miércoles, 28 de julio de 2010

¿Y qué ha sido de eso que llaman amor?

Los hombres vivimos en sociedad y necesitamos sentirnos aceptados.
Una de las formas más bellas de esta aceptación que damos o necesitamos recibir es el amor, muchas veces confundido y/o relacionado con la atracción sexual, la concordancia de ideas sobre algunos conceptos o la compañía.

Muchas personas han escrito sobre este tema, dándole diversos nombres, describiéndolo de innumerables formas, dando chorrocientos consejos sobre cómo optimizarlo, etc.; pero la verdad es que nadie, tras años de investigación y horas empleadas en su pensamiento, nadie y absolutamente nadie ha descubierto por completo la ciencia del amor. Podemos defender que es la consecuencia de reacciones químicas relacionadas en la sinapsis del cerebro y el resto de los sistemas nerviosos de las personas, podemos pensar que el amor se basa en reacciones psicológicas entre las personas dependiendo de sus necesidades y de sus objetivos. Podemos incluso creernos unos expertos del amor en nuestra propia persona...  pero no lo somos.
Ni el más experimentado de los hombres dará la misma descripción del amor que otro. Nadie, por mucho conocimiento que tenga sobre las relaciones amorosas podrá explicar de forma imparcial cómo es esto.
¿Por qué? Pues porque el amor es algo que cada persona sufre, vive, conoce de una manera, con una experiencia propia y un juicio propio. No es una ciencia exacta, ni demostrable, ni empírica.
Por eso no tengo nada que decir si pretendo ser objetivo o demostrar algún hipotético descubrimiento, ya que éste sería siempre algo personal para mí, igual que lo es para cada uno, y por eso lo único que me queda es describirlo de la forma que a mí me parezca apropiada, resaltando la belleza de cada cosa que me puede haber pasado, sin intentar convencer a nadie de que el amor es de una manera determinada, porque eso del amor y de la atracción es siempre diferente y depende de tantos factores que no lo podemos controlar. Depende de muchas personas, no sólo una; depende de muchas situaciones sociales y económicas, y no sólo una; depende de muchas experiencias personales durante muchos años, y no sólo de una, durante un año; depende de muchos intereses vitales y naturales, tanto biológicos como sintéticos, y no solo de uno; depende de muchas localizaciones geográficas, sentimentales y temporales, y no sólo de una; depende de muchas personalidades y preferencias, y no sólo de una. Por esto y por otro montón de razones, la única palabra con la que se puede definir la magnitud y la probabilidad del amor es "de variables indefinidas"

A veces es algo incierto, no sabes si es real o sólo un producto de tu imaginación; no sabes si eso te hace sentir bien o te hace sentir mal, o ambas cosas al mismo tiempo. No sabes si el amor que puede que sientas hacia una persona es correspondido, o quizá si lo sabes, y eso resulta aún peor. Puede que intuyas, o que conozcas, el amor que una persona tiene hacia ti, pero ni si quiera tú podrías determinar si lo correspondes.
No somos dueños ni conocedores a veces de nuestros propios sentimientos, imagínome de los sentimientos de los demás.

Un encuentro o situación amorosos se pueden dar en cualquier lugar, en cualquier momento, durante un período de tiempo de cualquier longitud...
A veces te encuentras a una chica dolorosamente guapa en un centro comercial, de compras, te quedas mirándola y al cabo de un rato piensas que ni si quiera se ha percatado de tu presencia, pero entonces te sientes afortunado porque has sido testigo de que ese tipo de chicas existen de verdad, y al mismo tiempo te sientes desgraciado porque, aunque esa chica haya desaparecido para siempre de tu vida, seguirá formando parte de tus ilusiones hasta que se te acabe la memoria. Puedes tener un encuentro fortuito con una mujer que está llorando en un lugar público, pero no te atreves a ofrecerle tu ayuda, porque intuyes que no la aceptará, o no será como tú esperas que sea la conversación que te estás imaginando en un instante, es decir, como en las películas. Un encuentro fortuito con esa mujer con la que estarías dispuesto a pasar el resto de tu vida sin importar las consecuencias. No la conoces de nada, no sabes su nombre, no conoces su pasado, pero sabes que lo harías. Desconoces la razón por la que está llorando, y eso te hace sentir más culpable, aunque imaginas algunos porqués en función del tipo de persona que te inspire ser. Puede que la hayan echado del trabajo, que su padre la haya gritado, que la hayan atracado, que haya recibido una llamada del hospital...  pero el caso es que la ves ahí, llorando desconsolada pero discretamente, mirando al suelo, pensando que nadie la está mirando, intentando que nadie se percate de su anodina desgracia, y entonces tienes que tomar una decisión. O te quedas con ella e intentas no parecer una amenaza, o te vas para dejar de tener que soportar la incomodidad de observar algo que tus principios no te permiten ver sin hacer nada. Entonces es cuando pones a prueba tu cobardía.
A veces el amor que sientes es un caso de admiración. Hay una persona a la que amas, aunque no te acostarías con ella. Simplemente te gustaría ser esa persona por un instante. Puede que hasta sea de tu mismo sexo y te de envidia. A veces las personas del mismo sexo se manifiestan su admiración de forma física, pero yo ahí no me meto. Puede que esa persona nunca lo sepa. De hecho nunca lo sabrá.
Otras veces te pones a pensar y te das cuenta de que amas a alguien que siempre ha estado ahí y que hasta el momento ha pasado desapercibida, pero te pones a pensar en ella, y te preguntas por qué en este preciso instante tienes que caer en las mismas redes.
Seguro que otras veces eres testigo de que alguien te ama, pero no te lo quiere hacer saber de forma activa. Se comporta de una manera delatora, tú lo sabes y te sientes responsable de no corresponder un amor que crees recibir de forma injusta.
En ocasiones, sacrificamos una buena parte de nosotros cuando pretendemos conseguir algo, no sólo en el amor, pero de eso va al entrada. Alguien nos ha dado indicios, ya sean verdaderos o falsos, de que tenemos oportunidades, y nosotros nos lanzamos de cabeza a por esas oportunidades. A veces lo conseguimos, a veces no. Depende de muchas cosas, ya lo he dicho antes.
Después te empiezas a acordar de un antiguo amor que tuviste y que se apagó, pero que en tu interior, en tu recuerdo, en tu esperanza, sigue vivo, latente, esperando a que hagas algo con él. Lo dejas morir hasta que crees que el olvido lo ha borrado de tu baúl de los recuerdos, pero sigues dolido porque sabes que siempre habrá algo que te recuerde tu pérdida emocional en el caso. Siempre llegará un momento, antes o después, en el que querrás volver al pasado y volver a tener lo que ya no tienes, recuperarlo, ser quien eras, o quien fuiste y dejaste de ser para dar partida a la caza de otro nuevo amor. En ese caso te sentirás culpable. También puedes sentirte rechazado, utilizado o reemplazado en el caso de que pienses que tú no tuviste la culpa de la pérdida.
También puedes intentar recuperar esos tiempos de felicidad con esa otra persona, pero también sufres en la incertidumbre que te causa el conocimiento de que esa recuperación no sólo depende de ti. En fin, cosas que podemos pero no podemos hacer con algo roto.
[Es increíble cómo he pasado de la primera persona del plural a la segunda del singular. A ver ahora cómo sigo]

Siempre te das cuenta de que no es buena esa ambigüedad de sentirse bien estando solo y al mismo tiempo necesitar alguien a quien complacer, a quien cuidar, por quien preocuparte...  así como alguien que te complazca, que te cuide, que se preocupe por ti. Será por eso de que las personas nunca nos conformamos con lo que tenemos y siempre queremos algo distinto, pero luego tenemos fobia a los cambios.
Qué fue de esa mujer inadecuada con la que querías algo especial, porque te consolaba existencialmente y calmaba tu esperanza de que tenía que existir alguien así, alguien como esa persona, que te salvaba de pensar que el mundo estaba vacío y muerto. Qué fue de ese momento de correspondencia milagrosa y emotiva, de esas que humedecen los ojos, en el que te preguntabas: "¿pero esto realmente está pasando?"; qué fue de ese momento y qué fue después, de ese otro momento en el que hiciste memoria de lo sucedido y te preguntaste "¿pero esto realmente sucedió, y por eso ahora tengo que estar así?".

No conocemos el futuro, ni controlamos el presente. Sólo podemos mortificarnos pensando en el pasado. En las cosas buenas, en las malas, en lo que hicimos bien, en lo que nos salió mal, en el porqué de todo esto...  y nunca llegamos a ninguna conclusión cuya preferencia no vayamos a cambiar.

No podemos aprender lo suficiente como para estar tranquilos de poder confiar en nosotros mismos, porque el amor, y todo lo relacionado con él, es uno de los pocos aspectos en los que no nos conocemos ni a nosotros mismos, y por eso lo único que nos queda es seguir buscando, seguir esperando, lo que sea, e intentar seguir siendo felices o infelices en función de cuánto necesitemos y hasta qué punto la suerte y la realidad estén de nuestro lado.

domingo, 25 de julio de 2010

Let it be

Bonito sería leer algo así, pensar algo como esto escuchando mientras la versión gospel de Let it be [véase http://www.youtube.com/watch?v=xMo-lLL2Pug ].

En la película la utilizan para el funeral, y sería realmente emotivo vivir un funeral con esa canción de fondo. Esa voz negra que desgarra el alma, esas notas exclamativas y esos gritos de dolor al ritmo de los Beatles vestidos de negro, con un coro que refleja los pensamientos de la razón desde el fondo en un momento en el que quien canta es el corazón, de voz principal.
Pero no hace falta estar de funeral ni llorar a un muerto para sentir la misma emotividad (o un préstamo de ella) con música así.
Por eso te dedicaré a ti unas palabras. A ti y al mundo que me viene ahora a la mente, que todavía no conoce bien el significado de palabras como la libertad y la paz, pero sí conoce el dolor, la soledad, el rechazo interior y la impotencia, así como la envidia y la resignación, aunque no quiera presumir de ello por razones de humildad hacia su conciencia egoísta.

Tú y quién si no para ocupar mi memoria. Digo memoria porque es lo que me queda de ti. Es probable que ya nadie te recuerde ni te quiera volver a ver, pero yo si. No estoy seguro de cuál es la razón, pero te admiro. Debería odiarte como te odian todos, abandonarte como te abandonaron todos, darte por muerto como lo hacen los demás y sentirme mal cuando alguien me habla de tu nombre y de tus hazañas en el pasado. Debería aceptar que la gente me pida disculpas cuando me preguntan por ti y digo que no estás, pero la verdad es que te admiro. Y no lo hago por tu cobardía. No te admiro por tus falsos logros ni por la libertad que aparentas disfrutar con tus excesos. Ni si quiera te admiro cuando das su merecido a aquellos que demuestran ser dignos sólo de la más dolorosa y humillante de las muertes. Me duele recordarte cuando sé que a mí también me hiciste daño y que ni tú ni quienes debieron hacerlo pusisteis todos los esfuerzos para salvar lo que se ha perdido y cuya ausencia estará viva hasta el fin de mis días. Me duele también con rotunda amargura saber que tuviste más influencia desde lejos que desde cerca, aunque alomejor es precisamente la influencia que tuviste mientras estabas, la razón de que influyas mucho más ahora que no estás.
Pero las personas tendemos a eso, a hacer auténticos malabarismos mentales para adaptar la realidad a nuestras emociones y no caer en la primera batalla e intentar aguantar hasta el final. Yo hice el malabarismo de buscar un indicio de que mi deber no sería odiarte, sino ser el único que pudiera ver por encima del rencor y encontrar la empatía. Busqué un indicio de que mi futuro estaría junto al tuyo a cambio de que la soledad no se adueñase del estrecho camino que me había quedado tras la tragedia, y lo encontré. Encontré una razón, una sola, pero más que suficiente para saber que el amor no reside en el agradecimiento, sino en la comprensión. Miré más allá de lo grande y conseguí ver lo pequeño. Quizá eso pequeño que logré atisbar en mi intensa observación, empañada y dificultada por el odio de los demás observadores, no sea más que algo que sólo se puede ver desde donde yo estoy y desde donde yo crecí, pero a mí me vale. No me importa ser el único que entienda esa razón, la razón por la que he conseguido admirarte cuando nadie lo hacía, y lo sigo haciendo.
Encontré eso pequeño, esa razón, que no es menos que el brillo oculto en tu mirada, que expresa la resignación y los deseos de haber hecho mejor las cosas, tanto en el pasado como en el presente, y ese luminoso y delator miedo por el futuro que conoces y por la culpabilidad irreal que aún sientes. Pude ver la complicidad que me unía a ti al saber que cuando uno conoce la verdad, se siente responsable y, por tanto, culpable de todo. Yo he descubierto cuáles fueron tus voluntades a la hora de actuar, cuáles fueron las causas de esas voluntades y los factores que desviaron el cumplimiento de tus buenas intenciones. Conozco la conciencia de los que te echaron del camino porque no supieron ver más allá de sí mismos, y sé que a pesar de saberlo tú también, a pesar de saber que no tienes la culpa del desenlace de esta historia, te sientes culpable, porque como conocedor de la verdad, siempre sabrás que, de una manera u otra, siempre tuviste la oportunidad de evitar este final. A ti me une este descubrimiento de culpabilidad inmerecida en las tormentas que te acompañan cada noche, y a ti me une también otra cosa por la que te admiro aún más. Y viene a ser que tú me identificaste cuando yo observé entre toda la maleza y supe ver el brillo de tu resignación. Tú te diste cuenta de que había alguien que discrepaba de la opinión generalizada y te agarraste a un sentimiento de unión en el vacío que confirmaba esa inocencia tuya en todo esto, confirmaba dentro de tu conciencia esa paz que necesitabas entonces y que sigues necesitando para no rendirte ante la injusticia.
Aún así, sé que no fuiste lo suficientemente fuerte en tu insistencia contra la corriente y entre todos lograron que te convencieras a ti mismo de que eras despreciable y un mal ejemplo, por lo cual te sentiste poco orgulloso de ser mi objeto de admiración, pero siempre lo seguirás siendo. Aunque a partir de este momento se confirme que eres merecedor de la fama que se te ha impuesto, aunque a partir de ahora conviertas las malas hipótesis en malas realidades, a pesar de eso, te seguiré queriendo y te seguiré admirando porque, aún más que el conocimiento de tu inocencia, me une a ti el resultado de ese conocimiento recíproco de que yo te había descubierto, y es el hecho de que cuando todo esto acabe, no seré yo el que más lágrimas derrame cuando me entere de que has muerto. Serás tú el que llore y grite más cuando a mí me pase algo. Serás tú el que más sienta mi pérdida, porque eres tú el que me quiere a mí, más que yo a ti, más que yo a nadie.
Es como si entre nosotros existiera un sentimiento mutuo de culpabilidad por los desastres del pasado, un sentimiento mutuo de complicidad y comprensión de culpabilidades e inocencias, y un sentimiento mutuo de necesidad en la confirmación de esa peculiar visión que los dos tenemos del mundo; un sentimiento que ambos conocemos y no queremos perder.

...y la canción casi al final dice: "I wake up to the sound of music, Mother Mary comes to me speaking words of wisdom, Let it be...".

Dejemos hoy que esa Madre Mary nos diga esas palabras de sabiduría, "Déjalo estar", y brindemos por la resignación que cada noche nos arropa en nuestro dolor de haber perdido la libertad personal de encontrarnos, para protegernos del odio que no merecemos tener hacia esa gente con el corazón roto (la broken hearted people de la canción) que puso un desfase en el tiempo y en el espacio para evitar ver la otra cara de la moneda, que al final resultó ser la buena.




"...and you will always be a hero, for though they try to avoid it, you will always keep held into my mind"

martes, 20 de julio de 2010

...y dónde no cabe una utopía?

El típico deseo de salir. De escapar. De volar. Qué común y qué acertado ese deseo típico. Por qué será que todos pensamos en lo mismo. En ese afán generalizado de llegar a una isla desierta. Un lugar despoblado, virgen, sin corromper. Por qué será ese anhelo de no tener a nadie alrededor, o al menos tener alguien a quien haber podido elegir.
Todo eso viene de la necesidad natural de sentir que nuestra razón y nuestro juicio son los únicos válidos y verdaderos, porque hemos aprendido que los "demás" piensan de manera distinta, por lo cual suponen un peligro para nuestras ideas, sobre todo cuando intentan derribarlas de forma hiriente.
Por eso quiero "escapar" de este lugar en el que me encuentro. Quiero "volar" en un avión hacia ningún sitio. Sólo quiero volar, quedarme suspendido en el aire. Tocar el cielo con las manos y sentir lo inalcanzable. Salir de este país en el que nadie ha aprendido a convivir, y los que han aprendido, no pueden ejercer su capacidad de convivencia por asuntos de supervivencia. Huir de estas fronteras en cuyo interior unos se pegan con otros por razones de orgullo y de dinero. Los ricos y los que se creen superiores luchan para no ver deteriorada su imagen de pureza y distinción; los pobres y los que se creen pisoteados luchan porque creen que merecen algo mejor de lo que tienen, y piensan que no son responsables de sí mismos. Así poco a poco hemos ido creando un país en el que lo único que se respira es el odio por todo el que nos rodea. Pero en mi vuelo de huida tampoco quiero llegar a ninguna parte, porque sé que allí se dará más de lo mismo. Huir del odio que ha conquistado España para respirar el odio que se ha hecho con el resto de los países del mundo, da igual dónde. Estoy por hacerme monje y quedarme meditando en medio de esas montañas que dicen que hay en algún lugar de Asia.
Se da por hecho que para cada cual existe siempre otra "persona" con la que concuerda. Una persona con la que se puede sentir plenamente realizado todo el mundo en su respectiva identidad. Pero yo también he dado por hecho que esa supuesta persona sólo existe de forma subjetiva. Puede que nos esté engañando, puede que nos estemos engañando nosotros mismos, pero una mezcla de todo me ha hecho llegar a la conclusión de que cualquier utopía que podamos percibir en nuestra existencia siempre será fruto de un engaño. Por eso prefiero hallar esa utopía en soledad, porque si alguien me engaña, prefiero ser yo mismo.
Prefiero ser yo el responsable de mi propia desgracia o de mi salvación. Quiero ser yo el que elija hasta qué punto es real la realidad, y hasta qué punto es feliz la felicidad, así como hasta qué punto el agua humedece las cosas.
Por una vez me gustaría ser egoísta y prescindir del trabajo de pensar en cada persona, para saber en quién puedo confiar y en quién no. En primer lugar, porque siempre me equivoco haciendo ese trabajo de destilación entre confianza y hostilidad. En segundo lugar, porque sean o no de confianza, todas las personas del mundo son eso, personas, que también tienen sus experiencias, su opinión, sus reacciones y sus intereses, y por eso, precisamente por ser sujetos ajenos a mi persona, ya pierden toda su fiabilidad para mí, igual que yo la pierdo para ellos.
Puede que el ideal de autosuficiencia sea insostenible, puede ser. Puede que el individualismo sea inviable, pero paradójicamente es con lo que todos soñamos o hemos soñado alguna vez en nuestros más profundos y puntuales derroches de egocentrismo, por el cual no nos podemos culpar.
Quiero llegar a algún lugar donde nadie me envidie, nadie quiera utilizarme o hacerme daño. Un lugar donde nadie quede por encima a costa de dejarme a mí debajo. Un lugar en el que no tenga que protegerme ni desconfiar de nadie ni de nada. Un lugar en el que mis hijos aprendan la doctrina del amor y no la del odio. Donde aprendan una convivencia hecha por la cooperación y el respeto, y no por la destrucción y el dolor de los semejantes. Un lugar en el que mis hijos no se sientan identificados consigo mismos cuando hieren a alguien, y de esa manera tengan que dudar de sí mismos. Quiero llegar a un lugar en el que yo pueda gritarles desde lo alto de una montaña que son libres, y que al oírme ellos puedan correr alegremente lejos de mí, donde yo no pueda hacerles daño, porque estoy encadenado. Encadenado por ese odio con el que he aprendido a sobrevivir en el mundo anterior. En este mundo presente que nos amenaza. Encadenado por mi pasado, por el pasado común en el que todos nos hemos visto obligados a tomar decisiones de las que no nos sentimos orgullosos. Encadenado por la pérdida de la esperanza y por la resignación, que es lo único que me queda para seguir flotando sobre el agua que me mantiene con vida. Un agua fría y hostil bajo cuya superficie se hundieron todos los principios, todas las ideas, todo el amor y toda la alegría que me quedaba.
Tendré que nadar yo solo y dejar que ellos descubran todo eso por sí mismos.

Y bien, ahora que la música deja de hacer efecto, dejaré de mirar mi mano apuntando al cielo. Veré mi brazo, después me veré a mí mismo, contaminado interiormente por toda esta mierda, y después volveré a ver la desgarradora imagen del horizonte que se abre frente a mis ojos, que una vez quedaron cegados por el llanto y nunca más volvieron a ver la realidad tal y como era, porque la verdad quedó oculta bajo todos esos sedimentos de odio que hoy iluminan la culminación de la idolatría del hombre y lo hacen cada vez más infeliz cuando recoge lo que él mismo ha sembrado.

martes, 13 de julio de 2010

Palabras para un triste sueño


...y dejó escrito que si alguien iba a pronunciar un discurso en su funeral, lo
haría yo, porque era la única persona de la que se sentía orgullosa.

Lo cierto es que cuando uno tiene un sueño tan intenso, a veces es difícil distinguir lo que es verdad y lo que es imaginario, aunque yo creo que todo lo que imaginamos o pensamos es reflejo de la realidad que conocemos y no nos atrevemos a revelar.

De repente me encontraba allí, en medio de algún lugar conocido, buscándote. Dos perritos desorientados bajaban la escalera. Me había equivocado de portal. Llegué al número correcto y subí hasta la puerta, pero la cosa seguía siendo muy extraña. Pregunté y respondió un hombre a gritos. ¡Perdone! Me volví a equivocar. Era tarde, de madrugada. Todo estaba muy oscuro y silencioso. Se me ocurrió mirar no sé qué documento con la distribución del edificio y quedé sorprendido. Habían cambiado los nombres de todos los propietarios, su piso y su puerta, pero había otro registro con antiguos propietarios. Encontré tu nombre.
Llegué a mi casa, no sé por qué, y alguien me comunicó, de manera muy respetuosa, que "estabas en un lugar mejor". Es increíble la fuerza que esas palabras ejercieron sobre mí, aún siendo un ateo empedernido obsesionado por el empirismo y la exactitud científica. Creo que el único efecto que tuvieron fue el de recordarme tu ausencia. Habías muerto durmiendo, te encontraron en tu cama, pero tú ya no estabas. Pasaron unas horas, me dejaron leer tu testamento. Lo tenías localizado porque toda tu vida habías vivido mirando hacia ese momento. Lloré como un loco leyendo aquellas palabras tuyas manifestando tus últimas voluntades, de forma tan humilde y agradecida. Incluso escribiendo esta mierda me pongo otra vez a llorar. Mi cabeza no tuvo el considerado detalle de soñar con qué palabras decías en tu testamento, pero sí recuerdo exactamente las que me hicieron desplomarme por completo mientras leía.
Decías: "...y no creo ser merecedora de ningún discurso, pero si alguien tiene que pronunciar unas palabras para hacerme homenaje, ese será Alejandro, porque es la única persona de la que estoy orgullosa".
Y me puse a escribir lo que en aquel momento se me pasaba por la cabeza. Aquella contestación que daría en clase en caso de que alguien me viera llorando y me preguntara "Qué te pasa". Le diría que tendría que estarle hablando durante cinco años seguidos para explicarle lo que me pasaba.
Escribí el discurso. Decía algo así:

"Apenas unas palabras formales son las que la relacionaron pobremente conmigo durante toda mi vida. Apenas unas órdenes de madre son las que la relacionaron con sus hijos durante toda su maternidad. Apenas unas obligaciones que cumplir y unas costumbres irrompibles son las que guiaron su monótona actividad durante los años que ella vivió. Nadie le daría importancia a una persona que quiere pasar desapercibida, haciendo como que no se da importancia a sí misma. Nadie se preocuparía por alguien que sólo defiende unos principios y no se mete con nadie. Su muerte sería la pérdida menos lamentable del mundo para cualquier otra persona a juzgar por su interferencia voluntaria. Pero hoy estamos aquí para eso, para juzgar cómo intervino ella en nuestras vidas sin quererlo, para darnos cuenta de quién acabamos de perder.
Esta mujer que hoy yace entre nuestras lágrimas fue una mujer que nunca se quejó absolutamente de nada, una mujer que agradeció desinteresadamente cada gesto y que nunca pidió nada a cambio. No esperaba nada especial de la vida, sólo cumplía con su obligación y desarrollaba el papel que le había tocado vivir. Esto puede sonar muy anodino, pero es todo lo contrario. A diferencia del resto de las personas, que nos pasamos la vida luchando para ser recordados, para llamar la atención, para que se nos tenga en cuenta, para merecer algo, ella era silenciosa. Asumió desde el principio su posición y lo único de lo que abusaba era del conocimiento. Siempre estaba leyendo libros, siempre estaba pensando y valorando la cultura. Decía que cuando sabes algo, nadie podrá arrebatarte ese conocimiento ni manipularte, que la sabiduría y el estudio eran la única manera de salvarse de la ignorancia, de la decadencia y de la pérdida de la identidad, de la voluntad, de la vida. Dejó escrito que prefería vivir escuchando y sin hablar que vivir hablando sin ser escuchada.
A veces alardeaba un poco de su conocimiento sobre ciertos temas y nos corregía a todos como si su postura fuera la única, incluso podía ser molesta cuando utilizaba todos los argumentos que tenía para defender sus teorías, pero haciendo memoria, no recuerdo una sola vez en que no tuviera razón cuando hablaba. Las pocas veces que hablaba decía la verdad, y por eso puedo decir que fue la única persona con libertad que he conocido hasta el momento. Solía utilizar esa frase de la Biblia, de no sé qué evangelio, que decía: "La verdad os hará libres".
Cada uno de nosotros tenemos hoy una razón para sentirnos vacíos, cada uno la suya, yo la mía.
A mí me enseño, y no creo ser el único, valiosas lecciones sobre el comportamiento de las personas, sobre lo que merecemos y dejamos de merecer por nuestras acciones, sobre cómo debemos respetar a las otras personas aunque no nos gusten sus ideas, porque nosotros también queremos ser respetados, sobre la educación, que es la única moneda que tiene valor.

Pero lo que me duele más de su pérdida no es el hecho de que ya no nos vaya a enseñar más cosas sobre la vida. No me duele el hecho de no tener a nadie que me dedique silenciosas miradas de complicidad cuando nadie entiende lo que digo. Lo que hoy me duele es la madurez con que asumió su resignación y su incapacidad de manifestar los deseos que nunca manifestó. La templanza con que nos ocultó sus deseos de volar y ser libre de verdad. Es cierto que parecía una mujer complacida, que no necesitaba nada más para ser feliz, que se conformaba con lo poco que tenía y que no era ambiciosa. Pero yo sé que esos deseos existían en ella. Sé que le habría gustado decirnos todo lo que no nos dijo en vida, que le habría encantado viajar a alguna parte donde extender su cultura y ser partícipe de algo productivo a gran escala. Sé que ella también tuvo esa necesidad humana de contribuir al bien común y de ser recordada por sus méritos, pero las barreras sociales siempre fueron muy gruesas.
Ella pasó desapercibida por la misma razón por la que nosotros hoy llevamos gafas de sol con el fin de que nadie vea nuestros ojos llorosos. No queremos mostrar nuestros sentimientos, ni que nadie nos vea desmoronados como personas, porque lo perderíamos todo. Dar imagen de sensibilidad y de fracaso emocional no es bueno para la posición social, y eso lo sabemos muy bien.
Pero tampoco tenemos por ello que entenderla como una víctima de la resignación. Tenemos que entenderla como alguien que sabía lo que hacía y conocía su incapacidad para hacer algo imposible. Tenemos que comprenderla como alguien cuyo amor hacia los demás se vio mostrado en no ser un estorbo sino sólo un apoyo.

Si de algo tiene que ser protagonista, que sea del silencio con que nos enseñó una manera admirable de vivir.
Si de algo tiene que estar orgullosa, que sea de sus logros involuntarios sobre nuestras mentes que reposan bajo la sombra, esperando a ser alimentadas.
Y si de algo tiene que ser víctima, que sea de la libertad, que es la única palabra digna de llevársela entre sus brazos y de iluminarnos desde el cielo para guiar nuestro camino hacia la verdad."


Un discurso en el que casi no pude hablar porque tenía la nariz taponada y los ojos chorreando. Gasté tres paquetes de pañuelos durante la pronunciación y otros dos después de recibir algún que otro abrazo de compasión inmerecida.
Recuerdo que lo que más me dolió del sueño no fue pensar en su muerte de forma subjetiva, pensar que había perdido el poder de pensar y de hablar. Lo que más me dolió fue mi parte egoísta de pensar en su ausencia hacia los demás, hacia mí. El vacío que dejó en su casa, en su familia, en mí.

Ahora no sé, al despertar, por qué seguí llorando como si su muerte fuese real. Había mirado el reloj, la fecha, la calle, todo estaba normal. Pero yo me puse a llorar.
Es increíble cuánta carga emocional tienen las cosas que no han pasado, pero que sabemos que acabarán pasando. Y lo peor de todo es, sin duda, culparnos por no haber sido lo suficientemente agradecidos con las personas una vez que han desaparecido, incluso antes de que lo hagan.



Desde aquí mis agradecimientos por haber tenido la paciencia de leer la entrada entera y ánimo, que creo que esto sólo ha sido un sueño desagradable, aunque con mucho fundamento.

domingo, 11 de julio de 2010

Etimología del insomnio

(Entre tanta "psicología" y tantas pajas mentales, pongo aquí un texto algo más literario...)

Daré otro trago a esta botella de ginebra que tengo sobre la mesa. Está asquerosa, y el que diga lo contrario, es un alcohólico. No he bebido cafeína en todo el día, ni una coca-cola. Hoy me he levantado a las siete de la mañana, a pesar de que era sábado. Ahora son las tres de la madrugada, veinte horas después. En los días anteriores he dormido poco, y ahora mismo me convendría tirarme sobre la cama y descansar hasta que los rayos del sol me vuelvan a despertar. Hace calor y yo aquí bebiendo alcohol. Me suda el trasero, me suda el pecho, me sudan las manos, los dedos, los ojos. Las gotas de sudor se deslizan por mi cara tras abandonar unos ojos que no sé si lloran por el sueño que tengo o porque estoy escuchando a Coldplay ("lights will guide you home..."), diciéndome que todo saldrá bien y que él estará cuando yo no pueda seguir sin ayuda. Lo que olvida es que yo no soy una chica con la que se puede acostar. Aunque posiblemente ese sea el encanto de Coldplay, que sus canciones te hacen pensar, seas quien seas, que tú también eres una chica que necesita muestras de consuelo y masculinidad.
Las gotas saladas llegan hasta mis labios. Eso me encanta. Es agradable sentir el agua de uno mismo, el sabor salado que generan los ojos de uno mismo, es como un auto-beso mojado. Un auto beso que nadie más te podrá dar. Un amor hacia uno mismo que nunca será comparable con un amor procedente de alguien ajeno. Esa sensación de auto amor es la que te dice que eres fiel a tus principios aunque nadie más esté de acuerdo. Es la que te dice que sigues perteneciendo a algo, aunque ese algo sólo sea tu pensamiento. Me duele el cuello, me duele la cabeza y mi presión sanguínea me va a reventar las cervicales de un momento a otro. Debería dormir ya. Debería adoptar inmediatamente una posición horizontal con la que relajarme y acomodarme, pero no puedo. No quiero. Es extraño esto. Prefiero seguir despierto hasta donde me aguante el cuerpo, que dormirme y despedirme del hoy de hoy, para no saber cómo enfrentarme mañana al mañana, sabiendo que lo que hoy está en mi poder, "estuvo" ayer en mi poder, el cual no podré recuperar. Sé que el momento actual se perderá igualmente, pero al menos quiero conservar hasta donde me sea posible esa sensación de poder. Igual que la frase de "algún día nos reiremos de esto". Pues bien, no quiero que llegue ese día, porque todavía estamos en "esto", y no quiero perdérmelo. Cuando ese día nos riamos de aquello, sé que lo haremos con gusto, pero también con una sensación insoportable de melancolía, nostalgia e irremediabilidad.
Quizá se resuma en todo esto el miedo de las personas a la muerte. No quiero dormirme porque no sé lo que pasará después, no sé qué será de mí mientras no estoy despierto para ver lo que pasa. Suena hasta raro.
Vivimos, vives, vivo obligado a decidir cada día entre quedarme en la cama o levantarme. Obligado a decidir si me quedo bajo mi techo protector o salgo ahí afuera a enfrentarme a quien sea, a lo que sea, utilizando mis recursos y asumiendo las consecuencias. Vivo obligado a elegir mi postura frente al mercado, a elegir si pensar que está mal porque priva a las personas de su libertad o pensar que está bien porque nos permite hacernos con la personalidad que nos agrada más. Vivo obligado a decidir hasta qué punto quiero luchar por mis objetivos; obligado a ponerme unos objetivos y a dar la imagen de que los cumplo, porque esa imagen también me ayudará a cumplirlos.
Vivo obligado a apreciar mi vida como si fuera mía, sabiendo que yo ni elegí tenerla ni trabajé para merecerla. Sé también que no me pertenece porque me será arrebatada como a todos los demás, y que lo que haga desde mi principio hasta mi fin no influirá en mí nada más que durante el tiempo que yo esté vivo para ver los reflejos de mi actividad. Pero después nada importará, nadie se acordará de mí, y aunque así fuera, yo ya no podré saberlo, ni podré agradecerlo.
Algunos dicen que a lo largo de nuestra vida trabajamos y actuamos para demostrar que realmente la merecemos. Pero paradójicamente también la perdemos de la misma manera que los que merecen la muerte. ¿Cómo sé que yo no la merezco, si a todos nos es impuesta? No lo sé.
Por eso no quiero dormir, por eso no me suicido. No quiero anticipar algo que no quiero que llegue.
Aunque de forma práctica esa postura también es un inconveniente, por ejemplo, a la hora de cumplir con mis obligaciones. ¿Quién no ha estudiado alguna vez a última hora, por ejemplo?
El caso es que también puede ser influyente el hecho de que me gusta más vivir de noche que de día. Puede que la noche se parezca más que el día a mi manera de vivir, mi individualismo, mi proteccionismo, mi interiorismo, forjado por las diferencias irremediables con los que me atacan desde fuera, es decir, con los que viven de día, porque hay luz y la oscuridad se la lleva el sol.
Preferiría morir de manera accidental que dormirme por mi propia voluntad, aunque si soy realista, debería saber que la ginebra me está empezando a dilatar los vasos sanguíneos y que de un momento a otro apoyaré la cabeza sobre la almohada con el único objetivo de descansar el cuello, aún sabiendo que acabaré dormido.

viernes, 9 de julio de 2010

"Todo el mundo" (2ª parte)

"...todos los hombres necesitan ser comprendidos, amados y pensar que no están solos en el mundo".

Realmente es algo muy bonito de decir. Es muy agradable escribir que estamos equivocados cuando el argumento que se utiliza es el del amor, la convivencia, la comprensión y la psicología individual de cada persona. La libertad y la seguridad que son inversamente proporcionales, el amor y el odio, que son diferentes colores del mismo sentimiento manifestado hacia los demás desde uno mismo; el azul que, si no tuviera un amarillo con el que contrastar o un violeta con el que emparejarse, no podría definirse como azul.
Esto último de los colores es una simple y burda metáfora que se me acaba de ocurrir, pero ahora mismo estoy descubriendo cuanta importancia tiene su comparación. Me explico.
Aplicado a rasgos genéricos, este concepto se puede definir paralelamente cambiando de objetos, es decir: "Si no tuviéramos alguien a quien odiar o un amigo con el que corroborar nuestras ideas, no podríamos definirnos como únicos"; no podríamos nombrar nuestra identidad como nuestra, nuestras características no serían nuestras, y nosotros no seríamos dueños de nuestra propia identidad, incluso seríamos responsables de nuestros actos.
Sí, he dicho bien. Si no tuviéramos identidad, seríamos responsables de nuestros actos. Por eso confirmo que en un mundo y una sociedad como esta a la que pertenecemos, en esta situación en la que nos encontramos, es gracias a nuestras diferencias y similitudes que tenemos una identidad y, por consiguiente, NO somos dueños de nuestras decisiones, no somos responsables de nuestros actos ni de nuestros sentimientos.

¿Por qué?

Claro que a todo esto me refiero éticamente hablando. Quiero decir que no somos dueños de nuestras decisiones precisamente porque tenemos una identidad que defender y que definir. Para seguir siendo nosotros, tenemos que conservar y actualizar nuestra apariencia (con nuestro físico y con nuestras acciones) para que los demás, cada vez que la vean, sigan sin tener una duda de que seguimos siendo nosotros. Tenemos que labrar una ideología, unas costumbres, unos gustos, unas reacciones que se van haciendo típicas de nuestra personalidad, en cuya consecuencia los demás, en función también de su personalidad y de su fenotipo adquirido, verán si son compatibles o no con nosotros.

Si no es éticamente hablando, es decir, de manera real y objetiva, aunque nuestros actos y nuestras decisiones estén completamente guiados por lo que nosotros mismos hemos definido en un patrón personal de diferenciación y razón autodirigida, la realidad es la que es y tenemos que ser capaces de analizarla de la manera que más se acerque al "punto de vista medio de cada persona", es decir, la medida exacta que garantice que ante un juicio emitido de forma general, estarán de acuerdo una cantidad de personas mayor que en caso de que dicho juicio fuera otro. Por eso hemos inventado la justicia, las leyes, los derechos, las obligaciones, y todas esas normas burocráticas que encauzan los límites de nuestro comportamiento en sociedad.
Para explicar todo esto, pondré el primer ejemplo que se me ha venido a la mente, aunque no sea muy agradable de recordar (trata de una entrada anterior de mi blog, acerca del 11-M):

Los hechos reales son que unos terroristas han puesto unos explosivos en un medio de transporte público, y en consecuencia, han muerto cientos de personas. Ese es el hecho físico, es decir, algo innegable y demostrable por todos los medios. Ahora, vamos a ver las distintas caras subjetivas de esa moneda real.
Desde el punto de vista de las víctimas, o personas relacionadas, el hecho en sí será condenable, porque las personas que han muerto han perdido su vida de forma injusta, han sido asesinadas.
Desde el punto de vista de alguien ajeno, lo más frecuente será también condenar el suceso y a sus autores, dado que por naturaleza tendemos a ponernos del lado de las víctimas, y nos resulta injusto lo que han sufrido, ya que podíamos haber sido nosotros, porque pertenecemos al mismo sector de la población (el sector civil).
Pero, ¿y qué pasa con los autores? Claro que un atentado terrorista nunca es justificable, pero si nos paramos a pensar en los autores, desde su punto de vista, lo que han hecho ha estado bien. Para eso existe también una cosa llamada educación. Los autores tienen unos principios, un sistema y unas ideas que, para conseguir unos objetivos, les han llevado a actuar de una manera que ellos consideraban efectiva, ética y poco reprochable.
Por eso hablaba yo de la igualdad de todos los hombres en caracteres psicológicos. Ninguna persona actuará nunca en contra de sus propios principios. Si los terroristas no consideraran ética y "buena" su forma de actuar, no serían terroristas. A ellos también hay que comprenderlos (no perdonarlos, sino comprenderlos).

Pero la realidad sólo es una, y como comprobante de mi teoría, se aplican las medidas con las que la mayoría de las demás personas estarán de acuerdo. Decía yo en mi entrada "debemos estar única y exclusivamente del lado de las víctimas", y es verdad. Debemos reducirnos a los hechos físicos y demostrables, y olvidarnos de nuestras otras diferencias, como las ideologías.
Por eso, cuando se intenta hacer lo correcto, se tiende a generalizar y a maximizar. Me explico.
Aunque sea cierta la frase "no siempre lo que dice la mayoría es lo correcto", sí es verdad que a la hora de juzgar un hecho, si interpretamos que ese hecho está sucediendo en todos lados, podremos emitir un juicio justo y apropiado.
Al morir cientos de personas en un atentado terrorista, si interpretamos que TODAS las personas del mundo pueden morir en un atentado terrorista, consideramos que ésa es una muerte injusta, y por tanto, incorrecta, lo que nos permite concebir como negativos los atentados terroristas. Cuando una persona está hablando en un sitio público donde hay más personas, es posible que haya al menos una persona que se sienta molesta al oír a la que habla. Por tanto, si interpretamos que hablan todas las personas, podríamos llegar a la conclusión estadística de que todas las personas se sentirían molestas, determinando así que el hecho de hablar en un lugar público es un gesto de mala educación.
Si entendemos que cuando una persona se cepilla los dientes tendrá la boca más limpia, evitará enfermedades e infecciones y resultará más agradable a la hora de relacionarse presencialmente con otras personas, podremos generalizar que todas las personas se cepillan los dientes para entender que el hecho de cepillarse los dientes con cierta regularidad es bueno para la mayoría de las personas.

Así podría seguir con un montón de ejemplos. Claro está que no tengo estudios al respecto ni soy un profesional en estas cosas, pero creo que esta teoría se podría aplicar en todos los juicios habidos y por haber. De todas formas haré la prueba cada vez que me acuerde, a ver si me he equivocado.


Con todas estas cosas quiero decir que debemos respetar a los demás, aunque sólo sea por comprender que también son personas, que tienen sus propios pensamientos y sentimientos, y tienen tanta importancia como nosotros. Que un hecho sea condenable por todos los jurados del mundo y esté globalmente aceptado que está mal, no quiere decir que no tengamos que comprenderlo y comprender por qué se ha hecho. Todo tiene una razón y una justificación.
Por ello quiero resaltar la imagen de lo que podría ser la comprensible resignación que también podemos aceptar en el mundo capitalista, individualista y hostil al que decía en la primera parte de esta entrada que estamos condenados a enfrentarnos por la condición consumista y desacordada que hemos adquirido, no siendo por ello reprochable que nos resignemos a vivir nuestra vida del modo que nos sea posible en un mundo donde no tenemos tantas posibilidades como se nos hace pensar.


Un saludo a aquel ó aquella que haya disfrutado de las dos partes de "Todo el mundo" y, una vez más, gracias por leerme y por interesarte por las pajas mentales que acaparan mi cabeza.

viernes, 2 de julio de 2010

"Todo el mundo" (1ª parte)

Todo el mundo debería ser feliz. Todos deberíamos pasarnos el día cantando canciones alegres, expresando nuestra euforia. Todos deberíamos ayudar a los demás continuamente.
En la sociedad actual todo está pensado para que seamos felices. Todo está diseñado para complacernos, para acomodarnos, para hacernos vivir bien, al máximo, a todos. MENTIRA.
Ciencias aparentemente tan aburridas como la economía, la sociología, la psicología y la política son las únicas que nos pueden salvar del desagüe sin fondo que nos amenaza, o al menos nos pueden ayudar a comprender cómo colocarnos para que la caída sea lo menos dolorosa posible.
A veces resulta aburrido leer y escuchar a tantos catastrofistas hablando de que todo es un engaño, de que somos víctimas de la parte mala de nuestra propia conciencia y que estamos destinados a un final cruel por el que nadie va a derramar una lágrima. Puede ser. Puede ser molesto que cada vez se hable más de la desgracia que nos acecha a todos en los años del futuro de cada uno. Puede causar incomodidad el hecho de pensar que el misterioso y azaroso destino nos ha reservado a cada uno un final personalizado en el que cada cual será menos afortunado que el anterior en caer, porque todos "acabaremos pagando por nuestra culpa". ¿Qué culpa? Podemos ser culpables por dos cosas: Por causar el mal, por contribuir a esta desgracia común de la que voy a hablar, participar en el maléfico trazo de la mano que dibuja el futuro, ser parte de la trama... o culpables por no hacer nada. Esa puede ser una culpa mayor. Sí. No hacer nada. ¿Pero qué podemos hacer, si a escala individual somos completamente insignificantes? Y una mierda. Lo mínimo que podemos hacer a escala individual es darnos cuenta de lo que pasa. Indagar un poco, mostrar algo de curiosidad. Luchar contra nuestra pereza.
Ya no hablo de luchar contra la corriente -aunque hay quien lo consigue-. No hablo de intentar cambiar el mundo, ni si quiera de cambiar a los demás, ni de cambiarse a uno mismo. Simplemente hablo de que la mayor parte de la culpa no reside en aquellos que idearon el sistema de la ruina total, ni en los que por miedo decidieron contribuir a su construcción. Hablo de que la CULPA reside en todos aquellos -que son la mayoría- que nunca lucharon por descubrir de qué eran víctimas, quién decidía por ellos, para qué estaban ellos dondequiera que estuvieran, de qué formaban parte.
Tú mismo. ¿Te has parado a pensar de qué formas parte? A ver... formas parte de... una sociedad basada en el capitalismo compulsivo en el que cada persona sólo es capaz de luchar por sí misma, pensando en su propio beneficio, trabajando para su propio bolsillo, para lograr engrandecer sólo su propia imagen. ¿Qué cruel suena esto, verdad? ¿Cómo es posible que las personas sean tan insensibles, tan egoístas? Igual estoy generalizando demasiado, dramatizando.. pues no. Incluso estoy intentando contener la ira de mi certidumbre sobre lo que no sé si es un océano o un abismo. El hombre es cruel. Eso sí es generalizar.
El hombre se ha vuelto cruel a lo largo de la historia, pero todo empezó en un lejano momento. Así a rasgos generales, podemos entender que el hombre, que desciende de las ramas homínidas de los primates, empezó a desarrollar su cultura una vez que aplicó su inteligencia mental para almacenar sus logros y tener tiempo de investigar otros. Los humanos empezaron a construir armas para cazar, utensilios para sacar más partido a los alimentos, aprendieron a almacenar comida, a protegerse de los peligros de la naturaleza, a comunicarse... así poco a poco nació una población creada por grupos primitivos que se ponían de acuerdo para sobrevivir en comunidad. Poco a poco la reproducción se fue optimizando, la raza humana se expandió, empezó a evolucionar. Entonces el territorio se quedó pequeño. Las zonas fértiles y atractivas empezaron a ser disputadas y se nos ocurrió crear sistemas de organización más complejos para ser capaces de repartir los bienes existentes de forma justa y comprensible. El que tenga más fuerza se queda con lo que hay. Los grupos empezaron a armarse, a crear consecuencias ofensivas contra otros miembros de su misma raza y así empezó la propia competencia entre los hombres. Es difícil saber en qué momento el hombre adquirió conciencia de sí mismo. Posiblemente en el momento en que comenzó la escritura. A nivel de evolución, en todo el reino animal, el instinto se va cambiando por conciencia, proporcionalmente. Los insectos, desde que nacen, ya saben cuál es su trabajo y cómo lo tienen que hacer. Poco a poco, las especies se van sofisticando hasta llegar al hombre. El hombre es el último eslabón de la cadena evolutiva, y por tanto, es el mayor ejemplo de esta inversión del instinto. Los humanos somos los seres que más tardamos en ser físicamente independientes. Somos los que más tardamos en conseguir nuestro propio alimento, los que más dependemos de nuestra madre. Apenas sabemos respirar y tragar cuando a nuestras alturas, otros animales ya saben distinguir el peligro a distancia. Ahí está la razón de todo. En consecuencia, estamos completamente desprovistos de instintos. Es demostrable. Pero, como he dicho, ahí está la razón de todo. Psicológicamente somos unos dependientes. Desde que somos pequeños, al igual que el hombre en sus primeros siglos de historia, actuamos en función de los estímulos que nos llegan del exterior, ni si quiera tenemos conciencia de nosotros mismos. No hace ni tres mil años que el hombre aprendió a tomar conciencia de sí mismo. Poco a poco aprendimos a diferenciarnos de la naturaleza, a asumir que somos entes capaces de obrar, capaces de elegir entre las determinadas consecuencias de nuestros actos.

[Y por favor, lo digo desde ya, que no quiero ser ningún copiota. Esta entrada es total y literalmente mía, este texto ha sido enteramente redactado por mí, pero quiero remitir estas ideas sobre la libertad, la conciencia, la evolución psicológica del hombre en la historia y la sociedad al psicoanalista y escritor Erich Fromm y a su ensayo sobre El miedo a la Libertad del hombre a partir de los años cincuenta, cuando fue escrito su libro. Gracias de corazón y compréndase que esta es una aplicación a mi propia visión del mundo de las sabias palabras de este autor]

Y aquí está precisamente el cambio, la evolución, la diferencia. En esta reacción se resume todo. Cuando adquirimos conciencia de nosotros mismos, aún de manera primitiva, se despertó en nosotros algo muy básico, pero a la vez muy decisivo. Conceptos tan grandes como la libertad, la seguridad, el miedo, la tranquilidad... Resulta que nos dimos cuenta de que todos los hombres, todos los animales, todas las criaturas sobre la tierra, tienen que morir de la misma forma en que nacen. Nosotros no hemos elegido nacer, ni tampoco podemos elegir morir (o no morir). Si no nacemos no moriremos, pero si somos capaces de pensar todo esto, es que existimos, y por tanto, es que ya hemos nacido. Es por eso que todos caemos en la certeza de que vamos a morir. Antes o después, pero vamos a morir.
Algunas culturas inventaron una cosa muy guay llamada religión. Una idea que nos garantiza que no vamos a morir, o que al menos la muerte no supondrá el fin de nuestra conciencia, que es lo único que valoramos, porque es lo que somos. La religión es esa idea que nos dice que aunque nos llegue la muerte, aunque nuestro cuerpo se pare y se enfríe, nuestra mente/alma/conciencia seguirá activa. Esa mente, esa conciencia, que es lo que utilizamos para pensar, para juzgar, para discurrir. Es lo único que tenemos. La muerte nos daría el mismo miedo si nos dijeran que nuestro cuerpo va a sufrir un transplante de cerebro. Físicamente todo seguiría igual, pero nosotros, nuestra cabeza, nuestras ideas, nuestra conciencia, nuestro descubrimiento constante de presencia, nuestra capacidad de saber que estamos ahí, se irían a la mierda. Dejarían de existir. ¿De qué serviría conservar el cuerpo si las ideas y los sentimientos, que son lo único que tenemos y lo único por lo que luchamos, se van a ir al traste? Es eso, la mente, la cabeza. Tiene muchos nombres.
El caso es que el hombre se vio aterrado cuando recibió esa conciencia de sí mismo -autoconciencia-. Una conciencia cuya pérdida no podía asumir bajo ningún concepto. Así hemos vivido durante muchos años hasta el final del feudalismo. Durante esa época, los hombres todavía se concebían a sí mismos como componentes de una clase social a la que pertenecían por naturaleza y de la cual no se podían mover. Realizaban su trabajo, sus obligaciones, y morían en paz. Poco a poco, con la evolución del comercio, de la especialización... la competencia y el individualismo empezaron a cobrar importancia. Los gremios se disolvieron en grupos independientes de comerciantes que se hacían la competencia entre sí para ganar más dinero, porque el capital también empezaba a ser importante. Las relaciones desinteresadas de ayuda comunitaria de unos a otros se convirtieron en hostiles luchas por la popularidad y el éxito. Esto se sigue llevando en nuestros días.
Nacemos y somos "educados"; se nos introducen unos principios, unas normas, unas reglas, unas obligaciones... unas mentiras. Se nos hace creer que una determinada idea es LA idea general, la verdadera. Nos llevan a pensar que una determinada forma de pensar o de actuar es LA oficial, la única, la verdadera. Eso es algo muy positivo para la globalización, pero individualmente es una putada para todos. Aquí está el otro dilema. Pensar en uno o pensar en todos. Capitalismo o comunismo. Puede que no sea la mejor comparación, pero es real.
Cuando vamos por la calle y vemos que la mayoría de la gente lleva las mismas zapatillas, que todos se transportan con los mismos medios, que todos utilizan los mismos productos... ¿cómo sabemos que la globalización significa el alcance de los máximos niveles de evolución y comodidad, y que no es en realidad una consecuencia nefasta de la implantación de estereotipos, fruto de un sistema económico en el que la única religión es el máximo placer al precio más asequible? ¿Cómo sabemos que todos compramos el rojo porque a todos nos gusta el rojo, y no porque todos los que compramos de rojo tenemos el mismo poder adquisitivo, distinto al de los que compran de azul o de amarillo? ¿Cómo sabemos que nuestro aspecto exterior es reflejo de nuestra personalidad, y no al revés? No lo sabemos.

Por eso puedo resultar incómodo, y por eso puedo parecer catastrofista. Porque sigo siendo de los que piensan que los hombres ya no tenemos ni personalidad, ni principios, ni escrúpulos, ni si quiera conciencia. Sólo somos máquinas que producen y trabajan para conseguir un dinero con el que pueden adquirir unos productos y una apariencia que, en contraste con la de los demás, nos hará sentir mejores, no hacia nosotros mismos, sino hacia los otros. Todos los indicios apuntan a lo mismo.
Como indica Erich Fromm en su libro "El miedo a la libertad", y como afirman muchos pensadores famosos a lo largo de la historia, así como filósofos, políticos, sociólogos y pacifistas, y en conclusión, así como yo insinuaba en la entrada anterior: la seguridad es inversamente proporcional a la libertad. Y es por eso que nos hallamos tan atados en nuestro mundo de aparente felicidad, en nuestro mundo lleno de falsedad y de hipocresía.
La seguridad es inversamente proporcional a la libertad porque para ser libres necesitamos desatarnos de las cosas que precisamente nos aportan seguridad. Para poder elegir necesitamos arriesgarnos. Si no arriesgamos nada, no tendremos nada que elegir. Para ser libres necesitamos deshacernos de aquello que nos encadena y que no nos deja movernos; para ser libres necesitamos despedirnos de las cosas que nos mantienen atados a una situación determinada. Y exactamente al revés. Para estar seguros, necesitamos renunciar a nuestra ambición y a nuestra libertad.
Pero si ahora nos situamos en el tiempo, ¿qué seguridad nos puede quedar en un mundo en el que nos hemos deshecho de todo el amor con que nacimos? Psicológicamente hablando, ¿a qué seguridad o a qué tranquilidad podemos optar si el sistema económico en el que vivimos nos ha enseñado que estamos solos frente al mundo?
Ese era el primer dilema, la soledad. Ya se me había olvidado. Justo cuando escribía sobre el descubrimiento primario de los hombres sobre la muerte, lo tenía que haber nombrado. Pues bien, esta es una reacción psicológica que el hombre posee históricamente a raíz del instinto que tiene como objetivo único la supervivencia.
Cuando el hombre sabe que tiene que morir, no tiene nada que conservar. Por no tener, no tiene ni esperanza. Algo tendremos que necesitar para sentirnos tranquilos cuando estamos solos. Es precisamente eso: lo contrario a la soledad. Lo contrario a la soledad física, que en pequeños plazos de tiempo nos hace sentir desarraigados. Necesitamos compañía. Pero además, necesitamos lo contrario a la soledad moral. Sentir que nadie nos comprende, que no pertenecemos a nada, dudar de nuestras propias ideas, del trabajo que nosotros mismos hemos realizado. Esa es la soledad que más miedo nos da a las personas del mundo actual. Necesitamos amigos, amantes, familiares. Lo que sea para tener la sensación de que no estamos solos. Algunos siguen recurriendo a la religión. Piensan que Dios les arropará cuando vayan al cielo y perdonará todas sus faltas porque ellos no eran dueños de su libertad. Otros se arropan en pertenecer a un grupo de amigos o a una ideología determinada en la que son valorados (aquí se puede ver un perfecto ejemplo en el que se sacrifica la libertad para conseguir seguridad; cuando las personas pertenecemos a algo o a alguien, perdemos la libertad y nos sometemos a la manera de actuar y de pensar del grupo en el que estamos, y éste a cambio nos concede la sensación de que somos importantes en un mundo en el que nadie se va a preocupar por nosotros). Pensamos que comprando los productos de moda estamos más integrados en la sociedad, incluso aunque no haya nadie para ver lo chulos que somos. Nosotros mismos, delante del espejo, nos autoengañamos cuando hablamos bien de nosotros mismos. Las señoras mayores se autoengañan cuando piensan que parecen menos gordas si se compran una chaqueta de campana, y están convencidas de que consiguen engañar a los demás cuando lucen en público su nuevo complemento de moda. Lo mismo le sucede a un hombre cuando compra un coche o utiliza una nueva espuma de afeitar. Nos hemos vuelto dependientes de nuestro propio juicio, incluso antes que del de los demás. El autoengaño es más común que la hipocresía hacia los demás. Es alarmante. A veces incluso nos sometemos a nuestra propia privación de la libertad para conseguir un sentimiento de seguridad que creamos para nosotros mismos, entendiendo que estamos a salvo en una esfera de ceguera que nosotros mismos nos hemos construído, aunque no seamos conscientes de ello.
Después, para ocultar estos casos de autoengaño y esta sensación de crueldad de la humanidad en la que todos somos voraces depredadores que se matan por conseguir algo que alivie su sensación de soledad y de inseguridad, para ocultar una imagen de odio hacia nosotros mismos, hemos inventado el amor. El amor se produce, a mi entender, cuando apreciamos a una persona más que a nosotros mismos, aunque sólo sea en un aspecto determinado. Es admiración, es envidia constructiva. Amor hacia un carácter determinado que creemos que en una persona ajena se ha desarrollado mejor que en nosotros. Como consecuencia de ello, dicha persona nos atrae, porque tenemos la curiosidad de ampliar nuestro conocimiento sobre ese carácter que nos atrae.
Pero todo esto del amor y del odio, sólo son, en conjunto, excusas para conseguir a toda costa esos pequeños logros que juntos harán que nos sintamos bien con nosotros mismos, pensando que los demás nos aman, nos entienden, o nos ven bien, como pretendemos que hagan, pero es todo psicología. Un potente sistema que hemos ido construyendo poco a poco para pensar que no llegaremos solos a la muerte, para creer que nos hemos alejado de esa idea y que habrá alguien que llore cuando nosotros no estemos. Nos pasamos la vida luchando para que cuando nuestro fin llegue, haya al menos una persona que se vista de negro y que piense en nosotros cuando ya no estemos ahí delante para pronunciar una sola palabra. Algunos ocultan este deseo, se vuelven individualistas, dicen que no necesitan a nadie... pero te puedo asegurar, desde lo más sincero de mi experiencia y mi juicio, que hasta el más arisco y amargado de los hombres que existen sobre la tierra necesita ser amado, comprendido y estar convencido de esa idea, de que no está sólo.