sábado, 12 de junio de 2010

De los dejados al margen

Hace poco leí en Internet un artículo (véase http://www.lavanguardia.es/ciudadanos/noticias/20100430/53917172391/cuando-eres-indigente-causa-mas-dolor-la-compasion-que-el-desprecio-fuster-collserola-barcelona-vict.html ) en el que se entrevistaba a un ex-indigente, que siempre repetía que lo que le había mantenido con vida después de quince años en la calle había sido el alcohol.
Alcohol, según decía, para que "los recuerdos no acaben contigo". A partir de esto empecé a pensar que el nivel en el que cada uno fijamos nuestros conceptos de felicidad o fracaso depende enormemente de nuestra calidad de vida y de nuestra situación como personas, aunque esta tenga un elevado porcentaje de suerte.
Pilar Maya dijo en un artículo que "los hombres nos adaptamos a malvivir" con una tendencia a amoldarnos a las situaciones de pobreza, y yo creo que no tiene razón del todo. Una cosa es el instinto de supervivencia, y otra muy distinta es acostumbrarse a vivir en la calle. También he oído gente decir que "los indigentes se lo buscan ellos" y que "la culpa no es de la desigualdad en el reparto de riquezas". Para mí, el reparto de riquezas no es más que el valor económico que la sociedad capitalista da a cada persona en función de los beneficios que puede producir con su trabajo, algo muy distinto a lo que uno merece y deja de merecer si se tienen en cuenta aspectos ajenos a la economía y demás materialismos.
Es más, yo no sería capaz de juzgar a un indigente, ni por dejarse llevar por el fracaso ni por buscarse su propia ruina. Es cierto que los indigentes tienen parte de la responsabilidad por no dejarse ayudar y por no haberse esforzado lo suficiente en no caer en la indigencia, pero no creo que ninguno de ellos haya pretendido en algún momento vivir en la calle. Simplemente pienso que la esperanza es más fácil de perder de lo que pensamos y, cuando ya no queda nada que perder, uno tira la toalla y después es tarde para recuperarla.
Es demostrable a pequeña escala: cuando nos salen un par de cosas mal, ya estamos deprimidos, tratamos injustamente a la gente y reivindicamos nuestra situación con incomprensión, actuando con egoísmo, pensando que merecemos ser más complacidos que los demás porque hemos sufrido un mal con el que no contábamos. Pero si se juntan desdichas tan grandes como pueden ser la ruptura de las relaciones o no tener un sitio donde dormir, es fácil dejarse vencer, pero no porque seamos incapaces de luchar, sino porque la situación nos ha llevado a pensar que no vale la pena otro esfuerzo.
En conclusión, y aludiendo a algunos testimonios de indigentes, para mí los "mendigos" son unos héroes, aunque sólo sea por soportar lo que soportan. "Lo peor no son las condiciones de vida, sino los recuerdos de la vida anterior".

(Trabajo de Ética, 4º ESO, corregido y calificado por mi profesora Blanca Ribote, a quien está dedicada esta entrada)

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