jueves, 11 de octubre de 2012

El poder de la incertidumbre

A veces pienso que soy un simple observador. Y con esto no quiero dar lugar a malentendidos. Hablo de los dos contrapuestos y hermosamente relacionados conceptos que pueden derivarse de esta palabra. Un observador se define como aquél que contempla un suceso, sin intervenir en él, pero esto no le quita cierta influencia. Según la física cuántica, desde algunos experimentos hace ya bastante tiempo realizados por maestros como Heisenberg o Schrödinger, la observación de un suceso supone, con altas probabilidades, cambiarlo, como si el observador formara parte de los factores que intervienen en su realización y, en efecto, así parece ser, y cada vez con más frecuencia. Esto se experimentó a nivel cuántico, atómico, pues pareció ser que al intentar descubrir el carácter ondulatorio o corpuscular de los fotones, la única conclusión a la que se llegó fue que ambas suposiciones eran igual de ciertas, o igual de susceptibles a la experimentación, pues los fotones se comportan como ondas y como partículas al mismo tiempo, y no se puede deducir ninguna otra solución alternativa recurriendo a esta observación tan misteriosa; pues bien, los análisis pertinentes posteriormente realizados en situaciones y condiciones diferentes no ofrecen resultados muy distintos, y esto contribuye a los principios de incertidumbre del primer científico citado, complementados con los del segundo, teniendo en cuenta lo que esta palabra denota; la belleza de la incertidumbre, por tanto, no reside en no saber qué sucede, sino precisamente en plantear ambas posibilidades al mismo tiempo (algo gráficamente muy comprensible en el famoso experimento del gato), y esta serie de incongruencias científicas a nivel objetivo consiguen mostrarnos un mundo de posibilidades infinitamente más bello fuera de la ciencia.
Retomando la introducción, así es; me considero observador e interventor a partes iguales, al mismo tiempo, y sobre los mismos hechos que, dentro de mis limitaciones, no van más allá de mi propia vida. Tengo la sensación de ser un simple testigo silencioso y maniatado de aquello que pasa, y sin embargo, todo lo que me rodea se encarga continuamente de demostrarme que, para mi sorpresa, soy al mismo tiempo la parte más importante del funcionamiento de aquello que observo; en primer lugar, porque siendo consciente de ello, se me garantiza que siempre tendré cierto poder para intervenir, aunque ese poder mínimo se rebaje al mero conocimiento del suceso; en segundo lugar, porque en caso de no conocerlo, según este famoso principio de incertidumbre, de no ser observador y testigo directo del suceso, corro el grave peligro de plantearme diferentes sucesos (el suceso inicial en sí, además del resto de sucesos posibles alternativos al primero) como hipotéticos y como ciertos en la misma medida, por lo que el hecho de presenciar una sola de esas posibilidades, ya está decantando el curso de la realidad por un solo camino. Es más, para decidir esto, yo mismo, como observador, tengo en mis manos la decisión de no serlo y dejar que la realidad (o mejor dicho, la incertidumbre), intervenga y decida por mí en la realización de este tal suceso.
PD: Espero que se comprenda la infinidad de comparaciones y alusiones emocionales que se pueden lograr con esta descripción, cuanto menos, extraña y, en cierta medida, posible.

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