domingo, 22 de junio de 2014

War is over

"La guerra ha acabado". Las palabras exactas que Amaral encajó a la perfección en aquella canción de hace ya demasiados años para ser verdad; la parte bonita de una canción cuya extremada repetición en radios mediocres la ha degradado hasta el límite. Pero queda eso.

Y podría existir una similitud considerable entre lo que realmente es el final de una guerra y esto. Dejan de sonar disparos. Desaparecen las carreras, los aviones en formación, las retransmisiones de última hora con información desoladora. Pero queda el silencio. Quedan las pérdidas. Los desperfectos. Un escenario nuevo, vacío. Un entorno que hay que volver a construir casi desde el principio. La autoconvicción de que queda mucho tiempo de disciplina, de no venirse abajo, de constancia, de esfuerzos implícitos hasta la extenuación. Y si bien es cierto que también podrían existir grandes diferencias en este gran caso particular, teniendo en cuenta la victoria, la alegría, la satisfacción de haber logrado algo inimaginable, las felicitaciones, la admiración... también es cierto que la sensación es muy parecida a lo que expresa aquello que oímos a veces: "En cualquier guerra, ambos bandos pierden".
Es cierto que has ganado. Es cierto que ha merecido la pena. Es cierto que vivirás orgulloso de ello el resto de tu vida. Pero detrás de todo ello hay un coste que nadie, o casi nadie ve. Y seguramente nadie conoce de primera mano. ¿Qué ha sido del miedo? ¿Del temblor en las manos? ¿Qué ha pasado con los ataques de ansiedad y las cicatrices? ¿Qué ha sido del dolor físico? ¿Dónde han quedado las decepciones a bocajarro? De alguna manera, todo eso, habiendo habido tal voluntad y buenos motivos, se vuelve mucho más soportable. Y sin embargo, por soportable y llevadero que logre hacerse, por fácil que parezca olvidarlo todo al poco tiempo, por heroicas que puedan sonar unas palabras como "no ha sido para tanto", en el fondo sí lo ha sido. Y aunque quizá algún día logre desaparecer todo ello de la memoria, no sé muy bien de qué manera, lo que sí queda, lo que algunos sí perciben, es esa vaporosa expresión en la mirada, una ligera fragilidad en la voz, una que no había antes. Una mueca inamovible de un soldado fatigado que, en sus circunstancias, no supo buscar de otra manera un desagravio de sí mismo.
La sensación más tenaz, en definitiva, es la desorientación de después del gran estallido final. En medio del silencio. Ese maldito y maravilloso silencio de paz que después de tanto tiempo en tensión uno no es aún capaz de asociar con lo que representa, y se sigue levantando por las mañanas con un fusil en las manos, aunque por fin, por inverosímil que parezca, sabiendo que las balas descansan en el fondo de un pantano.

No deberían obligarnos a formar parte de una guerra, de ningún tipo. Y menos aún, de una que dure tantos años que ya no recordemos los tiempos de paz.
La guerra ha acabado. Espero que no tarden demasiado en apagarse las hogueras.