jueves, 31 de enero de 2013

Secuelas de invierno

No soporto mirarte a los ojos y ver tras ellos esos restos de sombra, esas secuelas de aquellos tiempos en los que renunciabas a tu propia dignidad para complacer a quien no merecía ni ver la luz del sol. Nunca debiste cambiar ni la más mínima parte de ti por otra persona, ni por un ángel caído del cielo. De ti existen varias versiones. Una es la que los demás perciben de ti: esa persona manipulable y frágil de la que cualquiera puede y debe aprovecharse. Otra es la que los demás quieren que tú percibas de ti: esa persona manipulable y frágil de la que cualquiera puede y debe aprovecharse. Y por último está lo que realmente eres, esa persona débil, alienada, destruida por intereses ajenos... o esa persona fuerte, tenaz, rebelde e insaciable en la caza de sus sueños. Tú eliges. Elegiste en su momento, y puede que te dieras cuenta de tu error demasiado tarde. Puede que tu cambio de opinión llegara fuera de tiempo. O quizá no. Pero todo eso tú ya lo sabes. Lo supiste siempre. Siempre has sabido que vales más que algunos de los que te rodean, mucho más. Siempre has sabido que mereces más que muchos de los maniquíes vacíos que obran desastres a tu alrededor e intentan absorberte en su agujero negro de energía negativa, en su campo de gravedad deprimida. Pero yo no puedo hacer nada para volver a enseñarte lo que nunca debiste olvidar. Sólo puedo leerte a escondidas desde el fondo de unos ojos llorosos al vapor de cuarenta grados de alcohol disueltos en algún extracto aromático descompuesto. Sólo puedo hablarte mientras duermes y susurrarte al oído lo que nunca debiste dar por perdido. No puedo hacer otra cosa que besar tus dedos y dejar una sonrisa escrita en el cristal de la ventana, para cuando despiertes y veas ese cielo gris y húmedo que revuelve la memoria de todos los habitantes de la isla de cemento en la que te encerraron hace ya demasiado tiempo.

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