sábado, 20 de octubre de 2012

"Amaral", esa forma de estar en el mundo.

No sé cómo empezar, ni cómo acabará esta entrada, que esta vez será más tangible de lo normal en este blog. Lo que en ella trataré parte de un evento con fecha, lugar y anécdotas, el concierto en Madrid del 18 de octubre, la gira en general, pero tiene unas raíces extremadamente profundas en lo que ha sido la presencia de sus canciones a lo largo de los desastrosos años que han transcurrido en mi vida desde que empecé a escuchar la voz de Eva y las guitarras de Juan, allá por mis doce años, y supongo que más de lo mismo en cuanto al resto de fans y todos aquellos que han encontrado algo excepcional en sus letras y melodías. Quizá, y probablemente cometiendo cierto atrevimiento por encima de la temática inicial, me centraré algo más en esta segunda observación. Por tanto, supongo que todo lo escrito se irá desglosando a partir de lo acontecido en último lugar; sin embargo, no soy ni puedo ser conocedor de todo lo respectivo al grupo, a lo que hay alrededor o lo que hay en otras mentes; me limitaré, como no debería ser de otra forma, a exponer lo que hay en la mía...

El evento en particular, más allá de la organización y del transcurso de lo planeado, en lo cual no hubo ninguna anormalidad destacable, fue de lo más especial. Y para ello existen diversas razones; no sé si por haber ofrecido alojamiento a Andrea, dado mi amor incondicional hacia el Norte y generalmente hacia la gente que de allí procede (algo probablemente muy relacionado con mis gustos por la lluvia, el frío, la seriedad...), bien porque hacía mucho tiempo que no conocía a un grupo de personas tan maravillosas y pasaba un día tan agradable en compañía de alguien que no fuera un conocido de toda la vida, o bien porque llevaba demasiado tiempo sin emocionarme así con un concierto. Por una cosa, por otra, o por todas a la vez, he de reconocer que no olvidaré fácilmente lo de ayer.
Me guste o no, suelo ser bastante decantado hacia lo triste, depresivo o emotivo, por lo que todo esto siempre provoca un efecto más rápido que lo contrario. De esta forma, el terreno estuvo bien preparado desde el grisáceo y lluvioso amanecer, algo que no conseguí ignorar ni con un libro de Eduardo Mendoza entre las manos. Tras abandonar a Andrea y a Ainhoa en el metro, acudir a una entrevista de trabajo cuyo desastre se forjó entre las limitaciones ideológicas de alguien cercano y pasar por casa para comer y cambiarme de ropa, todo empezó a mejorar hacia lo que sería, con gran certeza, el mejor día que he vivido en esta horrible ciudad en muchos meses. Las horas de espera se hicieron cortas en la cola, muy buen ambiente y un sinfín de cosas que habría echado de menos en otras circunstancias. Dentro de la sala, una posición inmejorable en la que consiguieron encontrarme el resto de personas que venían conmigo y que no habían aparecido antes. El señor Pablo Arribas, o mejor dicho, Pichurra, se encargó de calentar motores con una extraña selección de buena música; el momento Vetusta Morla del principio me deprimió un poco, al no tener allí nadie a quien besar (quizá sí lo hubo, pero eso queda reservado para mi blog privado), que es lo único que se puede hacer en momentos así, de los que hubo unos cuantos a lo largo del concierto, pero terminó de convencerme con Mrs. Robinson y algún que otro clásico que me hicieron entrar, como dice Enrique, "in the mood" con la intensidad que necesitaba.
Respecto a las más de dos horas de concierto, no me atreveré a hacer ningún comentario tan específico; supongo que todos los que allí estuvimos nos quedamos sin palabras para describir tales vibraciones; por tanto, bajo ningún concepto osaré destacar cualquier detalle negativo, pues si lo hubo, no merece ser nombrado en lo que pretendo que sea mi humilde y resumida narración de un acontecimiento del que nunca me arrepentiré de haber formado parte. Bajo estas condiciones, queda poco que comentar; Eva nos hizo recordar (si es que alguna vez alguien lo había olvidado) por qué la adoramos, por qué aquellas letras no pueden pertenecer a ninguna otra voz del planeta, como no puede haber otras manos que se apropien de sus correspondientes acordes y (a mi parecer, perfectos) punteos, si no son las de Juan, que volvió a hacer gala de su más característica sobriedad enamoradiza sobre el escenario y, quizá con el mismo propósito, de su emotiva fuerza musical inútilmente escondida bajo su intachable actitud de voz en grito reprimida por impotencias y rebeldías, directamente plasmadas sobre cada nota, cada efecto y cada verso de unas letras cuyo significado supera los límites de la verdad cada vez que alguien las escucha.
Al finalizar el concierto, antes de que nadie terminara de asimilar lo que había tenido lugar en la más exitosa combinación de circunstancias, una larga espera a las puertas de una noche húmeda se vio recompensada con la presencia de los héroes (no comparto eso de "un día nada más"), sus firmas y algunas fotos. Tras ello, y contando con el creciente agotamiento físico de todo ser vivo allí presente, la madrugada empezó a adquirir niveles de surrealismo dignos de un autor de Seix Barral, que casi no habría imaginado vivir en mi propia ciudad. Aún así, las mentes no acabaron del todo trastornadas, pues mantenían la más pura ilusión antílope, así que ningún momento dejó de ser memorable. Unas pocas horas de sueño y éste empezó a disolverse poco a poco; algunos afortunados continuaron la ruta salvaje hacia la ciudad Condal, otros desaparecieron antes de que mi subconsciente pudiera soltar un mísero quejido de desconsuelo, y el resto, como Andrea, regresaron a su ciudad. Y tras volver del aeropuerto de Barajas, cuyos pasillos han sido escenario de mis decepciones más amargas, comienzan todas las pajas mentales que me han llevado a escribir esto.
Supongo que todo lo anterior ha puesto de manifiesto que entre los múltiples grupos, cantantes, etc. que me gustan, Amaral es por excelencia el primero, y preveo que así será siempre. Cuando empecé a tocar la guitarra, lo primero que aprendí fueron canciones de Amaral, que posteriormente fui perfeccionando dentro de mis limitaciones; los recuerdos más intensos que tengo desde siempre, tienen su música como banda sonora. No les faltó intensidad, en sus respectivos momentos, a otros grupos importantes en mi memoria, tales como Coldplay, The Cranberries, Bob Dylan, James Blunt, Dire Straits, los maravillosos Simon y Garfunkel, U2, Keane, Los Secretos, The Beatles, The Killers e Ismael Serrano. Sin embargo, Amaral no ha tenido "su época" en un momento determinado; ellos han tenido (y siguen teniendo) una época constante, siempre ha habido una canción suya para cada momento, para cada alegre recuerdo, para cada trago amargo y alguna que otra tragedia. En este último término se podría decir, y sin pretensiones de exagerar lo más mínimo, que Amaral me ha salvado la vida en varias ocasiones, y me la ha arrebatado, dulcemente, en otras tantas.


jueves, 11 de octubre de 2012

El poder de la incertidumbre

A veces pienso que soy un simple observador. Y con esto no quiero dar lugar a malentendidos. Hablo de los dos contrapuestos y hermosamente relacionados conceptos que pueden derivarse de esta palabra. Un observador se define como aquél que contempla un suceso, sin intervenir en él, pero esto no le quita cierta influencia. Según la física cuántica, desde algunos experimentos hace ya bastante tiempo realizados por maestros como Heisenberg o Schrödinger, la observación de un suceso supone, con altas probabilidades, cambiarlo, como si el observador formara parte de los factores que intervienen en su realización y, en efecto, así parece ser, y cada vez con más frecuencia. Esto se experimentó a nivel cuántico, atómico, pues pareció ser que al intentar descubrir el carácter ondulatorio o corpuscular de los fotones, la única conclusión a la que se llegó fue que ambas suposiciones eran igual de ciertas, o igual de susceptibles a la experimentación, pues los fotones se comportan como ondas y como partículas al mismo tiempo, y no se puede deducir ninguna otra solución alternativa recurriendo a esta observación tan misteriosa; pues bien, los análisis pertinentes posteriormente realizados en situaciones y condiciones diferentes no ofrecen resultados muy distintos, y esto contribuye a los principios de incertidumbre del primer científico citado, complementados con los del segundo, teniendo en cuenta lo que esta palabra denota; la belleza de la incertidumbre, por tanto, no reside en no saber qué sucede, sino precisamente en plantear ambas posibilidades al mismo tiempo (algo gráficamente muy comprensible en el famoso experimento del gato), y esta serie de incongruencias científicas a nivel objetivo consiguen mostrarnos un mundo de posibilidades infinitamente más bello fuera de la ciencia.
Retomando la introducción, así es; me considero observador e interventor a partes iguales, al mismo tiempo, y sobre los mismos hechos que, dentro de mis limitaciones, no van más allá de mi propia vida. Tengo la sensación de ser un simple testigo silencioso y maniatado de aquello que pasa, y sin embargo, todo lo que me rodea se encarga continuamente de demostrarme que, para mi sorpresa, soy al mismo tiempo la parte más importante del funcionamiento de aquello que observo; en primer lugar, porque siendo consciente de ello, se me garantiza que siempre tendré cierto poder para intervenir, aunque ese poder mínimo se rebaje al mero conocimiento del suceso; en segundo lugar, porque en caso de no conocerlo, según este famoso principio de incertidumbre, de no ser observador y testigo directo del suceso, corro el grave peligro de plantearme diferentes sucesos (el suceso inicial en sí, además del resto de sucesos posibles alternativos al primero) como hipotéticos y como ciertos en la misma medida, por lo que el hecho de presenciar una sola de esas posibilidades, ya está decantando el curso de la realidad por un solo camino. Es más, para decidir esto, yo mismo, como observador, tengo en mis manos la decisión de no serlo y dejar que la realidad (o mejor dicho, la incertidumbre), intervenga y decida por mí en la realización de este tal suceso.
PD: Espero que se comprenda la infinidad de comparaciones y alusiones emocionales que se pueden lograr con esta descripción, cuanto menos, extraña y, en cierta medida, posible.