sábado, 25 de septiembre de 2010

...y ahora decides hablarme.

Hoy toca un texto epistolar, una carta. (Otra más). Muchas de mis entradas son de este tipo, en segunda persona, dirigidas a mí mismo o a alguien que no nombro explícitamente, pero que existe en la realidad y forma parte de mi vida y de mi pensamiento. Hoy te toca a ti.

Hace tiempo te dije que me gustabas, aunque esa no es la opción que suelo elegir para entablar amistad con una chica...  pero te lo dije. Simplemente que me gustabas, no quería nada contigo, ni que fuéramos amigos, pero quería que lo supieras, porque creo que en la sociedad del día a día hay miles de personas que se gustan, que se conocen desde hace años...  y no saben que se gustan ni lo llegan a saber. Quería que tú supieras eso cuando me vieras, que supieras por qué me quedaba mirándote hasta que desaparecías en la distancia. No sé todavía si eso fue demasiado egoísta por mi parte al no tener en cuenta cómo ibas a sentirte teniendo esa información, o es que fuiste tú la egoísta al dejar de dirigirme la palabra...  pero lo hiciste, qué más da.
Asumí que durante meses nos cruzáramos por los pasillos sin decirnos una sola palabra. Nos mirábamos, tú también me mirabas. Lo más lógico sería pensar que me veías como una especie de depravado o algo te había molestado y por eso me mirabas, pero esto no tiene mucho sentido. Claro que si pienso que me devolvías la mirada porque yo también empecé a gustarte, parecería que soy de esa clase de ilusos que cuando se cuelgan por alguien, cambian completamente su percepción de la realidad para complacer sus necesidades psicológicas, así que no, no pensaré eso. Formábamos parte del mismo grupo de amigos cuando mi mejor amigo y tu mejor amiga se juntaban para hablar, y nosotros de acompañantes, pero sin participar en la conversación, simplemente al lado de nuestros amigos, uno en frente del otro, mirándonos, pero sin decir nada. No olvidaré nunca esos silencios misteriosos que nos guardábamos, ni sabré nunca lo que significaban realmente.
De una manera o de otra, me había acostumbrado a olvidar la idea de que pudieras conocerme como un amigo, me acostumbré a no pretender nada contigo, a no hablarte, a ignorarte y a dejarte en paz, en plan prudente...  y de repente vas un día y empiezas a dirigirme la palabra. Haces observaciones sobre mis camisetas, me preguntas qué tal, me saludas cuando nos cruzamos a la salida de clase y preguntas por mí de vez en cuando...   y ahora qué se supone que ha pasado?
¿Estabas enfadada u ofuscada y se te ha pasado? ¿Has descubierto que te gusto de alguna manera? ¿He empezado a darte pena y ahora que nos vemos más a menudo has decidido tenerme contento y tener contacto conmigo? Pues ahora me has hecho daño.
Ya sé que lo más probable es que esté todo dentro de mi cabeza, como siempre, como la mayoría de las veces (ojo, no todas), como cada vez que me gusta alguien...   pero precisamente por eso, porque está todo dentro de mi cabeza, ahora mi parte ilusoria ha diseñado algunos sueños en los que, en una de esas tensas palabras de "hola que tal", entre uno de esos suspiros que me salen a veces, en uno de esos instantes en los que nos miramos y apartamos la mirada al mismo tiempo, en uno de esos instantes, y sin previo aviso, uno de los dos besa al otro, o abraza al otro, da igual. No tiene por qué haber un beso. Simplemente imagino un gesto que exprese una cercanía hasta ahora no habida entre los dos, una complicidad, un gesto de perdón (o de disculpa, aunque entre nosotros nunca ha habido oficialmente ningún tipo de ofensa), algo que por tu parte me diga que estás conmigo (conceptualmente, como mínimo) o, por mi parte, te diga lo que ya te dije al principio. Por eso mi ilusión tiende a hacer que seas tú la que tome la iniciativa y me arrebate ese beso o ese abrazo en un instante en el que no me de tiempo a reaccionar...  y que posteriormente cause, como es lógico, más interrogantes en mi cabeza, aunque supongo que la tuya también tendrá cosas a las que dar algunas vueltas.
Simplemente eso es lo que escribo hoy, que no sé por qué has empezado a hablarme, pero que eso no sólo ha tenido consecuencias positivas. Mientras no suceda o deje de suceder nada, la incertidumbre convertirá el instante primero en que me hablaste en la cumbre de una pendiente en descenso que me hará preguntarme cada día con más desesperación el por qué de esta situación, en parte real, en parte imaginada por mí, y supongo que también por ti en otra cierta parte.

Y lo mejor sería hablarlo contigo y solicitarte en un momento dado para resolver esas dudas, pero si eso fuera tan fácil, no habría desarrollado tantas disquisiciones situacionales en todo lo que acabo de escribir. Si te pidiera hablar de todo eso, podrían suceder también una serie de consecuencias variables cuyo riesgo aún no me he visto capaz de asumir, así que, mientras tanto, seguiré el curso de la realidad y corresponderé a saludarte como si fueras una compañera más y a sonreír cada vez que me mires, igual que antes, intentando eliminar cada día un poco más de ese misterio que recubre la tensión que hay entre nosotros, siempre inversamente proporcional a la distancia a la que nos encontremos y directamente proporcional al tiempo que seamos capaces de sostenernos una mirada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario