lunes, 13 de diciembre de 2010

Qué ha sido de los 90

Que el tiempo se nos escapa, y la vida sigue, y las cosas cambian...  y nosotros seguimos ahí, al pie del cañón, dando la cara a todo lo que venga.
Mi único tiempo feliz fueron los 90, o al menos la pequeña parte que viví de ellos. Y no será porque entonces yo era muy pequeño. Eso da igual. Es porque fueron los 90; por aquellos años el mundo aún no se había vuelto loco; aún no sabíamos ciertas cosas...  todavía montábamos en aquel Renault 5 sin cinturones en los asientos de atrás; por aquellos años Amaral publicaba sus primeras canciones, y al volver a escucharlas, regreso a los momentos en que la vida aún tenía sentido...  la gente trabajaba con ilusión; los viajes tenían significado, el turismo por la ciudad era algo memorable y la sombra de los plataneros del patio de atrás todavía me gustaba...   Después empezó Eurojunior y las esculturas de papel con pegamento de barra, las empresas públicas aprendieron a privatizarse, la política perdió el rumbo, el Delta del Ebro se secó por primera vez y tu ausencia sigue estando tan presente como la primera vez que me faltaste. Empezaron los cambios, las mentiras, las verdades incompletas, los premios de consolación y los intentos desesperados por fingir que todo seguía siendo normal...   y eso siempre fue inútil; emotivo, pero inútil. Qué niño puede ser feliz en sus primeras navidades de padres divorciados; qué niño puede ser feliz cuando los primeros años del esperado siglo XXI sólo son acosos y faltas de respeto hacia una propia imagen, destrozada por dos desafortunadas tijeras que me arrebataron lo que me quedaba de futuro...  y qué niño puede ser feliz cuando la estabilidad se transforma en un psicólogo mal pagado que intenta desesperadamente evitar lo que no hace más que recordarle: el Flight Light ha terminado.
Ahora queda todo atrás; ahora escucho "Toda la noche en la calle" y sólo consigo recordar cuándo y con quién pisé el barrio gótico de Barcelona por primera vez; escucho OBK y sólo me vienen a la cabeza talleres a rebosar de negocio y un amor incalculable por la velocidad y el aceite de motor;
todo se quedó en los 90.
Que yo ahora tengo dos vidas pasadas: una hasta el año 2000 y otra de ahí en adelante, y sigo sin saber cómo unirlas, cómo asimilar que son la misma...  porque alomejor no lo son, pero yo te sigo echando de menos cada noche, cada minuto, cada vez que necesito un abrazo de alguien con más fuerza que yo; cada vez que necesito mirar a los ojos a alquien que haya visto a Enrique Urquijo en vida; cada vez que necesito saber algo que sólo me puede decir alguien que haya compartido infancia con una de las personas más positivamente influyentes de mi vida, cada vez que me odio a mi mismo y lo único que necesito es salir corriendo, te echo de menos.
El hombre es fuerte, y puede que yo lo sea más; pero mi fuerza acaba donde empiezan mis ganas de llorar a cada rato, que entre todos los tormentos que empapan mi tejado se encuentra el que lleva tu nombre, ese que me recuerda que te necesito; que aunque estemos preparados para vivir en tensión constante, para afrontar los golpes de la vida, para sobrevivir a costa de lo que sea, hay veces en las que me gustaría poder relajarme durante un rato, sentir que todo no es tan hostil, quedarme a solas contigo y que el sonido de tu voz me calme y me consuele como no lo ha podido hacer nadie en casi diez años; sentir durante unos instantes que todo sigue siendo como en los noventa; tú y yo, y nadie más.
Algún día recuperaremos el tiempo perdido, ya lo verás. Algún día te abrazaré y te haré llorar con el simple contacto de mi cuerpo, te haré sollozar con una sola frase, con una sola mirada que te diga que el tiempo sólo ha pasado para los demás.
Y recurro a la frase de siempre, de Simon y Garfunkel: "After changes, upon changes, we are more or less the same".
Cogeré una matrícula que termine en -SS- y gastaremos los cuatro neumáticos antes de que salga el sol.

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