preparar la mochila, leer un rato, dar a mi madre un masaje de cuarenta minutos y jugar con el perro.
Ahora estoy cansadísimo, pero con un poco de energía para escribir la parrafada que acabo de escribir.
Conclusión: hoy ha sido el domingo que más me ha cundido en toda mi vida.
Recomendación: Levántate todos los domingos a las siete de la mañana, aprovecha para hacer cosas antes de que los demás se levanten, y tendrás el doble de día. Además, esto sirve para olvidar un poco la depresión de los domingos por la tarde, porque da la sensación de que uno ha aprovechado más el día, sin estar tirado, echando siestas y viendo la tele.
Hala, me voy a la cama, que mañana es lunes y aún quedan dos semanas de intenso trabajo para terminar el curso.
Otro texto sin contenido reivindicativo, sólo informativo, a modo de diario, para que quien tenga un rato y le apetezca leer se entere de lo valioso que es el tiempo de los domingos.