lunes, 30 de enero de 2012

Ele Eme

Aquí el imbécil de vuestro escritor, que tanto entiende de ordenadores y de javascript, después de meses enteros sin conseguir que las nuevas entradas salieran en el feed de los seguidores para que las pudiérais leer, ha descubierto dónde estaba el error. Ya podréis leerme cada vez que me dé un derrame cerebral. Os podéis pasar por el resto del blog por si queréis leer las entradas recientes que he escrito.
Y tras esta pequeña aclaración...



Otra vez te hallas aquí, sentado frente al teclado, leyendo los despropósitos de los twitteros y escribiendo los tuyos para deprimirles aún más, que para un lunes es un buen comienzo. Recordando esa semana catastrófica que has pasado, cuyas espectativas de fin de semana has visto superadas sin esperarlo, un muy buen comienzo para lo que puede ser un gran giro en tu vida, o al revés, un buen final para aquella parte de tu vida que necesitaba un giro, pedido a gritos día tras día, cigarro tras cigarro, en cada grito de Adele sobre el micrófono, con ese matiz de vodka salido desde lo más profundo de su garganta. Las cosas ya no son como estamos acostumbrados a verlas. O lo que es más desconcertante, las cosas empiezan a ser como no esperábamos que fueran. Empiezas a ver artistas reconocidos bebiendo de una botella de whisky antes de empezar una cancinón, ahí, en medio del escenario; empiezas a ver amigos que se ponen a fumar en el metro, ahí, en medio del vagón, sin que absolutamente nadie parezca molesto. Y esto parece sólo el comienzo. De alguna manera sufres el cumplimiento de esos deseos histéricos de empezar a ver cambios, y lo que es más histérico todavía, el hecho de que lleguen sin esperarlo y sin saber cómo serán, y al mismo tiempo esa incapacidad que tu odiada costumbre reserva para impedirte asimilar situaciones tan nuevas, tan refrescantes, tan exhaustivamente perfeccionadas por a saber qué hilo del indeterminismo. Algo tan presente y tan ausente al mismo tiempo, algo tan repentino por un lado y, por el otro, eso que llevaba tanto tiempo dejándose arrastrar y que ha mermado todas tus fuerzas más allá de los límites de tu resistencia. Hechos tan concretos, tan catalogados, tan citados...  y al mismo tiempo tan indescriptibles, tan inmemorables, pasivistas, agresivos, fugaces, borrosos, bipolares, caprichosos como la puta vida que te lleva de un lado a otro sin permitir que te quedes quieto en un sitio, no sea que te vuelvas a enamorar.
Aquella noche te sirvió para desinhibirte lo suficiente del peso de tus propios sentimientos muertos, esos que llevabas a tus espaldas por miedo a perderlos, o simplemente por falsa responsabilidad, acrecentada por impresiones cuya falsedad acabas de comprobar de una manera ciertamente dolorosa. Aquella noche te sirvió para darte de bruces contra lo que no esperabas sentir en mucho tiempo, y lo que es más despreciables para la imagen que tienes de tu propia experiencia, sentimientos tan pesados que llegaron con vientos tan ligeros.
Y todo reside en una Ele y una Eme. Tu marca de tabaco preferida.
Empezó por el sabor, por el cartón, por el diseño, por el paquete...  y terminó por ser la representación de las iniciales de esas dos personas que, hoy más que nunca, te traen de cabeza, no te dejan dormir, no dejan de influir en tu vida. Ellas saben quiénes son. Lo que alomejor no saben es el tipo de trastornos que pueden llegar a provocar en lo que percibes de la vida, de ti mismo, de lo que deberías dejar de esperar de las circunstancias, de las nuevas expectativas que deberías atreverte a crear.
Pero todo sigue siendo tan estático y tan fugaz al mismo tiempo, tan ligero y tan pesado, tan decidido y tan ambiguo, que, aunque hayas empezado a plantearte muy sinceramente tus decisiones y a conceder a tus deseos la importancia que siempre han merecido, todavía no estás lo suficientemente entrenado, no has adquirido el suficiente desparpajo sobre ti mismo como para arriesgar aquello que parece ser lo único que te mantiene a flote. Una presencia tan intensa en una noche y una ausencia tan silenciosa a lo largo de el resto de los días, aunque alejan tus pensamientos de lo real, dan a esa persona un magnetismo pragmáticamente indescriptible que, como una caja cerrada, te incita a acercarte aunque no quieras, a abrirla, a apropiarte de ella, a destruirla si es necesario, lo que haga falta para sentir que es tuya. Y puede que ese sea el problema. Puede que todo resida en que la quieres para ti, porque la que creías tener lleva demasiado tiempo hundida en el fondo del lago, demasiado tiempo sin ser tuya, aunque hayas hecho lo imposible por seguir creyendo que la tenías entre las manos. Un puto Pumuky mezclado entre la realidad y la ficción, como aquel personaje de Machado, que hablaba con él sobre quién era más inmortal, pues el autor tenía poder suficiente para asesinarlo como personaje en un par de párrafos, pero precisamente por ser un personaje, aquél jota sería, por el mero hecho de tener un nombre, infintamente más inmortal que su propio autor y, como insultantemente citaba éste entre aquellas páginas, más inmortal incluso que todos los lectores que pasaran sus ojos por su obra.

Y sí, me da igual morir de cáncer. Fumar me gusta casi tanto como hacerte el amor con la boca, aunque de momento sólo sea un deseo.

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