miércoles, 25 de agosto de 2010

Back to the start

Te crees muy guay. Haces como que nada te importa lo suficiente como para hacerte llorar. Consideras que nada es lo bastante importante como para desestabilizar tu estado de ánimo. Parecer insensible te hace más fuerte por fuera, todos creen que lo tienes todo controlado, la gente piensa que nadie puede contigo, pareces dominarlo todo, la gente te ayuda a regodearte en tu propio ego, que últimamente abulta más que tú. Los que te aprecian se unen la la habladuría de que eres el mejor; los que te envidian deciden pensar que todo lo has conseguido de forma inmerecida, pero lo único que importa es lo que pienses tú, aunque posiblemente eso varíe en función de lo que los demás te hayan inducido a pensar acerca de ti mismo.
Te pasas media vida intentando averiguar cómo funcionan los demás, cuáles son sus gustos, qué les molesta...  pero apenas te has parado a analizarte a ti mismo, a pensar sobre tu vida, que es la única que puedes manejar a tu antojo sin que eso suponga una imprudencia moral. No sabes quién eres, ni por qué estás aquí en vez de estar ahí; empiezas a dudar de si tu situación actual es una consecuencia de las circunstancias o el resultado de tus propias decisiones. A veces tiendes a exculparte de lo que te sale mal, intentas eludir cualquier responsabilidad negativa, huyes de pensar que estás como quieres estar, eres lo que quieres ser y vives como quieres vivir, porque casualmente cuando piensas esto, eres, estás y vives mal, según tu juicio. Claro que antes de eso deberías haber pensado que siempre quieres estar de una manera diferente a la que tienes ahora ante ti. Siempre queremos algo diferente, siempre pensamos que nuestra situación puede mejorar, siempre nos quejamos.
Es eso, naciste para quejarte, naciste para estar en desacuerdo contigo mismo, porque la única verdad es que la mayoría de las veces el único dueño de tu vida eres tú. El responsable de la situación eres tú, y si no te lo crees, piensa en las decisiones que tomaste en el pasado, y piensa en cómo sería el presente si hubieras tomado decisiones diferentes antes de conocer este resultado. Ahora sí, ¿verdad? Dime, si no, por qué de vez en cuando te vienen a la cabeza esos recuerdos de tiempos mejores y esos deseos de tiempos actuales, en realidades alternativas, realizables únicamente planteando la hipótesis de que en ese pasado en el que podías elegir, habrías elegido algo distinto para que ahora no estuvieras como estás, y estuvieras como estarías si lo anterior hubiera sido real. Pero ahora, plantando los pies en el suelo, descubres que las cosas, desde el pasado hasta ahora, y de ahora en adelante, son como son, han sido como han sido, todo ha sucedido de esta forma, y no de otra, precisamente porque tus intereses de entonces no eran los mismos que son ahora, y los de ahora se irán y serán reemplazados por los de mañana.
Ahora haces memoria y te lamentas por las cosas que se supone que hiciste mal (aunque cuando las hiciste, pensabas que las hacías bien) en el pasado, y sientes el impotente pero firme deseo de regresar al pasado y cambiarlo, ahora que has aprendido la lección y sabes cómo debiste hacer las cosas. Ahora te gustaría retroceder en el tiempo, aunque sólo sea para recuperar esa sensación de felicidad que tan bien recuerdas ahora, para recuperar esas visiones del entonces agradable presente, visiones idílicas de lo que te parecía un mundo precioso, visiones optimistas de algo bello que entonces tenías y ahora no tienes.
Puede que asumir esto te haga sentir mal e intentes negártelo a ti mismo, puede que intentes ocultarte la verdad y pensar que no añoras nada del pasado, pensar que no te gustaría recuperar algo que perdiste...  pero entonces dime por qué, después de tantos años, tu PIN del móvil sigue siendo una cifra que te recuerda al romance sombrío que tuviste con aquella mujer, por qué de vez en cuando el fondo de tu escritorio es una foto en la que te acompañan personas que has perdido para siempre, por qué conservas la dirección de correo de alguien a quien sabes que no vas a volver a hablar porque eres un cobarde de las circunstancias, dime por qué cuando cantas una canción de amor sigues pensando en ella y no en otra, por qué aún guardas en tu cajón de los recuerdos ese antiguo trozo de papel con a saber qué palabras escritas que sólo tú sabes quién escribió, por qué los trazos de tus dibujos llevan la misma dirección que en aquel lejano pasado y por qué sólo tú sabes qué sentido tiene eso, dime por qué sigues escuchando canciones que te recuerdan concretamente esa época de tu vida, y esas otras que te recuerdan ese otro momento, y no otro, y por qué cuando escuchas la guitarra de Juan Aguirre no piensas en la misma ciudad que cuando escuchas la de Mark Knopfler, y por qué cuando ves el mar te viene a la mente siempre la misma persona que, en cambio, no te viene cuando miras la montaña.
Dime ahora que no te sigue apeteciendo, como antes, viajar a California y visitar esa pequeña población a unas millas al noreste de San Francisco, al otro lado de las montañas. Dime que no te sigue apeteciendo recuperar tus andanzas por las calles medievales de esa provincia leonesa en la que viviste momentos tan memorables. Dime ahora que no sigues queriendo hacerte invisible y volver al pasado para observarte desde fuera cuando ibas a jugar a casa de tus vecinos o cuando alguien especial te llevaba a los humedales llenos de mosquitos para que cogieras piñas directamente de la rama y después te comieras los piñones.

No me lo dices porque sabes que es verdad, porque has averiguado que tu vida de antes era más bella que la de ahora, porque ahora tienes la cabeza llena de pájaros, contaminada con ideologías políticas, con enemigos, con precauciones económicas, con telediarios que ahora entiendes, con problemas hechos para adultos, no para ti. Querías crecer, ser mayor, conducir un coche, acostarte con mujeres, poder sacar dinero de un cajero automático, tener independencia, tener tu propia casa y dictarte tus propias normas, querías saber lo que se siente cuando nadie limita tu voluntad...  pero lo has sentido y eso, aunque no te ha dado miedo, te ha resultado incómodo, porque antes no tenías preocupaciones, porque tus preocupaciones se limitaban a hacer tu mundo más bello, a cumplir tus fantasías ciegas de lucidez...

Ahora sólo te queda recordarlo, enviar una carta diciendo que lo sientes, aunque no esperas ser perdonado ni que te respondan. Sólo quieres que te comprendan para quedarte tranquilo y pensar que no has hecho mal a nadie. Te has hecho mal a ti mismo, pero eso se puede solucionar. Lo que te carga la conciencia es pensar que los demás no te están agradecidos, y eso es lo que te quita el sueño, porque sabes que ella sigue pensando en ti, esperando una explicación de lo que hiciste, aunque no te la ha pedido explícitamente, pero sabes que la necesita, y se la das, aunque no sirva para nada, porque por mucho que hagas hoy y mañana, nada cambiará lo que pasó ayer, nada te devolverá lo que ayer perdiste, por mucho que consigas mañana. Sólo el alcohol y la música te podrán aliviar en tu camino hacia la redención. No con lo demás, sino contigo mismo; sólo una botella y esas canciones con tanto sentido para ti te ayudarán a sobrellevar esa incertidumbre eterna que te acompañará hasta el día de tu muerte, esa incertidumbre en la que andas sumido, que nunca te dirá si realmente todo tuvo que suceder así o realmente fuiste tú el que no hizo lo suficiente para optimizar el transcurso de los sucesos en el momento adecuado.


Como siempre, libertad, seguridad, amor, responsabilidad, arrepentimiento y redención en la falta de información objetiva que tenemos sobre los sentimientos y el azar de nuestras decisiones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario