lunes, 2 de agosto de 2010

Todo reside en la relatividad.

Posibilidad es cuando contemplamos que algo pueda pasar.
Probabilidad es cuando creemos que algo va a pasar.
Certeza es cuando sabemos que algo va a pasar.
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Cuando algo va a pasar, es porque hay altas probabilidades de que pase, y porque el hecho de que "pase" es posible. Cuando algo es probable que pase, no es seguro que vaya a pasar, pero la posibilidad existe. Cuando algo es simplemente posible, no significa que sea altamente probable, y mucho menos que vaya a pasar.
[aclaración previa: no he estudiado estadística
En la parte objetiva siempre nos movemos bien; calculamos las probabilidades y la seguridad de que algo que es posible sea un hecho, estudiamos la certeza que podemos tener de que algo más o menos probable pueda suceder siendo posible desde que empezamos a contemplarlo. Podemos predecir; objetivamente podemos esperar que algo pase o no pase, o al menos conocer un margen de variables que nos dirá si estamos o no seguros, y en qué medida, de algún aspecto del futuro.
La pega es que todas estas observaciones que realizamos se vuelven más relativas cuanto más nos implican personalmente, cuanto más nos incumben, cuanto más lugar ocupan entre nuestros deseos, más distorsionada está la realidad que percibimos.
Esta es una de las aplicaciones psicológicas de la teoría de la relatividad, de Albert Einstein.
Decía que los datos obtenidos de cualquier observación no dependen sólo de lo que se observa, sino también del observador, y de una manera imponente. Un ejemplo sencillo a nivel físico sería, sin ir más lejos, la observación que podemos realizar en la carretera. Cuando vamos a cierta velocidad y nos encontramos con otro vehículo que tiene la misma velocidad que nostros, y además va en la misma dirección, podemos eliminar el resto de referencias móviles (en realidad son referencias que no se desplazan, es decir, la carretera, el cielo, el paisaje) y concluir sin ninguna duda que el otro vehículo, en lo que respecta a nosotros, está quieto, porque no observamos que realice ningún movimiento. En cambio, si lo observamos desde un lugar sin desplazamiento real, por ejemplo, parados en medio de la calzada, observaremos que el resto de elementos del paisaje están parados, y que lo que se mueve es el otro vehículo. Por tanto, no podemos defender que una teoría sea más válida que la otra. Si estamos en movimiento acorde con el otro vehículo, diremos que está parado, y si estamos en movimiento desacorde (por ejemplo parados), diremos que el otro vehículo se está moviendo; es por esto que la calidad conclusiva de cualquier observación depende enormemente del observador, que da una interpretación de lo observado adaptada a su punto de vista.

Pues bien, volviendo a la aplicación psicológica, puede que este sea el motivo por el cual no podemos culparnos a nosotros mismos ni culpar a los demás de la calidad de nuestra observación, sea mejor o peor, respecto a los sucesos que acaparan nuestra preocupación, porque precisamente esa observación está condicionada por el observador (nosotros), y su conclusión será incuestionable en cualquier caso, dado que ninguna conclusión es comparable a otra que se haya tomado en condiciones de observación diferentes, mas igualmente respetables.
En otras palabras, la posición que adoptemos ante un suceso depende enormemente de cómo nos vaya a afectar una situación en función de nuestro punto de observación, el cual depende de innumerables factores, entre los cuales se encuentran la identidad, la responsabilidad, la situación socioeconómica, etc.
Si un hombre muere, para su familia lo lógico es que sea una desgracia, un hecho negativo, algo malo; pero puede que para otras personas ese mismo hecho sea positivo. Puede que el hombre que ha muerto fuera un asesino en serie, o tuviera que ser indemnizado por una compañía de seguros, y su muerte, por tanto, supone un alivio para sus posibles víctimas o para la empresa que tenía que desembolsar una cantidad de dinero y ya no tiene que hacerlo. Ambas posturas (hecho negativo, hecho positivo) son respetables, comprensibles, lógicas y posibles, lo cual inhibe a todas las opiniones de ser mejores o peores respecto a las otras, por lo que los familiares del hombre que ha muerto no tienen por qué estar de acuerdo con sus acciones sólo por el hecho de llorar su muerte, y por lo que las víctimas y la empresa que se alegran de la muerte no son por ello más inmorales o responsables del fallecimiento.
Esto, mezclado con los deseos y las ilusiones, nos devuelve al punto anterior, el de la probabilidad y la posibilidad, y lo mezcla con la relatividad. Cuando deseamos algo intensamente, aún sabiendo que nuestra predicción estaba previamente condicionada por ese deseo, tendemos a pensar que es muy probable que suceda. Cuando deseamos algo creemos que nos lo merecemos y nos alimentamos con la ilusión, incluso la certeza, de que ese deseo se va a cumplir, y somos al mismo tiempo más infelices cuanto más descubrimos que la probabilidad de que se cumplan nuestros deseos no va a variar por el hecho de pretender que así sea. 
Un ejemplo brillante es comprar billetes de lotería. Cuando compramos una participación en uno de esos sorteos en los que se juegan altas cantidades de dinero, sabemos casi con seguridad de que no nos va a tocar el premio; estamos casi seguros de que nuestro número no va a ser el premiado, pero la ilusión de que nos toque y el deseo de obtener el premio por lo que cuesta la participación nos hacen cambiar esa percepción de la realidad, haciéndonos creer que realmente tenemos oportunidades de ganar. Pero precisamente en eso reside la belleza de la teoría de la relatividad, que hace respetables todas las percepciones que se den a una misma realidad y hace incuestionables todas las posturas que se tomen al respecto. La probabilidad de que nos toque el premio es baja, pero la posibilidad existe. Lo hemos comprado porque es posible. Poco probable, pero posible.
Nadie nos ha asegurado que NO nos vaya a tocar, y con esa ilusión juegan las empresas de apuestas.
Es realmente bello este concepto, que se puede aplicar con cualquier comparación, respaldado por el fundamento de la teoría de la relatividad.
Si es posible, es que al menos hay una probabilidad. No sabemos entre cuántas variables, pero hay una. Si no la hubiera, sería imposible. Nadie nos ha asegurado que el hecho se vaya a dar (si nos lo asegurasen, dejaríamos de calcular las probabilidades, porque el hecho se daría sí o sí, y sería un valor seguro, algo certero); nadie nos ha asegurado que vaya a pasar, pero tampoco nos han asegurado que no vaya a pasar.

¿Quién nos asegura que somos nosotros los que vamos contra la corriente, y no es la corriente la que va contra nosotros?


...y aquí una frase que me impresiona cada vez que la pienso, y creo que merece ser idolatrada solo por su belleza, además de por su profundo significado filosófico a partir de esto que he contado sobre la relatividad. Una perla de la física cuántica:

¿Está la luna ahí si no la miramos?
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[Gracias por leer esta entrada y espero que os haga reflexionar sobre la importancia de considerar que todas las opiniones son respetables, porque proceden de condiciones de observación diferentes].

Entrada escrita por Alejandro Fernández López, 2 de agosto de 2010
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