Qué pena que alguien como José Saramago se encuentre ya bajo tierra. De todas formas, y en la medida de lo posible, sigue presente en el mundo gracias a sus libros, a todo lo que nos enseñó mientras escribía como si no tuviera nada que perder. Podría parecer atrevido; sus diálogos sin guiones, sus mensajes descarados al lector en medio del texto... pero no, precisamente atrevido no es, pues en verdad este hombre no tenía nada que perder, y podía hacer con las palabras lo que le diera la gana. Ni él ni nosotros. Las personas tenemos poco que ganar, y nada que perder. Como afirma en sus escritos, la fecha de nuestra muerte está fijada desde el día en que nacemos. No podemos hacer otra cosa que sufrir durante el corto tiempo que dura nuestra vida; todo lo que consigamos lo perderemos en el último momento, pero, por injusto que nos parezca, no lo es. Nosotros no decidimos nacer, y cuando morimos, tampoco lo decidimos; no podemos evitar nacer, tampoco podemos evitar morir. Y como este fabuloso autor ya ha observado, es una falsa intervención la que hacemos cuando matamos a alguien o tenemos un hijo. Falsa intervención porque incluso esas intervenciones ya estaban predeterminadas; no alteramos de ninguna forma el equilibrio de lo que está preestablecido.
Según Saramago, no somos jugadores, sólo somos fichas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario