sábado, 26 de junio de 2010

La vida es como un vuelo, un flight.

Durante la gestación, vamos cargando el equipaje y la tripulación. Nosotros somos el comandante. Cuando nacemos, despegamos, en busca de un rumbo. Poco a poco, en los primeros años, vamos cargando combustible, nos vamos haciendo más fuertes, nuestro avión se transforma, evoluciona, crece, cambia de piezas. Todo esto en función de nuestra actitud frente al mundo. Durante nuestro proceso de educación, lo que hacemos es recibir informes por radio acerca de la meteorología, coordenadas, detecciones del radar, impresos cartográficos, todo aquello que nos servirá en el futuro para encontrar una ruta. A lo largo del ascenso, nos vamos encontrando con personas. Algunas de ellas se convierten en nuestros amigos y se meten dentro de la nave, esperando a que los auxiliares de vuelo, que son nuestra personalidad y nuestro sentido común, los coloquen en su lugar correspondiente. A los más pesados, los ponemos junto a las salidas de emergencia, por si hay que echarlos en un momento dado. El que tiene suerte se convierte en nuestro mejor amigo, entra en la cabina y pasa a ser nuestro copiloto, nos aconsejará sobre qué decisiones tomar y se quedará ahí dentro mientras le resulte interesante el rumbo que llevamos. Posiblemente este copiloto tenga vértigo y, a medida que adquirimos altitud, puede que intente hacernos descender, convencernos de la altura y el éxito no son para nosotros. En ese momento podemos obedecer y moderar la altitud, o echarle de la cabina y continuar con nuestra escalada.
Hay quienes no dejan de ganar metros, alejándose cada vez más de la superficie terrestre. En este caso, es difícil que tengamos buenos copilotos, porque la mayoría sólo se suben a aviones fracasados que vuelan bajo, de forma que siempre puedan ver el suelo y distinguir dónde se quieren bajar.
Otros llegan a una altitud y se quedan en ella, aprietan el botón de mantener la altitud, apagan el indicador de cinturones de seguridad y dejan que todo el pasaje se mezcle con ellos. Tienen una familia, un trabajo, una estabilidad asegurada de la que difícilmente podrán moverse. Con un poco de suerte se enrollarán con la más guapa de las azafatas en el armario del capitán, es decir, conseguirán hacer algún descubrimiento con ayuda de su conciencia. Y si la suerte continúa, esa azafata, llamada talento, dará descendencia en forma de algo comercialmente atractivo. Un libro, una canción, cualquier cosa.
Durante la juventud volamos sobre tierra. Tenemos la seguridad de que si alguna vez nos fallan los sistemas de orientación, o se nos acaba el combustible, o la cabina de pasajeros se queda vacía y necesitamos bajar un poco para captar clientela, siempre habrá algún lugar donde aterrizar. Esa es la seguridad de la juventud. En el peor de los casos, tendremos que saltar en paracaídas, y caeremos directamente sobre la cama de nuestros padres, que nos arroparán y nos comprarán un avión nuevo.
Una vez que la juventud se acaba, o nos independizamos, o nuestros padres desaparecen, es cuando comenzamos a volar sobre el mar. La línea de la costa empieza a quedar atrás y las turbulencias se empiezan a notar. Alguna que otra borrasca, una tormenta por aquí, una despresurización por allá, pero con un mecánico llamado dinero, podremos reparar esas imperfecciones que pretenden derribarnos.
Es notable cómo las personas que vuelan a menor altitud, son las que tienen más amigos, más pasaje de baja calidad. Gente que ha pagado poco por su billete, porque su vuelo no va muy lejos. Y por el contrario, las personas que vuelan muy alto, o que ascienden a gran velocidad, son las que se van quedando solas. Los copilotos son cambiados continuamente, la mayoría no han sido instruidos para conocer las señales detectadas a esas altitudes. Los que no distinguen el norte del sur, se confunden con las nubes o no saben leer el manual de instrucciones. Lo que todos saben muy bien, es leer el indicador de velocidad vertical, el que nos dice si subimos o bajamos, y a qué velocidad. En cuanto ven que la cosa empieza a subir, se echan a temblar. Los que no salen por su propio pie, se los lleva el viento, pero casi todos desaparecen. Es muy difícil encontrar un copiloto (y mucho menos un pasaje) que se atreva a volar a gran altura. Los pasajeros necesitan mucho dinero para comprar un billete para nuestro avión, para un vuelo que apunta muy lejos. Además, también resulta arriesgado. Cuando uno vuela muy alto, la caída puede ser peor. El más mínimo fallo y adiós. Los que vuelan a ras del suelo tienen oportunidad de salvarse. Con un poco de suerte, el avión no se romperá al tocar el agua salada del mar, y alomejor alguien generoso tiene una balsa hinchable o un hidroavión con el que volver a remontar el vuelo. Pero a más de quince mil pies, es muy difícil salvarse. Los que decidan tirarse en paracaídas, morirán asfixiados por las deudas económicas de su imprudencia antes de alcanzar la troposfera. Los que se queden dentro, se estrellarán contra el mar junto con el avión, algunos morirán ahogados. Nadie se salva.
¿Qué diferencia hay entre unos y otros?
Dos palabras: libertad y seguridad.

Los que vuelan por debajo de los cuatro mil, prefieren la seguridad. La seguridad de que tormentas como una pelea o una ruptura, no acabarán con ellos. La seguridad de que siempre habrá alguien que les acompañe ante las dificultades. Un copiloto que les diga por dónde se sale de la zona de turbulencias, cómo esquivar el anticiclón, o dónde está la isla más cercana. Pero, ¿y la libertad? La libertad está muy limitada en los aviones mediocres. Avionetas bimotor, con capacidad para poco equipaje. Si tienen suerte, poseerán un tren de aterrizaje de dos ejes. No tienen azafatas, todo el mundo puede subirse al avión, hacer lo que quiera. No necesitan que nadie les aconseje. Su velocímetro sólo alcanza hasta los ciento ochenta nudos, quizá doscientos. Su pista de aterrizaje no tiene por qué tener más de ciento veinte metros, con eso es suficiente. No podrán alcanzar grandes velocidades, ni presumir de cobrar mucho dinero por los billetes, ni elegir su rumbo en la mayoría de las ocasiones, porque vuelan entre montañas que tienen que esquivar.
Los grandes de la aviación tienen alas de doce metros, sólo el combustible pesa más que un avión de los pequeños. Pueden elegir el rumbo que quieran, porque a una gran altitud, se puede ver todo el paisaje. Se puede ver lo que hay en cada lado, dónde acaba la costa, dónde empieza el amanecer, cuántas horas quedan de sol, cuántos aviones hay por la zona. Las tormentas se quedan por debajo. Ni si quiera los pájaros pueden asustarles. Algunos pasan desapercibidos, son silenciosos, pero hacen una gran obra por la humanidad. Otros hacen ruido y todo el mundo se entera cuando están pasando por encima. Esa es la libertad que tienen los grandes, a no ser que hayan sufrido algún daño en los sistemas de navegación o haya algún incendio dentro de la cabina, una espina clavada en el corazón, una disputa entre la conciencia y el tiempo. En cambio, la seguridad es casi ausente. Por eso pocos eligen elevarse tanto. La caída es más grande.
Lo que todos sabemos con seguridad es que nuestros vuelos acabarán en algún momento. El combustible y la empresa se acabarán y tendremos que dejarlo. Algunos aterrizarán en algún aeropuerto, se despedirán cordialmente del pasaje y volverán al desguace.
Otros menos afortunados tendrán un accidente y acabarán enfadados con sus amigos, su familia y consigo mismos, ya que los auxiliares de vuelo se quejarán de las maniobras que han llevado al vuelo a acabar en una catástrofe.
Pero precisamente ese balance final, el que decide si ha merecido la pena el vuelo, y si se ha hecho todo lo que se podía hacer, es la diferencia o el equilibrio entre las cuatro variables: vuelo bajo, aterrizaje; vuelo bajo, catástrofe, ó vuelo alto, catástrofe; vuelo alto, aterrizaje. De aquí se puede deducir cuál es la mejor de las opciones y cuál la peor.
Que alguien se pase la vida volando bajo seguro y se acabe estrellando, es muy deprimente, al contrario que pasarse la vida volando alto y buscando la libertad consiguiendo al final aterrizar correctamente y sin accidentes, lo cual tiene mucho mérito.


¿Es que nadie tiene curiosidad por ver lo que se ve desde ahí arriba? ¿Nadie quiere saber lo que se siente al notar el calor del sol en un día lluvioso, porque las nubes están por debajo? Claro que algunos no se atreven a asomar el morro un poco más allá, hacia las alturas.
Algo deberíamos aprender los humanos, que paradójicamente nos pasamos la vida volando en
aviones trasatlánticos y de gran envergadura sin haber probado nunca un bimotor de seis plazas.



...y decía Franklin: "Los que renuncian a la libertad por un poco de seguridad transitoria, no merecen ni la libertad ni la seguridad"... aunque todos tenemos derecho a volar.

domingo, 20 de junio de 2010

No necesitas ser perdonado. Necesitas ser comprendido.

Es extraño esto de publicar entradas en un blog. No sabes quién las va a leer. Alomejor tu profesor de física y química, alomejor tu amiga filósofa, alomejor la chica que te gusta, alomejor tu padre, alomejor alguno de tus enemigos... pero los blogeros lo seguimos haciendo porque, aunque después nos quejemos de que todo el mundo conoce nuestra vida privada, publicar lo que uno piensa es una especie de terapia, un consuelo, un tratamiento en el que escribimos de forma ordenada un pensamiento o una conclusión con la esperanza (o la ilusión) de que alguien al otro lado de la red lea en su pantalla lo que hemos escrito con nuestro teclado, a la espera de que esté de acuerdo con lo que expresamos, o al menos nos entienda.
Aquí va otra para ti, lector o lectora, por la que puedes juzgarme cuanto se te antoje, sacar tus propias conclusiones sobre mi vida privada, pública, mi personalidad, mi situación o lo que te de la gana, pero te digo una cosa antes de que empieces a leer mis parrafadas siguientes: todos los argumentos con que criticas a alguien son igualmente aplicables a tu persona; cualquier sentimiento de odio o rechazo que manifiestes hacia alguien es el que sientes hacia ti mismo, y todo el rencor que liberas contra cualquier persona es el que en conjunto la sociedad ha acumulado sobre ti. Todas las reacciones constructivas o destructivas hacia una persona (en este caso yo) son fruto de unos estímulos constructivos o destructivos hacia tí mismo que, con el tiempo, has ido guardando en tu interior y que de alguna manera deseas liberar en dirección a quien te ha influido en tiempos anteriores.
Bueno, me dejo de indirectas que, aunque sirvan para todo el mundo, sólo tú sabes que van por ti. Aquí te/os dejo otro trocito de mi mente al desnudo:


Últimamente he estado un poco deprimido/indignado por culpa de un cúmulo de factores que me han hecho entrar en decadencia durante unas semanas (a esto me refiero con parte de mi vida personal; sobre todo si me conoces, puede que sepas de qué estoy hablando, o con un poco de suerte, no); empecé a comer menos, a encerrarme a todas horas, a no querer saber nada de nadie, a odiar al conjunto de la sociedad y a odiar a cada persona individualmente, cada una por sus motivos, cada una por sus características, cada una en consecuencia de sus interacciones conmigo. Espero que escribir esto y los cambios que se avecinan con el verano eleven un poco mi estado anímico y sirvan para remover un poco las aguas turbulentas en las que ando hundido. No he tocado fondo, y espero no hacerlo nunca, pero tampoco creo estar en la superficie. Eso es lo que quiero. Asomar la cabeza y ver las nubes, respirar aire.
Las ideas me vienen a la cabeza pero no llego más que a poder ordenar la sintaxis de las frases. No puedo pensar en el orden global de todo el texto, aunque eso tampoco importa. Yo como José Saramago, todo junto y a leerlo del tirón, que es más intenso y se implica uno más.
Como digo, las ideas me vienen a la cabeza, una tras otra, ellas solas cuando quieren. Yo sólo hago de intermediario entre el fondo de mis emociones y el teclado. El lector y su cabeza harán el resto. Y, por favor, no pienses tú, lector o lectora, que nombrarte todo el tiempo significa que estoy escribiendo en función de lo que vas a pensar. Para nada. Sólo pretendo acordarme de ti y que veas que no me olvido de nada ni de nadie.
Ahora sí, iba por.. ah, sí, reproches. Reproches a muchas personas, a cada una de las personas a las que mi estado de ánimo culpa por estar como está. Reproches hechos por mi parte emocional hacia esas personas, y palabras hechas por mi parte racional de perdón, comprensión y concordia hacia esas mismas personas.
Sé que decir la verdad tal y como la entiendo me ha traído muchos problemas, y asumo que los seguiré teniendo, porque seguiré siendo como soy, aunque el resto del mundo intente cambiarme. Asumo que a veces la expresión de mis pensamientos resulte desagradable, asumo que se me llame amargado porque lo parezco al decir las cosas que digo, asumo que se me llame hijo de puta cuando intento reprimir lo que me parece una injusticia, asumo que algunas personas no quieran hablarme porque me he comportado como un auténtico desagradecido y porque yo tampoco quiero hablarme con ellas, asumo que nadie se interese por mi y comprendo los intentos de algunas pocas personas por aparentar que les importo y se preocupan por lo que me pase. Comprendo los sentimientos de respeto y admiración que fuerzan esas mentiras dichas y por decir. Asumo y comprendo, ahora enuncio.


Esto creo que irá por personas, pero no voy a decir nombres. Si me conoces y las conoces, sabrás quiénes son pero no podrás poner en mi boca palabras contra quien no he nombrado. Y si no me conoces, disfrutarás del descripcionismo que me embriaga cuando me pongo a recordar. Veamos qué tal queda...

[Ahora es cuando se supone que me quedo en blanco]

Tú el primero de no sé qué lista, porque no soy tan retorcido como para hacer una lista de esas de personas a las que uno suele pegar un tiro cuando encuentra un rifle tirado por la calle. Pero bueno, el primero de la lista. Me duele que te hayas ganado el primer lugar no sólo de mi lista, sino de la de muchas personas que han estado durante noches enteras sin dormir por tu culpa. La de personas que no habrían dudado en asesinarte cruelmente con un afilado cuchillo si por ello pudieran no ir a la cárcel, personas que han derramado lágrimas, que han sufrido ataques de tensión y problemas familiares por tu culpa, personas que se han sentido acosadas, espiadas y perseguidas por ti, como yo, que he cambiado la URL, el nombre y el diseño de mi blog, he borrado cuentas de correo electrónico, he privatizado muchos de mis perfiles y he intentado ocultarme en todos lados para que no pudieras espiarme pero conservando la libertad y mi derecho a escribir un blog público, aunque sé que me encontrarás igualmente. Sé que volverás a encontrar mi blog, sé que leerás esta entrada y sé que la copiarás en tu ordenador. Pero mira, me alegro por ti, porque con esto conseguiré que veas lo fracasado que eres, no por el hecho de leer mis insultos, sino por saber que son verdad. Con esto consigo que tú y todos los que lo leen sepan que te he descubierto, que a mí no me podrás engañar más y que no has conseguido ser tan infalible como pretendías. Tus compañeros de trabajo no te aguantan, y lo sabes, y sabes que a la mínima te quedarás sin trabajo, igual que te quedaste sin familia, porque decidiste trabajar de cara a un público formado por personas sobre cuyas vidas podías decidir, personas a las que podías tener agarradas por los huevos para demostrar lo poderoso que eres, personas a las que podías extorsionar, intimidar, acosar, hacer la vida imposible. Por suerte yo no he sufrido intimidaciones, ni extorsiones ni amenazas por tu parte, pero sé todo lo que haces, lo que has hecho y lo más importante: por qué, aunque eso ya es algo más privado que contaré cuando puedas perderlo todo. Lo único que me queda es pensar que todo lo que haces lo haces por venganza, como todo el mundo. Todos tenemos (es innegable) algún trastorno de la juventud o de la infancia, algún recuerdo de momentos en los que se haya actuado injustamente con nosotros, algún sentimiento de rencor hacia determinadas partes de la sociedad que nos han hecho sufrir cuando no podíamos defendernos y, ahora que somos mayores, necesitamos liberar ese rencor vengándonos de alguna manera que nos resulte placentera o, al menos consoladora. Eso es lo que haces tú con el sector en el que trabajas. Vengarte de los que, en tiempos pasados, pertenecieron a ese mismo sector y te jodieron a ti, a saber de qué manera.
Eso es lo único que me queda pensar para intentar comprender que lo que haces no lo haces por diversión, porque nadie hace ese tipo de cosas por diversión. Lo único que me queda pensar para saber que también tienes partes buenas, que eres único en el mundo y que realmente tienes motivos para sentirte orgulloso de tí mismo y todos tenemos cosas que agradecerte. Eso es lo único que me queda para no ponerme a pensar en por qué te ocultas tan bien cuando alguien te pregunta algo o te busca. No tienes ningún tipo de perfil en Internet, no tienes teléfono, no tienes lugares de contacto. Sólo tienes un empleo, una serie de tareas y un trabajo de "venganza" que ejercer dentro de la más exquisita legalidad para que nadie pueda probar que eres un hijo de puta. Yo por mi parte no pienso impregnarme de la suciedad en la que andas metido sólo para intentar acabar con algo que no me incluye. Incluso aunque intentes que me afecte. Ya conozco la manera que tienes de provocar a las personas que te rodean para que cometan algún error y tú vuelvas a salir ganando. Tú sabes hasta dónde podemos llegar los demás y te aprovechas de ello, pero yo también sé hasta dónde no puedes llegar tú, y gracias a eso las cosas no andan ni andarán peor. Por eso, como tienes la situación bloqueada y por suerte yo estoy fuera, sólo me queda mandarte un cariñoso saludo. :)

Ale, ya va uno. Tú, lector o lectora, no te asustes. Las cosas pasan, la realidad es rara. Sólo te pido como favor que no intentes actuar inútilmente en algo de lo que no tienes ni idea sólo por exhibir tu grandiosa bondad. Guárdatela para ti. Este es uno de esos casos en los que intentar salvar al ciclista que se va a caer supone que se caiga, y que tú y el resto del grupo acabéis despeñados por un barranco. Simplemente disfruta de la compleja sintaxis del texto y limítate a no preguntar. Sólo juzga. Lo siento por ponerme borde contigo, lector, pero de todos los lectores, sé que tú estás entre ellos y no quiero que seas tú el que levante la última carta justo cuando yo estoy a punto de no perder la partida.

Otro.
La cosa se va suavizando. Tú fuiste amigo mío, hablábamos horas y horas. Conversaciones eternas de filosofía incalculable, de valor inimaginable que sólo tú y yo recordamos. Noches hasta las tantas hablando de cosas de la vida de una forma peculiar, tuya y mía, y que aún podríamos recuperar, pero eso sólo será si tú sabes perdonarme cuando yo pueda perdonarte a tí. Estoy hablando de que a mí los amigos nunca me suelen durar más de tres años. Tú no duraste ni dos. Éramos los únicos, tú y yo, nos miraban a los dos antes que a nadie, porque éramos los más extravagantes del grupo, del mundo, nadie nos entendía, pero entre nosotros nos entendíamos, y con eso era suficiente. Estoy hablando de que la dichosa frase es verdad: "Cuando el amor entra por la puerta, la amistad sale por la ventana".
Pasaste de ser mi mejor confidente a amenazarme por una chica. Eso te lo habría perdonado. Lo que no podré perdonarte en mucho tiempo es que te convirtieras en el mejor compañero de las personas con las que nos cebábamos en nuestras conversaciones. Éste tío es un cabrón, porque mira lo que hace, es un falso, es un no sé qué... y ahí te tengo, pegado a su culo, porque él es la clave para llegar a ella. Una chica que a pesar de todos los esfuerzos y sacrificios que has hecho, sigue pensando que eres un imbécil sin futuro que sólo busca vivir el momento a costa de lo que sea, o de quien sea. Te fuiste también con el tío que consiguió que nadie me hablara por el messenger en un año. Con el tío que consiguió que en mi casa sólo hubiera discusiones malintencionadas. El tío que enseñó a mi propia hermana a tratarme como un pedazo de basura y a verme como un desesperado al que han rechazado y que sólo busca llamar la atención hiriendo a la gente. Eso no lo puedo aceptar, aunque sé que no eres del todo responsable de haberte ido con él, porque él lo único que tiene para ti son un par de contactos con los que llegar a tu chica, pero entiende que el sentimiento de traición es inevitable. Por eso te disculpo, porque sé que nunca has tenido malas intenciones hacia mí y que todo lo malo que me has hecho me lo he ganado yo con mis malas contestaciones, mis otras amenazas y mis imprudencias. Incluso te doy las gracias, porque gracias a ti sé cómo actuar cuando todos están contra mí, sé cuáles son las causas que llevan a la gente a pensar de una determinada manera sin ni si quiera preguntarse por qué lo hacen y he aprendido a ser un fantasma, alguien que pasa por los sitios sin alterarlos, sin alterarse, sin parecer sensible a lo que pase, sin interferir en las relaciones naturales que se dan entre las personas del entorno. Ser un fantasma para no salir salpicado. Gracias a ti conozco el arte de la manipulación y lo fácil que es conseguir que todos quieran estar contigo cuando te limitas a parecer una pobre víctima que no ha hecho nada malo, cuando en realidad sabe que está perjudicando a alguien que no puede hacer nada más.

Quién más me queda. Ah, claro, la compi ninfómana. Una carpe diem, una niña que sólo quería vivir la vida al máximo aprovechándose de todo lo que podía. Una niña que se acabó acostando con media clase y la mitad de las demás clases, una niña que descubrió sus secretos y consiguió que los demás le revelaran los suyos. Una niña con andares llamativos que se había cambiado de peinado, de un alisado tranquilo y bonachón a un pelo encardado, voluminoso y sin brillo, que parecía sucio y sin lavar en dos semanas. Esa fue una de las cosas por las que me empezó a dar asco acercarme a ella. Eso y que se iba imaginando la polla de todos los tíos con los que se cruzaba. Sus conversaciones también eran calentitas y sus secretos, un poco fuertes, pero ya no son secretos. Todos pudimos enterarnos de ellos y aquél fue uno de sus errores, al menos hacia mí. Puede que los hombres seamos unos salidos y unos cerdotes, pero hay cosas que nos dan asco, y también huímos cuando descubrimos ciertas peculiaridades. Las chicas privadas y tímidas pueden resultar más atractivas que las que, como ésta, van por los sitios como si llevaran unas bolas chinas puestas, a punto de desnudarse en cualquier lugar público para ver si algún desesperado se acercaba.
Por lo demás, una pena que también nos hayamos distanciado, pero el caso fue algo incompatible conmigo. Al fin, otra batallita más que contar.

Luego quedas tú, hija mía, la pobre chica que perdió el culo cuando me vió por primera vez. Tú nunca me gustaste, pero tenías algo por lo que no podía dejar de prestarte atención. Intentaste seducirme de todas las formas, incluso llegó a ponerse caliente la cosa, pero la idea de que tú querías algo más me espantaba, como a la mayoría de los chicos. Eso fue un error por mi parte, porque yo ya sabía que conmigo no había oportunidad alguna, pero anduve jugando contigo porque tenías un no sé qué. Incluso dijiste que lo harías sin pedir nada a cambio, pero tampoco quise aprovecharme y volví a rechazar tu oferta. Por eso espero que encuentres a alguien que te quiera tratar bien y no te vea como una loca desesperada a la que sólo han hecho daño, aunque sé que no vas a encontrar a nadie, como tampoco en mí lo encontraste. Simplemente reconoce que tus faltas de discreción dispararon todas las alarmas haciendo que alguien se alejara demasiado. Nunca volvió. Adiós.

Quedan más personas por nombrar y de las que hablar, pero la terapia hasta aquí ya ha sido suficiente, y tú, lector conocido o desconocido, ya te has enterado de bastantes cosas. No voy a impresionar a nadie diciendo que son verdad, porque a todo el mundo le pasan este tipo de cosas, incluso más fuertes, aunque no todos los días. Estas son las que me pasan a mí y las intento compartir contigo para que aprendas un poco más de mí y veas también lo que he aprendido yo, en un período que se remonta a poco menos de un año, el último año hasta ahora. Un pequeño resumen de cómo en un sólo año se pueden aprender cosas maravillosamente útiles de personas que lo único que hacen es joderte la vida.
Como sé que nadie va a venir a por mí y que no tengo explicaciones que dar, estoy tranquilo y decido a partir de ahora dejar estos temas densos y ensuciados, porque removerlos sólo sería un error.
A partir de ahora intentaré no hablar de nada con nadie, dedicarme a mis amigos, a preservar el buenrollismo como religión y a no meterme donde no me llaman, paso de ser abogado de pleitos pobres. El que quiera pegarse que se pegue, yo sólo me limitaré a no ser la causa de la pelea. Me dedicaré a mis estudios y a mi música, te escribiré a ratos para que puedas leerme en el blog y pensaré muy muy fuerte en el brillo de las estrellas cuando me acuerde de estas cosas. Con algo de rencor, sí, pero también con agradecimiento y con nostalgia a los componentes que formaron mi vida durante estos pasados meses de infernal lucha a quienientas bandas de la que me tuve que retirar porque realmente no tenía nada especial que defender al final de todo. Alguien escarmentado que lo ha perdido todo no puede sino empezar de cero, sin amigos, sin contactos, con muchas caras feas que plantar a la vida y muchas reivindicaciones que hacer, pero sin fuerzas para seguir intentando derrotar a un gigante llamado sociedad, escudado en una herramienta llamada sistema, en el que todo está interconectado, en el que si tocas una cosa, otra cosa se resiente y al final te acaba salpicando a tí.
Haz el amor y no la guerra, siembra amor, y recibirás amor, siembra odio y recibirás odio, la vida es justa. Todas sirven para lo mismo.

Empezaremos por la concordia.


sábado, 12 de junio de 2010

De los dejados al margen

Hace poco leí en Internet un artículo (véase http://www.lavanguardia.es/ciudadanos/noticias/20100430/53917172391/cuando-eres-indigente-causa-mas-dolor-la-compasion-que-el-desprecio-fuster-collserola-barcelona-vict.html ) en el que se entrevistaba a un ex-indigente, que siempre repetía que lo que le había mantenido con vida después de quince años en la calle había sido el alcohol.
Alcohol, según decía, para que "los recuerdos no acaben contigo". A partir de esto empecé a pensar que el nivel en el que cada uno fijamos nuestros conceptos de felicidad o fracaso depende enormemente de nuestra calidad de vida y de nuestra situación como personas, aunque esta tenga un elevado porcentaje de suerte.
Pilar Maya dijo en un artículo que "los hombres nos adaptamos a malvivir" con una tendencia a amoldarnos a las situaciones de pobreza, y yo creo que no tiene razón del todo. Una cosa es el instinto de supervivencia, y otra muy distinta es acostumbrarse a vivir en la calle. También he oído gente decir que "los indigentes se lo buscan ellos" y que "la culpa no es de la desigualdad en el reparto de riquezas". Para mí, el reparto de riquezas no es más que el valor económico que la sociedad capitalista da a cada persona en función de los beneficios que puede producir con su trabajo, algo muy distinto a lo que uno merece y deja de merecer si se tienen en cuenta aspectos ajenos a la economía y demás materialismos.
Es más, yo no sería capaz de juzgar a un indigente, ni por dejarse llevar por el fracaso ni por buscarse su propia ruina. Es cierto que los indigentes tienen parte de la responsabilidad por no dejarse ayudar y por no haberse esforzado lo suficiente en no caer en la indigencia, pero no creo que ninguno de ellos haya pretendido en algún momento vivir en la calle. Simplemente pienso que la esperanza es más fácil de perder de lo que pensamos y, cuando ya no queda nada que perder, uno tira la toalla y después es tarde para recuperarla.
Es demostrable a pequeña escala: cuando nos salen un par de cosas mal, ya estamos deprimidos, tratamos injustamente a la gente y reivindicamos nuestra situación con incomprensión, actuando con egoísmo, pensando que merecemos ser más complacidos que los demás porque hemos sufrido un mal con el que no contábamos. Pero si se juntan desdichas tan grandes como pueden ser la ruptura de las relaciones o no tener un sitio donde dormir, es fácil dejarse vencer, pero no porque seamos incapaces de luchar, sino porque la situación nos ha llevado a pensar que no vale la pena otro esfuerzo.
En conclusión, y aludiendo a algunos testimonios de indigentes, para mí los "mendigos" son unos héroes, aunque sólo sea por soportar lo que soportan. "Lo peor no son las condiciones de vida, sino los recuerdos de la vida anterior".

(Trabajo de Ética, 4º ESO, corregido y calificado por mi profesora Blanca Ribote, a quien está dedicada esta entrada)

viernes, 4 de junio de 2010

El cielo, la mejor utopía que se puede imaginar.

El "Cielo", exista o no exista, simboliza los deseos ineludibles de las personas por tener la tranquilidad de saber que existe un lugar donde las cosas están bien, donde reina la calma, donde todo el mundo encuentre un hogar, o lo más parecido que entienda por este concepto. Un lugar donde saber que todo no acabará en cualquier momento y donde conservar el amor que todos hemos desarrollado hacia lo que conocemos, a pesar de que los inconvenientes de la vida nos hayan obligado a ocultarlo. Un lugar en el que no tengamos que esconder nuestra personalidad detrás de un montón de sistemas de defensa social para no desmoronarnos ante los ataques de intolerancia que sufrimos constantemente por circunstancias que, por mucho que condenemos, son iguales a las que nosotros provocamos en nuestro beneficio cuando nos conviene. Un lugar en el que no tengamos la oportunidad de herir a nadie, porque nadie querrá herirnos a nosotros, y por tanto, un lugar en el que reine la sinceridad por encima de la desconfianza. En fin, ese llamado "Heaven" donde se cumplen los deseos colectivos de la humanidad y en donde el ser descansará por primera vez en su desde siempre eterna lucha por la supervivencia. Lo que nos gustaría ver después de nuestro "Rest in Peace".