lunes, 4 de noviembre de 2013

Like a cigarette

Fue demasiado tiempo colgando, no se sabe muy bien de dónde. Suspendido en una niebla espesa y húmeda durante los primeros y eternos años de una ausencia sin retorno, recibiendo golpes sin saber de dónde venían, escuchando un viento que nadie sabía muy bien hacia dónde soplaba. Como una suspensión a demasiada profundidad como para saber dónde está la superficie. Faltaron las referencias. Y las que hubo, si es que alguna vez las hubo, desaparecieron. Y la constante frustración de rostro apagado que susurra a gritos lo que nadie parece asimilar desde una falsa sonrisa. Esa lúgubre certeza de intuir que nunca nadie es capaz de hacer las cosas bien del todo, que siempre falla la causa, o los medios, o las fuerzas, o los resultados. Esa oscuridad en el recuerdo, en la que nunca aparecen indicios que desmientan lo que el tiempo mantiene en la proa de sus amenazas clavadas a traición, un mensaje en magnitudes negativas expresado con esa cruel locuacidad de quien no tiene, por no tener, nada ya que perder en su falsa existencia; y todo cae, al final, como la ceniza de cualquiera de esos cigarrillos con los que se podría comparar cualquier circunstancia en su mismo efecto: que si nadie lo fuma, nada sucede, y si sucede, y alguien lo fuma, se acabará consumiendo, habiendo quemado en su ardor todo aquello que alguna vez, sólo en apariencia, haya merecido la pena. Y de eso hablan los ceniceros, de que no queda nada más que pequeños consuelos absurdos para engañar, a ratos, el ánimo de quien ha perdido algo que, en el fondo, no tuvo nunca.

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