miércoles, 5 de diciembre de 2012

I ain't missing you at all

Podría considerarse esta entrada como una especie de despedida anticipada al 2012, una despedida positiva, grata, y con pocos arrepentimientos en su trato.
Es cierto que ha habido malos, muy malos momentos, aunque a la hora de elaborar un balance, queda absolutamente demostrado que los buenos se llevan la palma, y no como momentos, sino como resultados. No sé si han sido mis decisiones las que han propiciado ciertos acontecimientos, o han sido algunos acontecimientos los que me han impulsado a tomar esas decisiones. De cualquier manera, estoy orgulloso de ellas, y me doy por satisfecho con los acontecimientos.
A lo largo de este año inclasificable he tenido la oportunidad de perder de vista a muchos fantasmas, de enterrar (y sí, esta vez definitivamente) a muchos muertos, y de resucitar a uno de ellos, el único que no vivía, el único que mordía polvo antes de tiempo: yo mismo. En definitiva, he sido objeto de un cambio radical llevado a cabo en pequeños regalos del tiempo; principalmente tres grandes regalos que la sucesión de los meses y mi creciente inconformidad me han otorgado.
El primero de ellos, tanto por el instante en que tuvo lugar, como por su trascendencia, no podía ser otro que la caída del muro de una jaula de la que pocos tuvieron la oportunidad, o quizá el valor, de salir. Se trata de un largo encierro que empeoró paulatinamente, año tras año, sin que nadie que en él se encontrara pudiera hacer otra cosa que gritar, haciendo todo lo posible por facilitar un desenlace digno, o mirándolo desde otra perspectiva, por amortiguar el golpe final y asumir esa exacerbadamente ansiada sensación de libertad. Hablo de un lugar en el que acontecieron (y acontecen) agonías muy diversas, distorsiones muy perfeccionadas de la justicia, atentados desagradablemente perpetuados contra el brillo de muchas miradas, la mía entre ellas.
El segundo regalo que este recuento de trescientos sesenta y tantos días me ha concedido, casi a la par que el anterior, tiene nombre y apellidos, posee las características propias del desenlace de una novela policial, y tiene tantos implicados como miembros forman una familia desestructurada; y como es lógico, puede ofrecer diferentes interpretaciones, casi tantas como testigos. Aunque en este caso, los beneficiarios de tan preciado (y también esperado) regalo somos dos. Tengo el honor, el derecho, la obligación y el privilegio de compartirlo con la persona que mejor me conoce, la que más horas ha pasado a mi lado, y la que ha presenciado y compartido mis peores momentos y épocas. Sin embargo, esta coyuntura se ha basado en la expulsión de una tercera persona de este tipo de privilegios, la cual compartió y presenció la parte más triste y pequeña de lo que le habría correspondido en otras circunstancias. A pesar de ello, todo lleva al mismo resultado, al mismo significado: la colaboración de otro elemento más en mi camino (o el de mis circunstancias) de regreso a lo que fui en épocas anteriores, a lo que nunca debí dejar de ser.
El tercer y último de los grandes cambios que han marcado mi dos mil doce se podría describir, sin duda, como el más decisivo (y de esto forma parte la gran responsabilidad que en ello me corresponde) en su trascendencia, y como el más amargo en su desarrollo. Desafortunadamente para los ausentes, este cambio de rumbo también ha consistido en la expropiación de un feudo. Probablemente se trate del feudo más sensible de los que puedan existir, del más afectivo, y el más susceptible a tragedias en los casos en los que no son profesionales quienes lo ocupan. La pérdida de su prosperidad lo convirtió en un conjunto de falsas realidades de las que siempre quise dejar de formar parte, y sí, esta vez sólo se trató de valor. Ese mismo valor cuya ausencia en ocasiones anteriores propició tal crecimiento en la magnitud de la catástrofe en el momento en que tuvo lugar su versión más relevante, la más destructiva, la más acertada, la definitiva, la que, cuando todo ha terminado, es capaz de demostrar por qué algo nunca debió haber sucedido.

Por supuesto, los hechos relevantes de este extraño período no se limitan a los descritos anteriormente; aún recuerdo las frías noches de alcohol terapéutico en el barrio en que se crió Enrique Urquijo, los dolorosos acordes que escupe mi guitarra cuando la toco con los dedos ensangrentados y el alma destruida, las interminables conversaciones telefónicas y no telefónicas en las que mi subconsciente pedía a gritos el cese definitivo de la actividad cancerígena con la que se humedecían mis ojos, las huidas espacio-temporales que mis pies no tuvieron el coraje de prolongar, las lágrimas inmerecidas de quienes me vieron morir y no recibieron la menor oportunidad de ayudarme, y las de aquellos que sí pudieron hacerlo.
Por tanto, si he de dedicar una canción a todo aquello de lo que me he liberado a lo largo de este año, a todas las personas a las que he conseguido alejar de mí, en honor a todas las sensaciones que me han devuelto a mi propia identidad, sólo se me ocurre una: Missing you (tanto la versión de John Waite como la de Tina Turner), tanto por la letra como por su inconfundible carácter de años noventa, ése que te hacer pensar en todos los desastres emocionales que han sido necesarios para llegar a lo que actualmente conocemos, sin dejar de recordarlos con absoluta amargura. La letra dice algo así: "Cada vez que pienso en ti, siempre me quedo sin aliento. Aquí sigo, y tú estás a kilómetros, y me pregunto por qué te fuiste (...). Oigo tu nombre en determinadas circunstancias, y siempre me hace sonreír. Paso mi tiempo pensando en ti, y eso me está volviendo loco (...). No te echo de menos, en absoluto, desde que te fuiste. No importa lo que pueda decir (...). En tu mundo no significo nada, aunque intento entenderlo..."
Y esto es lo que mis dedos escriben a todo aquello que ha desaparecido de mi presente: no te echo de menos, en absoluto. Por mucho que tiemblen, por fríos que puedan llegar a estar, nunca se arrepentirán de escribir lo que han escrito, de escuchar lo que han escuchado, de ver lo que han visto, de tocar lo que han tocado, de señalar a quien han señalado, ni de proteger lo que han protegido.
En conclusión, 2012 ha sido un año irremplazable, absolutamente progresivo, en el que he conocido, por primera vez en muchos años, la condición de libertad que pocas personas han llegado a mantener. Y ni si quiera necesito esperar a que se consuman todos los días que quedan antes de las campanadas para confirmar la veracidad de estas afirmaciones, pues las propias circunstancias se han encargado de concederme el postre más dulce que pudiera haber imaginado antes de que todo esto pasara; para mí el 2012 terminó el 30 de noviembre. Lo que aconteció y acontecerá del 1 de diciembre en adelante no merece formar parte de un conjunto tan desastroso y traumático.
Y como último hecho, que recordaré siempre como una sentencia de libertad, una de las personas más importantes que forman mi universo (aunque nadie, incluida esa persona, llegue nunca a saber que lo es) me dijo hace poco lo más especial que nadie ha podido decirme nunca: "Vuelves a ser tú. Estoy orgulloso. Vuelves a ser el Alejandro que yo conozco".

1 comentario:

  1. Vaya, la verdad es que no sé qué decir. Empezaré por el principio.
    Hacía mucho que no me dejaba caer por aquí, y la verdad es que lo lamento porque siempre me ha gustado leerte. Tienes una habilidad extraña para expresarte a ti mismo y que el lector siempre necesite más. No que quiera más, sino que lo necesite. Normalmente leo blogs de ficción, quiero decir: relatos cortos imaginados por alguien. Sin embargo, tú eres capaz de sacar lo que llevas dentro, tus pensamientos, tus sensaciones, tus preocupaciones... Y plasmarlas tan bien que llega un momento que me deja de importar que a mí lo que me gustan son los "relatos cortos".
    Ahora viene la disculpa y la escusa. No me había pasado por aquí quizá por falta de organización. Hace bastante que no me paso siquiera por un blog de un modo "decente". Últimamente he acostumbrado a hacerlo deprisa y corriendo, y una no disfruta de la lectura del mismo modo.
    He de decir que al entrar he visto la entrada y lo primero que he pensado ha sido: buf, qué largo. No pretendía pasar aquí mucho rato pues tengo más cosas que hacer, pero algo me decía que no me arrepentiría de leerlo, y así ha sido. Más o menos en la cuarta línea ya había olvidado todo lo que me quedaba y al final me ha sabido incluso a poco.
    No me quiero enrollar demasiado. Simplemente me alegro de que el 2012 haya sido tan buen año para ti por resarcirte y volver a ser el que eras antes. Yo no puedo decir lo mismo, pues el 2012 ha sido un año un poco triste, me ha dejado parcialmente vacía y me ha quitado conceptos que antes valoraba y mucho como el de la familia unida. Pero después de leer esto me da por pensar que quizá el 2013 sea mi año y yo también vuelva a ser yo, la de antes de que ocurriera todo lo que ocurrió.
    Al fin de al cabo se trata de ir superando los obstáculos que esta vida nos pone, y eso nos confecciona como personas, ¿no?

    Para terminar, me gustaría invitarte a pasarte por mi blog. Desde la última vez que te vi por allí he cambiado algunas cosillas y considero que mi narrativa ha progresado. Espero leer algún comentario en Imagina y Desea, porque son los comentarios de gente como tú los que una se toma realmente en serio. Un saludo :)

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