sábado, 23 de febrero de 2013

Una muerte sin resolver

Una de las cosas más dolorosas que puede conocer una mente es el remordimiento incompleto de haber dejado algo a medias, de haber permitido que algo fuera absorbido por el limbo de la más irresoluble incertidumbre en un momento determinado. No es un dolor intenso, no. Es peor. Es un dolor eterno, creciente con el paso del tiempo, y con ello más difícil de resolver. Casi  siempre suele haber dos partes implicadas, pero esto también es un cuchillo de doble filo. La otra persona comparte la responsabilidad de haber permitido este abandono, pero también comparte el sufrimiento, tan cierto como el brillo de sus ojos al llorar, de recordar lo que dejó de ser, sin haberlo hecho del todo, y de lo cual tú no dejas de ser responsable. Algo a medias. Algo que no puedes decir que haya terminado, pero mucho menos que siga existiendo. Es una incertidumbre dentro de una certeza intuida. Una certeza dolorosa, partida de un momento, una coyuntura, con nombre y fecha, que desemboca en un espinoso hueco para un deseo frustrado desde su origen, que no verá nunca realizados sus parámetros, pero seguirá existiendo en la línea del tiempo, moribundo, agónico, hiriente, cada vez más ahogado, pero sin nadie que pueda exterminarlo del todo y cerrar de una vez por todas ese libro que fue escrito con un principio, pero sin un desenlace definido, sin un punto y final en la última página.

sábado, 9 de febrero de 2013

Québec

Yo no quiero pisar sitios internacionales sin que nadie se percate de mi paso ni conserve un recuerdo de mi olor. No quiero habitaciones vacías, canciones ignoradas ni cajas por abrir. No quiero dar vueltas en la cama pensando dónde estarás, quién te sostendrá entre sus brazos.
Sin embargo, tampoco quiero vivir en una cárcel de dinero, pagar mensualidades, mantener una rutina, ni quedarme encerrado en una ciudad de mentes vacías y almas resignadas.
Lo que yo quiero es poder tocar todos los días la realidad de la última vez que soñé contigo. Quiero mirarte a los ojos y darme cuenta de que no soy capaz de sostenerte la mirada, de que ese brillo casi monocromático vale más que mi vida misma, no ser capaz ni de respirar al ver lo que hay detrás, e interrumpir todo el efecto con un beso desesperado, buscando el sabor de tus deseos y el olor de tus miedos. Quiero conquistar tu mente como tú has conquistado la mía, descubrir el porqué de tanta timidez, ser el objetivo de tus palabras, el que te coja de la cintura mientras contemplas el amanecer desde lo alto de una torre, inundarme con los libros que tú has leído, inundarte yo con los míos, debatir por qué Saramago es uno de los mejores ensayistas del mundo reciente, y por qué Szalowski era tan acogedor a pesar de meternos en el más profundo invierno canadiense.
Algún día tendré el valor para pedirte, aunque nos miren todos atónitos, que bailes conmigo.