martes, 6 de abril de 2010

No disparéis, dejad que se quemen...

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De la película de Spielberg, "Salvar al soldado Ryan", se puede sacar una gran conclusión, al menos del principio.


En esta película, el director dedica el primer cuarto de hora a retratar con gran profesionalidad, sobre todo en efectos especiales, el desembarco de Normandía, uno de los puntos clave para el comienzo de la derrota de los nazis en la Segunda Guerra Mundial.
Los americanos la llamaban "La Gran Guerra", porque la ganaron, porque fueron vencedores y porque liberaron al mundo de las injusticias que existían por aquellos tiempos, pero Spielberg, muy implicado emocionalmente en todo lo que tenga que ver con el Holocausto y la WWII, se pregunta: ¿Realmente fue una gran guerra? ¿Una buena guerra?
Esto es lo que nos quiere hacer ver con esta película, que empieza después de las primeras escenas de tiroteos, cuando ordenan al protagnoista y a su pelotón la búsqueda de un soldado cuyos tres hermanos han muerto en combate, para evitar que su madre pierda al último hijo que le queda. Pero antes de eso, durante todo el desembarco que se ve desde el principio, desde que se abren las compuertas de los acorazados hasta que Tom Hanks y sus hombres consiguen hacerse con el frente, podemos ver lo cruel que era la guerra, sin planificaciones, ni otro objetivo que el de sálvese quien pueda, abran una trinchera y protéjanse de la lluvia de proyectiles. Una auténtica carnicería en la que los soldados americanos son acribillados desde la costa en todo momento, donde la cámara enfoca en cada plano una desgracia distinta; un hombre que pierde el brazo, otro que vuela por los aires, otro que es tiroteado por tres cañones al mismo tiempo, otro que es atravesado por una bala en cuanto se quita el casco, y un Tom Hanks que se queda mirando el panorama, sin saber qué hacer con todo lo que está pasando, y que llora después de descubrir lo que el director nos quiere hacer ver con su película: que la guerra nunca es buena, nunca es buena para nadie, para ningún bando, para ningún soldado, para nadie. Nos hace ver lo cruel que puede llegar a ser el hombre durante la guerra, porque no puede controlar su ira, su energía, su miedo, su patriotismo, su valencia como hombre, no puede controlar nada ni analizarlo al mismo tiempo.
En la guerra lo que hace un soldado es matar. O matas o te matan. Cualquier enemigo debe ser asesinado, cualquier enemigo, armado o no, supone un riesgo potencial para uno mismo y para la patria, cualquier ser humano que no tenga la misma bandera que el resto debe ser asesinado. El protagonista desencadena esta impotencia y esta ira contra los nazis, como es lógico, incluso teniendo más crueldad de la necesaria para acabar con los ocupantes de un búnquer de cemento al que llegan después de la playa. Los soldados utilizan un lanzallamas para prender fuego desde el interior y hacer que los ocupantes salgan ardiendo.
Los miembros del pelotón se disponen a abatir a tiros a todo el que sale por algún orificio, pero al ver que todos están envueltos en llamas, Hanks, que está al mando del grupo, les dice que no disparen, porque quiere que sufran, quiere que se quemen, quiere que sientan dolor. Puede que a muchos espectadores les resulte justa, correcta, o incluso graciosa la decisión del coronel, pero en realidad yo creo que es una de las frases más crueles que Spielberg ha podido escribir en cualquier guión.


Con esta película y su compañera, "La lista de Schindler", Spielberg ha alcanzado su merecida fama de patriota y de obsesionado por la Segunda Guerra Mundial, a favor de los judíos, ya que su madre era de procedencia judía, y a favor de su patria, Estados Unidos, cuya bandera muestra en sus películas cada vez que puede. En Salvar al soldado Ryan, aparecen las dos banderas, la estadounidense y la francesa, en homenaje a todos los soldados que perdieron la vida y lucharon por la libertad de Europa en el que creo que ha sido el enfrentamiento más terrible y más cruel que ha protagonizado el hombre.

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