sábado, 11 de diciembre de 2010

De mi Madrid a mi cielo.

Qué tendrán esas calles...  que son tan internacionales, tan frecuentadas...  pero al final son sólo mías. Mías y de nadie más. Rincones que sólo son para mí. Allí voy cuando algún golpe de tristeza nubla mi corazón; allí voy cuando alguna llama se apaga en mi vida, allí voy cuando quiero estar conmigo mismo durante un rato. Mi lugar de evasión, mis rincones de evasión; calles por las que a cualquier hora puedo pasar, a cualquier hora me siento bien; calles que significan algo para mí...
Sí, señores, hablo del centro de Madrid.
Hablo de la mítica Puerta del Sol, de dar un paseo por Gran Vía, bajar por Preciados y por Montera hasta la plaza del reloj, coger Arenal y acabar en Ópera, llegar al Palacio de Oriente, observar sus dimensiones, los jardines, las estatuas, Carlos III asomando desde lo alto y La Almudena callada al otro lado...  de salir quizá hacia la Plaza Mayor y sentir libertad entre cuatro muros, de salir tal vez por la calle Carretas y dar a parar frente al teatro Häggen Dazs; de coger la calle Prado, visitar el Ateneo de Madrid y la sede de Cienciología, de regresar por Huertas, echar un vistazo a la entrada del Penthouse y entrar al Café Central y ahogar las penas con un cortado bien caliente...  sí, de eso se trata; de ahogar las penas con un café en la barra, mientras lees un un libro con las tapas forradas de papel marrón y escuchas ese mítico Jazz de los antiguos imperios coloniales... de salir de una zona antigua en dirección a Chueca, tomarse unas margaritas en un mexicano y regresar a la zona, quizá en dirección al Banco de España, al Museo Naval, al Instituto Cervantes, a Neptuno, hasta la Puerta de Alcalá...  recorrer a pie las paradas de metro y observar la inmensidad de una ciudad aparentemente tan pequeña...  de coger la Castellana hacia arriba y terminar en el Bernabéu, en Nuevos Ministerios, avanzar hacia Cuatro Caminos...   o ir en plan Retiro-Atocha-Barrio de las Tablas...  de ir a la Glorieta de Bilbao y tomar unas tapas en alguna sidrería...  y de todo esto al Cielo...   porque yo me siento en los escalones de la estatua de Carlos III y se me acaban los males escuchando al violinista del banco llovido mientras toca 'Hallelujah' al ritmo de un pequeño metrónomo, comprado a pocas manzanas, en alguna de las innumerables y preciosas tiendas musicales que invaden la zona... que a falta de carretera, buenas son esas calles.

1 comentario:

  1. cada entrada nueva que leo tuya me sorprende un poco más :D, mucha gente me dice que les encantan ciudades europeas y que madrid es una basura, empezaba a creer que era el unico que disfrutaba con la belleza que tiene de verdad ;D

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